El monte canario se abre paso entre los cultivos abandonados: el Archipiélago recupera un 28% de sus bosques en 40 años
Los árboles recuperan su espacio con bosques jóvenes de fayal-brezal altamente inflamable que obligan a ‘acelerar’ los procesos de maduración natural

Representación artística de la masa forestal en Canarias. / Adae Santana

El paisaje canario ha cambiado de manera abrupta en los últimos 40 años. Los isleños han pasado de esquilmar los montes en aras de garantizar su supervivencia, a buscar fórmulas para recuperar contrarreloj aquellos grandes bosques originales que brotaron sobre la lava hace millones de años. Según el último Inventario Forestal Nacional (IFN), la cobertura forestal de las Islas ha crecido un 28% en los últimos 40 años. Pero esta importante recuperación de los bosques no proviene de una reflexionada planificación forestal, sino del progresivo abandono de la agricultura.
Desde que la sociedad isleña cambiara la siembra por el turismo, el monteverde se ha abierto camino entre bancales y terrazas, rastrojos y zarzas y recuperado el espacio que le fue hurtado por la agricultura y la ganadería. "Si ojeáramos un mapa de Tenerife en 1900, apenas podríamos ver cubierta vegetal en Anaga y algo en la Corona Forestal", ejemplifica José Alberto Delgado, biólogo y miembro del Colegio de Biólogos de Canarias. Sus palabras son ratificadas con los datos. De las 451.801 hectáreas forestales que contabilizaba el Archipiélago en 1970, el monte hoy ya ocupa más de 578.000 hectáreas. En paralelo, la tierra cultivada desaparece. Según datos del Instituto Canario de Estadística (Istac), la superficie agrícola activa ha caído un 27% en toda Canarias, hasta superar a duras penas las 40.000 hectáreas.

Trabajos de recogida de restos de antiguos invernaderos abandonados junto a la playa Bahía de Formas, en Gran Canaria. / Andrés Cruz
En poco tiempo, aquellos lugares que otrora sirvieron para plantar trigo o papas, hoy se cubren de un espeso manto de brezos y matorrales. Estos jóvenes bosques de monteverde –en concreto de fayal-brezal, la segunda formación forestal más común en las Islas– suponen el inicio de la recuperación de los espacios naturales del Archipiélago. No en vano, en décadas de evolución, podrán convertirse en un maduro y rico bosque de laurisilva. Sin embargo, por el momento, esta primera etapa de su vida convierte a estas formaciones forestales en peligrosos ‘polvorines’ que, durante al menos 30 años, acercan la amenaza del fuego a los espacios urbanos y a bosques más maduros.
Los nuevos ecosistemas de fayal-brezal que allí se forman, a ojos de la bióloga y Coordinadora del Grupo de Investigación Plant Conservation and Biogeography de la Universidad de La Laguna (ULL), Juana María González, "aunque suponen una primera etapa de recuperación del monte, tienen el inconveniente de tener muchísimo material fino y seco, lo que los hace altamente inflamables", reseña la investigadora.
Según González, la abundancia del brezo "es la herencia" de un pasado que abusó de la tala de este árbol para conseguir madera y espacios para cultivar. A esto se une, que esta especie tiene todo a su favor para progresar en condiciones poco favorables. En este caso, un suelo pobre y muy expuesto al sol. "Sus semillas son muy resistentes y cuando les llega la luz directa germinan", explica González.
La nueva laurisilva
El cambio paisajístico se repite en toda la provincia occidental y Gran Canaria, aunque en esta última, lo que ha colonizado los antiguos cultivos es el matorral. Esto, según el botánico de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), Pedro Sosa, sucede porque "Gran Canaria fue la isla donde el aprovechamiento maderero fue más intenso". "Lo destruyeron todo", sentencia. De hecho, se tiene constancia de que estos usos por parte de los conquistadores acabaron con al menos el 98% del bosque de la laurisilva en la isla. "Hay escritos que hablan de que el gran bosque Doramas lo cubría todo: desde Telde hasta Valsequillo", recuerda Sosa.
Hoy en día solo quedan reductos, aunque en la isla se están llevando a cabo diversos proyectos para revertirlo que han cambiado la posición de partida. "Se ha cuatriplicado la superficie de laurisilva de Gran Canaria en los últimos años", revela Sosa. Este hito ha sido posible gracias a la puesta en marcha de varios proyectos LIFE, siendo uno de los que tuvo mayor impacto el LIFE Rabiche. "Aunque se estableció para la reintroducción de la paloma rabiche, contribuyó a la recuperación y aumento de la superficie del bosque de laurisilva en Gran Canaria, especialmente en los barrancos de La Virgen, barranco Oscuro y Azuaje", destaca el botánico.
Porque esta es la aspiración: recuperar la laurisilva. "Los bosques maduros de laurisilva son auténticos cortafuegos", sentencia González, que indica que en esos montes "el fuego no camina bien por dentro, pasa al suelo y avanza lentamente". De manera natural, la mayor parte de bosques de fayal-brezal acabarán convirtiéndose en laurisilva. Pero para que eso pase, primero deben transcurrir al menos cien años de evolución sin demasiada perturbación humana.

Parte del monte de Tenerife afectado por el incendio de 2023. / María Pisaca
En su evolución posterior, los brezos y fayas jóvenes crecen hasta que el lugar se empieza a quedar sin luz. "Son bosques muy apretados, con mucha rama de brezo y de faya, en los que prácticamente no hay nada debajo", explica la investigadora. Con el tiempo, las ramas se deshacen y caen al suelo, creando huecos que pueden ser ocupados por otras especies. "Los pájaros se empiezan a aventurar a la zona y llevan semillas de laureles y otras especies", reseña González. Cuando las especies arbóreas propias de la laurisilva superan en altura al brezo, éste se queda a oscuras y muere. Es entonces cuando el ecosistema llega a una nueva fase de madurez menos peligrosa y más resiliente.
"Los bosques maduros tienen un montón de elementos para captar el agua de las nieblas y su suelo rico en hummus permanece húmedo. Son auténticos protectores frente a los incendios", revela. Son varios los ejemplos. González rememora el último gran incendio de Garajonay (La Gomera), en 2012. "El fuego se propagó muy rápidamente por los bosques jóvenes, pero al llegar al antiguo se fue frenando y bajando de intensidad", explica. Así, aunque el incendio duró más de un mes en su interior, quemó mucho menos que lo que había hecho en cuatro días.
La vida desde el pinar
En este tiempo, el emblemático pinar que emerge desde el picón y crea un ecosistema único en Canarias también se ha recuperado, aunque no siempre de forma natural. Según los datos del IFN4, los pinares de pino canario (Pinus canariensis) se encuentran en el 58,3% de la superficie forestal de todo el Archipiélago, ocupando 77.810 hectáreas. El pino canario es más abundante en Tenerife y La Palma. Sin embargo, en la primera su evolución ha sido artificial.
Emblemático es el ejemplo del pinar del norte de Tenerife, que en los años 50 y 70 sufrió una repoblación masiva con un único objetivo: ser utilizado para la industria maderera. "En el norte de Tenerife se plantaron más de 2.000 pies por hectárea, cuando lo natural en esa zona son unos 200 pies por hectárea", resume Delgado.

Incendio de 2021 en Arico / María Pisaca
Sin embargo, las pretensiones económicas de los gestores de la época cayeron en saco roto tras el abandono de la industria maderera. Y aquel gran campo de pinos se convirtió en un pinar atrabancado con un riesgo mayor de caer en las fauces de un gran fuego. Cosa que ocurrió en el voraz incendio que en 2023 quemó más de 15.000 hectáreas de la corona forestal.
Y aunque estos árboles son una de las especies de coníferas más resistentes del mundo a los incendios, la flora que le rodea es muy vulnerable al fuego. Y es esta amenaza, que se intensifica con el cambio climático, es uno de los mayores hándicaps del ecosistema para florecer en su máximo esplendor.
En los últimos 30 años se ha quemado toda la corona forestal de Tenerife y en 15 años, Gran Canaria ha sufrido más de 800 incendios, de los que tres han sobrepasado las 1.000 hectáreas quemadas. "Aunque todo tiende a recuperarse, la regeneración natural tarda un tiempo", resalta Sosa.
Sombra y cabras
Pero el fuego no es la única amenaza de los espacios naturales. Sumido en una eterna sombra, un pinar muy denso incapaz de evolucionar ni albergar a más especies en su interior. De hecho, tal y como indica el Informe Forestal Nacional, los pinares de pino canario "son los que menos riqueza arbórea" tienen en el Archipiélago. "En algunos casos llegan a presentar una única especie", sentencia el informe.

Apañada de cabras en la zona de Güi Güi. / José Pérez Curbelo
Pedro Sosa es categórico: "El mayor problema de los espacios naturales son los herbívoros introducidos". Cabras en Gran Canaria, arruís en La Palma y muflones en Tenerife. "Estas especies de ganado silvestre son tractores con patas", afirma Sosa, que insiste en que para conseguir un bosque maduro, es indispensable retirar a todas estas especies del lugar.
En último lugar está la sequía. Otra circunstancia que, según los modelos de predicción climática, irá a más con el calentamiento global. La falta de agua a menudo supone un escollo para el crecimiento de estas especies arbóreas e influye incluso en su distribución y resistencia al fuego.De hecho, en una misma isla, los pinares pueden aparecer –de forma natural– con mayor o menor densidad dependiendo de la disponibilidad de agua.
La restauración
Ante esta situación de degradación, la prioridad de administraciones y científicos es buscar fórmulas eficaces que no solo permitan reforestar el espacio perdido, sino también mejorar la calidad de los montes y devolver la riqueza perdida en especies endémicas. Y todo ello en el menor tiempo posible, pues el ciclo natural supone una evolución de cientos de años. Por ello, para convertir el malogrado pinar o el nuevo fayal-brezal en bosques maduros hay que darles "un empujón" con diferentes técnicas de conservación activa.
En el pinar de Tenerife, por ejemplo, el Cabildo de Tenerife ha tomado medidas para "clarear" el monte para hacer que su distribución sea más natural. Asimismo, facilita la instalación de especies vegetales. Los expertos coinciden en que se debe trabajar en la recuperación del sotobosque. "Podrían utilizar vallados de exclusión de herbívoros para recuperar las especies a partir de estos núcleos de propagación", recalca González.
En Gran Canaria se han llevado a cabo varios programas de restauración de los bosques, a pesar de que solo el 15% es de gestión pública. Destaca, en este sentido, el programa LIFE Guguy, con el que se plantaron más de 22.000 árboles con el objetivo de recuperar los bosques de cedros y sabinas en Gran Canaria. Y en los nuevos bosques de fayal-brezal, se trata de eliminar de forma controlada el brezo así como regar algunas semillas de laurisilva, para acelerar un proceso que, de otra forma, tardaría decenas de años.
En todo caso, la repoblación nunca es tan sencilla. "Hay millones de relaciones en un ecosistema y sólo conocemos cuatro o cinco, ni siquiera con el uso de IA podríamos saberlas todas", recalca Delgado, que afirma que en los "ecosistemas jóvenes será muy difícil restablecer todas las relaciones".

Estado de un palmeral en El Ingenio de Santa Lucía de Tirajana / Andrés Cruz
El bosque avanza y recupera su espacio pero otros emblemáticos ecosistemas no han tenido tanta suerte. No en vano, la presión poblacional y el urbanismo turístico han acabado progresivamente con el bosque termófilo, en medianías y el tabaibal-cardonal y los sebadales, en la costa. El primero lleva cientos de años en degradación. "La especie humana colonizó e hizo que desapareciera", sentencia Delgado. Y es en este proceso cómo sabinas, dragos y acebuches han quedado "arrinconados" en barrancos o a reducidas zonas inaccesibles.
Por otro lado están los palmerales que, según el botánico experto en esta especie, Pedro Sosa, no son especies termófilas sino hidrofíticas. "Aparecen allí donde hay agua", sentencia. En Canarias se contabilizan un total de 308.733 palmeras, siendo las islas con mayor abundancia La Gomera y Gran Canaria. Esta última, pese a contar más de 88.000 ejemplares, está desarrollando un proyecto de la Unión Europea LIFE-Phoenix cuyo objetivo principal es la conservación y recuperación de los palmerales naturales de la isla en colaboración con Creta.
Los ecosistemas costeros han llegado al borde de la extinción mucho más rápido. Se estima que desde que cambiara el modelo económico hacia el turismo de masas, la costa ha perdido la mayor parte de su biodiversidad.
Y aunque el monte recupere espacio o se realicen acciones de restauración de todos los ecosistemas, el paisaje nunca se podrá igualar al que llenaba el Archipiélago antes de la Conquista o incluso antes de la llegada de los primeros pobladores. "Nunca llegaremos a saber cómo era Canarias antes de que llegaran los aborígenes", sentencia Sosa.
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