El pergamino de Clío

Historia de los días festivos

Historia de los días festivos

Historia de los días festivos

lara de armas moreno

Desde siempre, el ser humano ha celebrado diferentes aspectos religiosos y culturales con el fin de evadirse de la cotidianeidad. Con el tiempo, estas celebraciones pasaron a fijarse en el calendario para ayudar a generar una sensación de unidad y permanencia. 

Los días hábiles e inhábiles podemos encontrarlos desde el siglo V a.C. en el Derecho romano, que distinguía los dies fasti, propicios frente a las divinidades, y los dies nefasti, que eran decididos por el colegio de pontífices. 

En el siglo V d.C. el Código de Justiniano dedicó un título a sistematizar las leyes sobre los días feriados. Se declaraban como tal los domingos, aunque los trabajadores agrícolas podían llevar a cabo sus labores con normalidad. También se fijaron una serie de fiestas de la tradición romana como el cumpleaños del emperador, el año nuevo, fiestas de julio o el aniversario de la fundación de Roma. Con la cristiandad llegaron la Natividad, la Epifanía, Semana Santa y Pascua y también las vindemiales feriae, además de dos meses de vacaciones para superar el calor estival.

A lo largo del medievo encontramos las fiestas religiosas señaladas por la Iglesia, más siete días antes y después de la Navidad y después de Pascua de Resurrección, más tres días después de Cincuesma, y las fiestas civiles, establecidas por reyes y emperadores para conmemorar cumpleaños, matrimonios, victorias militares, etc. También existían las fiestas comunales: dos meses para la recolección. A finales del siglo XV, España contaba con alrededor de cincuenta días festivos anuales y en América tenían una media de 52 festivos a los que se solían sumar vísperas y domingos. Pero siempre hay un aguafiestas y el papa Urbano VIII mandó redactar la bula Universa per orbem por la que la Santa Sede se reservaba la autoridad de cancelar o proponer las festividades. Llegaron a la conclusión de que no debía haber más de 38 festivos por diócesis. Como es de esperar, no tardaron en ignorar las normas de Urbano y, con el tiempo, el número de fiestas volvió a incrementarse. En 1673 España incluyó la fiesta de San Fernando, en 1677 la de San Agustín y en 1722 la de San Antonio de Padua. Por si fuera poco, en 1708 toda la cristiandad adquirió la festividad de la Inmaculada Concepción. 

Ya en el siglo XVIII, intelectuales y eclesiásticos comenzaron una campaña para reducir las fiestas ya que las consideraban un freno para el progreso económico del país, lo cual no era nada descabellado si tenemos en cuenta que, para entonces, uno de cada tres días al año era festivo. Era complicadísimo hacer funcionar un país cuando la mitad del tiempo los funcionarios estaban de fiesta y las fábricas se encontraban cerradas. De este modo, para 1728, Benedicto XIII ya había reducido los festivos a 19 a los que se sumaba el patrono de cada lugar. 

Pío debe ser sinónimo de cascarrabias ya que fueron tres los papas que, portando este nombre, más cargaron en contra de los días festivos. El primero fue Pío VI, que en 1791 intentó reducir las fiestas a 12 sin éxito. En 1867, Pío IX le pidió a su predecesor que le sujetara la copa y decretó la suspensión de la obligación de acudir a misa en las fiestas, eliminando así su consecuente descanso laboral. También eliminó otras festividades, dejándolas en un total de 15 más las fijadas por cada diócesis. Pero fue el tercero, Pío X, el que más en serio se lo tomó, emitiendo en 1911 un motu proprio, el Supremi disciplinae, en el que redujo las fiestas de precepto a ocho. Pocos meses más tarde, el Gobierno español las aumentó a 14. Finalmente, en 1917, el Derecho Canónico fijó que todas las fiestas eclesiásticas fueran diez en total más los domingos. Esto se ratificó en el Código de 1983 que sigue en vigor.

Con el triunfo del franquismo, los festivos cambiaron, ya que Franco pretendía conmemorar su victoria y constituir una nueva identidad nacional estrecha a la unión militar y católica. Ejemplo de ello fue el día de la Victoria del 18 de julio, el Día del Caudillo, de culto a la personalidad del dictador, que se celebraba el 12 de octubre y el día de los Caídos, para recordar a los muertos «por Dios y por España». Al morir el dictador, se decantaron por recuperar fiestas laicas como el Carnaval o el Primero de mayo, reivindicativo de los obreros. 

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