Cooperación entre Canarias y Gambia: Una casa con calor isleño para 40 hermanos

La oenegé Harit sustenta una hogar de acogida y un colegio para niños sin recursos en una pequeña aldea a la afueras de Banjul

Nueve de los cuarenta niños que viven en la casa hogar New Live Family House gestionada por la oenegé Harit Gambia, en la localidad de Lamin.

Nueve de los cuarenta niños que viven en la casa hogar New Live Family House gestionada por la oenegé Harit Gambia, en la localidad de Lamin. / Arturo Jiménez

Las Palmas de Gran Canaria

En Lamin, una pequeña aldea rodeada de árboles y caminos de tierra roja a las afueras de Banjul, cuarenta niños han encontrado lo que muchos dan por sentado, pero que para ellos era impensable: un hogar, alguien que se preocupe por ellos para darles una infancia digna. Allí, donde antes solo había abandono, la oenegé canaria Harit Gambia ha levantado mucho más que una casa maternal: ha creado una familia. Detrás del proyecto está María, una mujer gambiana que conoce bien el peso de la pobreza y el valor de una oportunidad. Cuando era niña, pudo estudiar gracias a que trabajaba en casas de familias adineradas que, a cambio, financiaban su educación. Años después, ya convertida en maestra, decidió replicar aquel gesto que le cambió la vida.

La casa maternal no solo acoge: también alimenta, educa y protege a niños huérfanos, sin recursos o abandonados. Nació del sueño de María, pero ese sueño necesitaba a alguien que lo impulsara. Y lo encontró en Patricia Gil, una enfermera canaria que se convirtió en el motor de la oenegé. Tras varios viajes como cooperante a Gambia, Patricia detectó que muchos de los proyectos solidarios que llegaban al país eran puntuales, repetitivos y sin continuidad. Decidió entonces volcarse por completo en sacar adelante la idea de María. Tras unos meses de trabajo conjunto, nació Harit Gambia. «Al principio había mucha gente apoyando, pero cuando llegó la hora de actuar, la oenegé se quedó sola. Aun así, ya no podíamos decir que no», recuerda Gil. A finales de 2019, New Live Family House abrió sus puertas y recibió a sus primeros diez niños. Muy pronto empezaron a llegar otros: hijos de padres fallecidos por la covid, menores abandonados porque sus familias no podían alimentarlos o pequeños que se habían quedado solos después de que sus padres partieran rumbo a Canarias en un cayuco.

Nuevas instalaciones

La casa en la que viven actualmente es de alquiler y hace tiempo que se les quedó pequeña. Para ahorrar ese gasto y mejorar las condiciones del hogar, Harit Gambia está construyendo una vivienda propia, más amplia y adaptada a sus necesidades. Las nuevas instalaciones, modestas pero funcionales, no solo darán cabida a los niños que ya forman parte de la familia, sino que también incluirán aulas para atender a menores de la zona que no pueden acudir regularmente a la escuela. «Muchos se acercan a María y le piden que les enseñe a leer, a escribir o a contar. Son niños que no pueden ir al colegio todos los días, pero que necesitan unos conocimientos básicos para desenvolverse, aunque sea para poder trabajar algún día en una tienda», explica Gil.

María es quien mejor conoce el terreno. Recorre aldeas, identifica casos, conversa con madres y padres y trata de convencerles de que sus hijos merecen una oportunidad. Ella se encarga de recorrer el país buscando a niños especialmente vulnerables a los que ayudar. Con el tiempo, se ha convertido en una figura de referencia en la zona, y son ya muchas las familias que se acercan directamente al hogar para entregar a sus hijos. «Una mujer llegó una vez con ocho niños, preguntando cuántos podíamos acoger. Le dijimos que solo a uno, porque debíamos reservar plazas para otras familias en situación crítica. En ese mismo momento, sin pensarlo mucho, eligió a una de sus hijas para que se quedara con nosotros. Nunca volvimos a saber de su madre», recuerda Gil. En Gambia, señala la responsable de la oenegé, la forma de entender la crianza es muy distinta a la que conocemos en España. Muchas familias saben que sus hijos están en el centro, pero no mantienen ningún tipo de contacto con ellos.

Una alumna del Canarias Lamin School sostiene una bandera canaria.

Una alumna del Canarias Lamin School sostiene una bandera canaria. / LA PROVINCIA / DLP

Los niños y jóvenes que viven en la casa tienen entre 4 y 23 años y entre ellos se llaman hermanos. Cuando participan en presentaciones o realizan alguna exposición, siempre dicen con orgullo que tienen 39 hermanos. Esa idea de familia no es solo simbólica: es el eje que permite que todo funcione. María ha construido un hogar donde el cuidado es compartido. Los mayores cuidan de los pequeños, y todos colaboran en las tareas cotidianas. Tienen horarios para ir al colegio, para cocinar, limpiar las zonas comunes o hacer la compra. Así, en comunidad, logran sostener un proyecto que es una lección diaria de convivencia y responsabilidad.

Activismo puro y duro

La semana pasada, una delegación del Gobierno de Canarias viajó a Gambia para conocer de cerca los proyectos de cooperación impulsados por ciudadanos canarios. La visita al hogar gestionado por Harit Gambia dejó una profunda impresión en Octavio Caraballo, viceconsejero del Gabinete de Presidencia, quien definió la labor de María y Patricia Gil como «activismo puro y duro». Al llegar a la casa, se toparon con una escena que hablaba por sí sola: casi una decena de personas recién llegadas desde Gran Canaria descargaban maletas repletas de material escolar, comida y ropa para los niños. Eran familiares y amigos de Patricia, la enfermera que desde Canarias coordina las cuentas, organiza los envíos de ayuda y moviliza a su entorno más cercano para sostener el proyecto. Además, viaja a Gambia siempre que sus turnos laborales se lo permiten, para supervisar sobre el terreno y atender las necesidades del centro y de los menores.

El Ejecutivo regional va a empezar a colaborar con Harit Gambia mediante una subvención directa de 15.000 euros, enmarcada en la Agenda Canaria 2030. La ayuda se destinará a impulsar la construcción de la nueva casa, con el objetivo de finalizarla lo antes posible. «Nuestro propósito es que cuenten con los medios necesarios para garantizar la manutención y la atención de los niños», señala Octavio Caraballo. Más allá del apoyo económico, el Gobierno canario busca establecer otras vías de cooperación, como el envío de material escolar, alimentos o medicamentos donados, y la posibilidad de trasladarlos en contenedores a través de la fundación de alguna naviera. «Lo que pretendemos con este tipo de iniciativas es asentar a la población en su territorio, para que no se vean obligados a emigrar», añade el viceconsejero.

Alumnos del Canarias Lamin School.

Alumnos del Canarias Lamin School. / LA PROVINCIA / DLP

Patricia Gil reconoce que el coste de mantener a 40 niños en Gambia es muy inferior al que supondría en España, pero aun así, llegar a fin de mes no es fácil. «Somos una asociación pequeña y poco conocida, así que cada mes es un reto conseguir los fondos necesarios», admite la responsable de la entidad. La falta de recursos no solo dificulta la gestión diaria, sino que también limita su capacidad de acoger a más menores. De momento, la idea es que los que son mayores, que ya están en la universidad, se vayan independizando para dejar plazas que puedan ocupar nuevos niños.

A pesar de las dificultades económicas que enfrenta para mantener el hogar, la oenegé ha conseguido estirar al máximo sus recursos para dar un paso más. El pasado septiembre pusieron en marcha una pequeña escuela infantil en Lamin, destinada a niños de entre 3 y 5 años. El Canarias Lamin School abrió sus puertas para escolarizar a niños especialmente vulnerables, dando prioridad a aquellos con necesidades educativas especiales. «Nuestra primera alumna fue una niña con síndrome de Down. Su madre llegó agotada, después de que en todos los colegios le hubieran cerrado las puertas», relata Gil. Muchos de los niños que asisten a la escuela tienen marcas físicas que dan cuenta de lo duras que han sido sus cortas vidas.

La ONG Harit Gambia es pequeña, sin grandes escaparates, sin campañas virales ni focos mediáticos, pero con una capacidad inmensa para transformar vidas. Lo que empezó como el sueño compartido de dos mujeres comprometidas con la infancia más vulnerable se ha convertido en un refugio real, en un hogar que ofrece algo tan simple —y tan esencial— como dignidad, afecto y oportunidades. En Lamin, cuarenta niños —y muchos más en camino— ya saben que el futuro no está escrito. Y que, gracias a la entrega incansable de María y Patricia, y al empuje silencioso de muchas manos solidarias, ese futuro puede volver a escribirse desde el principio. Con lápiz nuevo. Y sin tachones.

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