crónica parlamentaria

Ábalos y la abalista

Pálido y ojeroso, con diez kilos menos que en su época de esplendor ministerial, adoptó desde el primer minuto el papel de dolorido penitente

José Luis Ábalos comparece en el Parlamento de Canarias.

José Luis Ábalos comparece en el Parlamento de Canarias. / Arturo Jiménez

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

José Luis Ábalos era uno de los comparecientes más atractivos de la comisión de investigación desde el mismo momento en el que, el pasado otoño, se incluyó su sombre en la lista. El exsecretario de Organización del PSOE y exministro de Transportes había excusado varias veces su comparecencia por motivos profesionales y médicos. No se recordaban tantos periodistas en la Cámara desde que los periódicos –salvo excepciones- dejaron de interesarse por la información parlamentaria. Una cadena de televisión nacional estaba apostada frente a la entrada de la Cámara desde la ocho de la mañana, como si en sanchismo estuviera a punto de implosionar en la calle Teobaldo Power. Criaturas. Tanto los periodistas como los diputados de la mayoría presentes en la comisión evidenciaron ignorar las dimensiones del animal político a tratar y el pantano de cinismo portátil que lleva en los bolsillos y en el que luego chapoteó cómodamente.

El señor Ábalos –así lo llamó todo el mundo, como si fuera el boticario de una zarzuela– entró en la sala acompañado por el presidente de la comisión, Raúl Acosta, con una sonrisa discreta. Pálido y ojeroso, con diez kilos menos que en su época de esplendor ministerial, adoptó desde el primer minuto el papel de dolorido penitente de la Cofradía del Desengaño. «He visto tantas cosas”», repitió varias veces, sin duda desolado por la fragilidad de la vil condición humana. «No tengo ningún interés en no declarar», dijo como quien nada tiene que ocultar. Pero de las palabras del señor Ábalos durante hora y media no se desprendió ninguna información, ni relevante ni irrelevante, ni sobre la gestión de la pandemia en el Gobierno nacional ni sobre los asuntos propios de la comisión de investigación. Y sin embargo, no renunció a ninguna perla, como eso de que una de las cuestiones que más le preocupó durante la pandemia fue que «no se malversase dinero público».

Ábalos está investigado por el Tribunal Supremo por organización criminal, tráfico de influencias, malversación y cohecho, y el PSOE le ha suspendido de militancia, pero no se corta un pelo. Negó absolutamente todo: que tuviera constancia de los apaños de Koldo García, su asesorísimo, que conociera bien a Víctor de Aldama, que tuviera información de ninguna empresa vinculada a la supuesta trama. Nada. Por supuesto no intermedió con ninguna autoridad política de Canarias a favor de nadie en la contratación de suministros sanitarios. Es como preguntarle a Kim Jong-un por su peluquero. Todo el mundo sabe que Kim Jong-un no tiene peluquero, y si lo tiene ya debe estar muerto.

¿Cómo va a decir nada de interés un antiguo dirigente político que no admite responsabilidades políticas por lo que hizo su principal asesor político? Él no se siente concernido, como si a Koldo lo hubiera nombrado (hoy estoy obsesivo) el mismo Kim Jong-un.

Ese es el mismo juego que ha practicado Nira Fierro en la comisión desde el principio, confundiendo, identificando, sincronizando responsabilidad jurídica con responsabilidad política. Es Fierro (es el PSOE) la que practica con descaro inigualable el malabarismo conceptual y la distorsión de los datos. Cuando la secretaria de Organización insiste por enésima vez en que ningún socialista está procesado o imputado juega de nuevo al despiste: la comisión no está para dilucidar responsabilidades civiles o penales –eso lo dice ella misma cuando le peta – pero designar a Conrado Domínguez fue una decisión política que tomaron y refrendaron dirigentes socialistas. Primero para meterlo en el comité de emergencias. A continuación para encaramarlo al Servicio Canario de Salud. ¿Qué creerán Fierro y sus compañeros que es la responsabilidad política? En fin, es lo mismo. Lo que vale es el resumen. Todo se hizo bien. Todo está limpio y la gestión sanitaria constituyó un éxito histórico. El virus moría fulminado al paso de Ángel Víctor Torres. Fierro no le preguntó casi nada a Ábalos y prefirió marcarse un discursito. El exministro asentía ligeramente. Una discípula magnífica. Una abalista minuciosa esforzada, admirable.

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