Julio, qué bueno que viniste
El socialista es experto en aparentar responder sin decir nada sustancial, eludir la exactitud con sinónimos o reducir al absurdo una pregunta

El exconsejero de Sanidad del Gobierno de Canarias Julio Pérez ha comparecido este lunes ante la comisión que en el Parlamento de Canarias investiga la compra de material sanitario durante la covid-19. / Miguel Barreto / EFE
Se respiraba cierta tensión entre los diputados socialistas ante la comparecencia de Teresa Cruz Oval, consejera de Sanidad cuando estalló la pandemia del coronavirus y que, después de haber sido felicitada por el entonces presidente del Gobierno, fue destituida fulminantemente por Ángel Víctor Torres sin ofrecer públicas explicaciones. En realidad no crea usted, lector, que la destitución de Cruz Oval fue compleja, oscura, enigmática.
Se la despidió para abrir paso a otro equipo en el que la pieza principal era Conrado Domínguez, cuyo nombramiento era exigido por Román Rodríguez una y otra y otra vez. ¿Por qué? Al parecer algunos amigos del vicepresidente Rodríguez, muy relacionados con la sanidad privada grancanaria, tenían de la capacidad gestora del señor Domínguez la mejor de las opiniones. Desde un punto de vista político la terrible crisis de la pandemia representó una oportunidad (bien aprovechada) para forzar el desembarco de Domínguez en el Servicio Canario de Salud por encima de las reticencias que mostraban bastantes altos cargos socialistas y el tercer socio del Ejecutivo, Podemos, como ha dejado muy claro Noemí Santana.
Teresa Cruz –un cuarto de siglo de militancia en el PSOE– cometió el pecado nefando de expresar sus opiniones –siempre lo hizo comedidamente– y fue excluida incluso de cualquier lista electoral en 2023. Después de varios años de ostracismo le ha costado mucho recomponer sus relaciones con la dirección del partido, pero ayer no renunció a su dignidad. Mientras hablaba la observaba intensamente, sin quitarle ojo, Nira Fierro, y no como diputada o miembro de la comisión, sino como secretaria de Organización del PSOE.
Cuando le tocó su turno de preguntas –Fierro no pregunta mucho, básicamente pronuncia soliloquios sobre la maldad luciferina de la oposición– fue curioso la fórmula verbal que empleó y su énfasis: «Quiero que nos cuente usted aquí…». No era una pregunta, sino casi una orden. Cruz dijo, sin embargo, lo mínimo que quería y podía decir, a veces explícitamente, otras de manera indirecta o alusiva. Primero, que en su opinión Ana María Pérez, directora de Recursos Económicos del SCS, ni debió ni pudo aprobar cientos y cientos de contratos de suministros en soledad y sin conocimiento de nadie: «existe una jerarquía administrativa».
Segundo, que si a ella le hubiera tocado como subalternos con gente como Domínguez y Pérez «yo hubiera caído con ellos», es decir, hubiera asumido su responsabilidad política. Y en tercer lugar que siempre gestionó con transparencia mientras que se actuó injustamente con ella «porque mucha gente no se sentía cómoda con ella» y prefería a otros al frente de la gestión.
Cuando Cruz Oval se marchó la presión arterial de los socialistas volvió a la normalidad. Y enseguida llegó el jolgorio: Julio Pérez, que sucedió a la antedicha como consejero interno entre el 25 de marzo y el 19 de junio: un lapso en el que se movieron decenas de millones de euros en el SCS. Ni CC ni el PP se prepararon para el interrogatorio de una personalidad del calibre político, intelectual y jurídico de Pérez, que utilizó una amplia gama de recursos, mecanismos y trucos propios de un político experimentado y un abogado que ha trabajado en el foro durante décadas: aparentar responder pero no decir nada sustancial, desconcertar con una broma y pedir instantáneamente disculpas por hacerla, asombrarse por lo que le interrogan, eludir la exactitud utilizando sinónimos, reducir al absurdo una pregunta («¿cómo iba a saber si Domínguez ocupaba o no un despacho en Sanidad? ¿Era mi labor revisar despachos?») y terminar preguntando él a los diputados de la comisión, una forma sutil de descalificarlos. Los socialistas eran felices como perdices y Julio Pérez, como suele ser habitual, se quedó encantado con Julio Pérez.
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