Tres años de guerra en Europa: el arraigo canario de 6.000 ucranianos
España ha acogido durante la guerra de Ucrania a más de 300.000 personas, 6.000 de las cuales aún residen en Canarias. Las ayudas del sistema de protección internacional se agotan a los dos años y muchos se quedan en la nada. La comunidad ucraniana en las Islas ve con miedo e incertidumbre la intervención de Trump y la posibilidad de un acuerdo de paz

Archivo - Refugiados ucranianos en la frontera con Moldavia / Gilles Bader/Le Pictorium Agency / DPA - Archivo
En los últimos tres años, España ha acogido a más de 300.000 refugiados que han escapado de la invasión rusa en Ucrania, de las cuales 6.000 aún residen en Canarias y 11 son niños solos, que están bajo la tutela del Gobierno regional y acogidos por familias isleñas. «Los canarios abrieron las puertas de sus propias sus casas para recibir ucranianos. Eso no ocurrió en todas partes. Estamos muy agradecidos», señala Olesya Lylak, asesora del Defensor del Pueblo ucraniano en los países hispanohablantes y presidenta de la Asociación de Ucranianos en las Islas Canarias Dos Tierras, Dos Soles.
La Unión Europea permitió el libre tránsito de los desplazados y les ofreció permisos de residencia y trabajo mientras duraba la guerra. Por su parte, España activó el programa de protección internacional del Ministerio de Inclusión y, a través de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), les ofrecieron techo, manutención, ropa, formación del idioma y atención psicológica. Sin embargo, ese apoyo económico dura 18 meses y, solo en algunos casos, se puede alargar hasta dos años.
«Al terminarse las ayudas algunos han tenido dificultades para poder afrontar el pago del alquiler y tomaron la decisión de volver a Ucrania, pero allí la situación es insostenible y tuvieron que regresar a Canarias», señala Lylak, quien añade que la mayoría de los desplazados que han buscado refugio en el Archipiélago son madres con hijos pequeños. Aunque muchas de estas mujeres cuentan con estudios superiores, los sectores en los que han conseguido trabajo son la hostelería y la limpieza.
673 niños muertos
Lylak reconoce que siente «miedo e incertidumbre» ante el nuevo escenario que vive la guerra por la intervención de Donald Trump. «Ahora nadie sabe lo que puede llegar a pasar», lamenta. Casi 1.100 días después de que estallara el conflicto, las bajas en ambos bandos se acumulan y el nuevo inquilino de la Casa Blanca ha impulsado unas negociaciones unilaterales con el objetivo de sacar beneficio. Al menos 12.654 civiles han muerto en la guerra desde su inicio en febrero de 2022, 673 de ellos niños, mientras que los heridos ascienden a 29.392, según la Oficina de la ONU para los Derechos Humanos.
El presidente estadounidense, que prometió acabar con la guerra en 24 horas, ha virado la posición histórica de su país, dando la espalda a Europa y presentándose como un aliado de Rusia. Tras la primera llamada a Putin, asumió las peticiones rusas como requisitos indispensables para el alto al fuego y apartó a Europa y a la propia Ucrania de las negociaciones. Para Moscú, esto supuso un triunfo al entender que esta nueva alianza forzará la rendición de Ucrania. Trump, por su parte, espera obtener ganancias económicas, incluyendo el acceso a recursos minerales estratégicos en Ucrania, como las tierras raras, para la explotación de empresas estadounidenses.
Voluntarios aquí y allá
«Los ucranianos están que trinan. Trump quiere la esclavitud de Ucrania. Ahora vemos que el fin de la guerra está más lejos que nunca», señala Victoria Kulazhenko, una ucraniana que reside en Canarias desde hace 16 años y cuyo papel como voluntaria fue fundamental para traer hasta las Islas a decenas de familias desplazadas. «Cuando estalló la guerra pasé días llorando y sin querer comer. Mi madre estaba en Kyiv y la chica que la cuidaba salió del país. Tuve que buscar voluntarios que le llevaran comida y la atendieran, porque ella no se podía mover. Para mí ha sido muy duro no poder despedirme de mi madre porque el país está en guerra», explica emocionada Kulazhenko.
Pocos días después de que empezara la invasión rusa, esta ucraniana voluntaria se movilizó. «Cuando no me quedaron más lágrimas decidí que tenía que hacer algo», detalla. A través de diferentes redes sociales en las que los desplazados buscaban información sobre a dónde podía ir, le llegaron miles de testimonios de familias que necesitaban ayuda. Con poco más que lo puesto, muchas pasaban días en estaciones de Polonia buscando una salida.
«Trump quiere la esclavitud de Ucrania. Vemos el fin de la guerra más lejos que nunca»
Con su propio dinero y el de otras personas que se sumaron a la causa empezaron a comprar billetes de avión a madres con niños pequeños. La mayoría de ellos fueron a Tenerife, pues era el destino más barato en aquel momento. Después, coordinaba su acogida con Cruz Roja y CEAR, que se encargaban de recogerles en el aeropuerto y de darles cobijo. Durante un año, la casa de Kulazhenko se convirtió en un almacén. Recogía todo lo que podía para repartirlo entre las personas que iban llegando. «Venían muchas madres y no tenían ni pañales para sus hijos», rememora.
A partir del segundo año, la situación se estabilizó. Ya no recibía tantas peticiones de ayuda y la llegada de nuevas familias se frenó, pero la actividad de Kulazhenko no ha cesado. Además de seguir apoyando a los desplazados que se han arraigado en las Islas, ha colaborado para que varios jóvenes heridos en el frente puedan venir a Canarias a operarse y recuperarse de las heridas de guerra.
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