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DÍA DE CANARIAS

Efigenia Borges, la embajadora culinaria

La gomera recibe la Medalla de Oro de Canarias en reconocimiento a una vida dedicada a su restaurante

Efigenia Borges en su casa en Valle Gran Rey.

Efigenia Borges en su casa en Valle Gran Rey. / E. D.

Lucía Mora

Lucía Mora

Santa Cruz de Tenerife

Efigenia Borges nunca ha revelado su fecha de nacimiento y, por tanto, su edad es un misterio, pero para muchos turistas, y algunos gomeros, ella es la historia viva de La Gomera. Por el pequeño caserío de Valle Gran Rey, en Las Hayas, han pasado un sinfín de extranjeros ávidos de probar el puchero y el potaje de berros en el restaurante Casa Efigenia, la que es su casa pese a haber nacido en Arure, a algo menos de tres kilómetros. En honor a su trayectoria, no solo detrás de los fogones sino por la labor social y el legado cultural al que ha contribuido, este año el Gobierno le ha concedido la Medalla de Oro de Canarias.

De padres agricultores y ganaderos y con seis hermanos –dos chicas y cuatro chicos–, Borges se ganó sus tres primeras pesetas gracias a cargar leña desde la parte alta a la baja de Valle Gran Rey. Un dinero que invirtió en un crucifijo que conserva en su habitación. De camino a una misa en Chipude, Vallehermoso, se fijó en un agricultor que recogía piñas de millo. Un baile después, ese desconocido se convertía en el amor de su vida. De su matrimonio con Manuel Méndez –ya fallecido– nacieron cuatro hijos, de los que viven tres. En la casa que montaron juntos empezó la aventura que llega hasta hoy.

Tres primeros clientes en 1965

La vida de Efigenia Borges se desarrolla, en su mayoría, en su restaurante, y por una casualidad que se remonta 60 años atrás, en torno a 1965, cuando tres ingenieros –dos de Tenerife y uno de Gran Canaria– acudieron a la isla colombina para trabajar en el Parque Nacional de Garajonay. Sin teléfono y sin apenas infraestructuras viarias para desplazarse por la isla, pararon en Las Hayas a por algo de comida. Allí Borges y su marido tenían una pequeña tienda donde ofrecían productos básicos y comida casera. En aquel momento cuatro platos principales: potaje de berros, puchero de verduras, escaldón de gofio y almogrote con pan. Unas recetas que heredó de su familia.

Lo que no sabía la gomera es que a estos tres clientes los sucedería un constante trasiego de personas –tal vez por estar en un sitio de paso para acceder al municipio más turístico de la isla– que la obligaron a ampliar la tienda y convertirla en restaurante.

El secreto del éxito está, para Borges, en «utilizar todo lo que da la tierra y no traer casi nada de fuera». Tal es así que La Montaña Casa Efigenia ostenta el título del restaurante vegetariano más antiguo de España y el restaurante de comida de huerto más antiguo. «Toda mi vida ha estado vinculada a la naturaleza, a cultivar lo que se come, como lo hicieron mis padres, y eso lo he mantenido durante toda mi vida al frente del restaurante», comenta.

Turistas alemanes y nórdicos

Con una mente lúcida para más de 80 años, como reseñan algunos de sus vecinos, y una sonrisa que contagia a quienes la rodean, Borges recuerda que durante los casi 60 años que atendió a los clientes «trató a todos por igual, independientemente de quien cruzara la puerta». Clientes que, en su mayoría, son extranjeros. De hecho, los primeros turistas alemanes y nórdicos que pisaron La Gomera tenían como parada obligada su restaurante.

De hecho, Borges afirma que habla alemán más allá de un chapurreo gracias a ellos. «Al principio nos hacíamos entender, pero de tanto oírles en las mesas y pedir las comandas, fui aprendiendo palabras y entablar conversaciones», reseña orgullosa. Del país germano procede, precisamente, una de sus clientas más destacadas: la excanciller alemana Angela Merkel –fiel visitante de La Gomera, sobre todo en Semana Santa–. Y no es la única habitual del Bundestag –el Parlamento alemán– asidua a Casa Efigenia. Las anécdotas «dan para un libro», señala Borges, y no solo por sus dotes de cocinera. Alguna vez ha tenido que actuar de doctora para sus clientes extranjeros.

«Un día un alemán vino desesperado al restaurante porque le había picado una morena en el brazo, abajo en la costa. Con calma, guisé un agüita y con ramas verdes le fui refrescando el brazo hasta que se calmó y se le comenzó a ir la picazón y lo rojo que lo tenía. Otra vez me pasó algo similar con otra alemana a la que le mordió un perro», rememora.

Los gomeros, independientemente del lugar donde vivan, definen a esta premiada con la Medalla de Oro de Canarias 2025 como «amable, risueña, solidaria, compasiva y familiar».

«He intentado ayudar a todo el que lo necesita y, gracias a Dios, esta también ha sido mi felicidad», apunta. Una de las historias que recuerda con cariño es la de un hombre que vendía cintos, al que le preguntó si quería comer. El hombre le comentó que no tenía dinero y que se iba. «Lo senté en una mesa, le dije a los camareros que le sirvieran lo que quisiera y, además, le prepararan un bocadillo y una botella de agua para el camino y el día», relata. Al acabar y preguntarle el cliente a Borges el coste de la comida, ella respondió que no le debía nada y el señor le dijo algo que marcaría a esta gomera: «Que Dios se lo pague y del cielo le venga la recompensa». «Y fíjese si recompensó que, gracias a Dios, mi felicidad está en esos detalles», subraya.

Su hijo pequeño

Efigenia Borges dio un paso al lado hace pocos años y el restaurante lo gestiona ahora su hijo pequeño, Sergio Méndez. «Lejos del orgullo y la responsabilidad, emociona ver la cantidad de clientes que regresan años después, se acuerdan de mi madre, hasta de mí siendo un renacuajo, y todo con cariño», señala este, que no logra que su madre se despreocupe del todo del restaurante. Un día sí y otro también Efigenia se pasa a hablar con la clientela y a preguntarles el lugar de procedencia y si les gusta la comida y la isla.

La llamada del presidente de Canarias, Fernando Clavijo, les cogió por sorpresa un martes, «el único día que cerramos», relata Méndez. Estaba desayunando lejos de su madre cuando, al descolgar y conocer la decisión, le preguntó a Clavijo «si era una broma, porque me quedé a cuadros».

«Estamos sorprendidos, perplejos y seguimos sin creerlo», admite orgulloso.

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