Análisis

Un partido como un jardín florido y encalado

Los congresos son rituales de aseo y acicalamiento, expresiones de una democracia simulativa, ejercicios de autoidentificación y persuasión para generar contenidos en los medios y redes sociales

Asistentes e invitados, ayer en la clausura del VIII Congreso de CC en el Auditorio Alfredo Kraus.

Asistentes e invitados, ayer en la clausura del VIII Congreso de CC en el Auditorio Alfredo Kraus. / ANDRÉS CRUZ

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Se atribuye a Gloria Fuertes –una poeta que no se merece la imagen que sufre– una cita llena de verdad: «Hasta los hijos de los Reyes Magos saben que los Reyes Magos son sus padres». Cualquier militante de un partido político sabe que un congreso es simplemente una reorganización de recursos estratégicos, temáticos, retóricos y personales negociada y decidida por las élites de la organización. Y no por eso dejan de celebrarse las fiestas de los reyes magos ni los congresos políticos. Pablo Rodríguez, un verdadero artesano del tópico, un orfebre desprejuiciado del lugar común, ya se refirió al VIII Congreso Nacional de CC, en la primera jornada, como «la fiesta del nacionalismo canario».

Las cosas van por ahí. Una modesta guatatiboa –las finanzas no permiten mucho más–para reencontrarse, galvanizar al partido de partidos, remover los eslóganes y las gramáticas pardas y colonizar titulares durante un par de días. El caso de Coalición es el de todos los partidos poscontemporáneos, nuevos y viejos. Los congresos son rituales de aseo y acicalamiento, expresiones de una democracia simulativa, ejercicios de autoidentificación y persuasión para generar contenidos en los medios de comunicación y las redes sociales.

Coalición es un partido de cargos públicos y cuadros, exactamente igual que el PSOE, el PP o Nueva Canarias. Hace media eternidad las organizaciones políticas eran dirigidas, más o menos espasmódicamente, por los representantes de la militancia, llamados delegados o compromisarios, capaces de forzar dimisiones o abrir crisis que parecían (y a veces fueron) apocalípticas. Hoy, por supuesto, no es así, entre otras razones porque nadie está dispuesto a dedicar horas de una vida que no tiene a las labores partidistas que, por tanto, pasan a asumir –parcialmente al menos– aquellos que están económicamente liberados.

La democracia interna se resiente –por decirlo por suavidad– y la cooptación desde arriba pasa a ser prácticamente una conducta normativa. El poder se profesionaliza y quebrantada su autonomía es el partido el que se convierte en un instrumento del Gobierno. Como puntualizó hace muchos años Felipe González, «se gobierna desde La Moncloa, no desde Ferraz». El poder –cómo adquirirlo y cómo conservarlo– se proyecta como lo auténticamente necesario mientras el partido es lo contingente, aunque protocolariamente se trate a la organización como a una señora despistada, algo redicha y a menudo exhausta, pero merecedora de todos los respetos. Especialmente durante los congresos.

Todo esto le concede a los partidos una estabilidad granítica, muy especialmente, cuando los suyos están en el Gobierno, cuando ocupan parcelas importantes de poder en los distintos ámbitos de las administraciones públicas: llega entonces, habitualmente, una satisfacción zen. Durante este VIII Congreso Nacional los dirigentes han recordado reiteradamente el espanto –soportado con dignidad y trabajo, en una versión isleña del ora et labora de los monasterios medievales – que supuso para CC su pase a la oposición entre 2023 y 2027, no solo en el Gobierno autonómico, sino en numerosas corporacines insulares y locales.

Ciertamente los socialistas mostraron cierto asombro cuando Coalición no se desintegró en satripias insulares y/o municipales. Al final Fernando Clavijo se dejó barbas mosaicas y supo llevarles –de nuevo – a la Tierra Prometida. Coalición Canaria es ahora profundamente clavijista, pero los coalicioneros evitan siempre el culto a la personalidad gracias al imperio y brillo de los dioses tutelares en cada isla: se es clavijista pero también nievesladysta episcopaliana, testigos de Mario Cabrera, migdalista del séptimo día. El PSOE cree en Ángel Víctor Torres mientras no pierda su aura. Coalición es y ha sido siempre una fuerza politeísta.

En ese jardín plácido y encalado las tres ponencias se debatieron durante la tarde del sábado, sin asperezas ni conflictos demasiado graves, y luego llegó la traca final, con la votación de la nueva comisión ejecutiva nacional, que para sorpresa de nadie encabezan de nuevo Fernando Clavijo como secretario general y David Toledo como secretario de Organización, con la incorporación de las figuras públicas más relevantes – un mosaico de los intereses del partido en islas y municipios, en el Parlamento y en las Cortes – y, por supuesto, la suma de los siete secretarios insulares. Una novedad: la inclusión de José Miguel Barragán al frente de una Secretaria de Estrategia, que según se chismeaba, podía señalar a una (limitada) crisis de Gobierno inmediatamente antes o después del verano.

La flamante dirección recibió el respaldo de más del 97% de los compromisarios. Fue todo sorprendentemente rápido, sin grandes fanfarrias, con los cinco minutos exactos para saludar desde el escenario y agitar una veintena de banderitas de siete estrellas verdes. Y hasta más ver, que son señas de volver.

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