Los movimientos migratorios son intrínsecos al ser humano, pero detrás de esos flujos hay tantos motivos como historias personales. La mayoría tienen en común factores como escapar de la inseguridad y la hambruna, eludir violaciones de los derechos humanos o la búsqueda de oportunidades, a lo que en los últimos tiempos se han sumado razones medioambientales. El número de personas que migra a lo largo del planeta supera los 281 millones, una cifra que representa aproximadamente el 3,5% de la población mundial, según la última estimación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Canarias es refugio de una pequeña parte de los migrasteis que abandonan el continente africano con el objetivo de alcanzar Europa. En lo que va de año, el Archipiélago ha batido récord de llegadas, pues ha acogido ya a más 32.500 personas. Cuando se aborda el tema de las migraciones, el punto de partida habitual son las estadísticas, pero ¿cómo es el contexto del que huyen los migrantes? ¿Cuál es el germen que les empuja a salir? ¿Qué repercusiones tiene la pérdida de población? ¿Por qué no se quieren quedar en sus países de origen y prefieren jugarse la vida en el mar? La huella que ha dejado el modelo colonialista en los países del continente ha impulsado economías débiles y dependientes, que les impiden consolidar unas bases sobre las que industrializar el país y crear oportunidades para retener a los jóvenes, según señala Jaume Portell, periodista especializado en economía y relaciones internacionales, con especial conocimiento en el continente africano.
¿Por qué no se quedan en África? «La mayoría de los migrantes habría deseado quedarse», afirma Portell. A su juicio, el mundo está construido de una manera que les impide quedarse en sus países de origen, pues el patrón de las relaciones comerciales se basa en un modelo colonial. «Un país que vende sus recursos naturales sin procesar, sin un valor añadido, y que necesita comprar fuera todos los productos manufacturados siempre va a ser pobre, porque siempre tendrá déficits comerciales», sostiene Portell, autor del libro ¿Por qué no se quedan en África?. Para salvar los muebles y arreglar el roto que deja ese patrón en las arcas estatales necesitan pedir dinero a terceros países o bancos internacionales, que se lo prestan bajo unos tipos de interés prohibitivos. Así, los prestamistas tienen autoridad para presionar e influir sobre la gestión de la economía local, algo que Portell subraya «ocurre con la mayoría de los países africanos».
Intereses europeos. Los intereses económicos de Europa en África pasan por perpetuar el modelo colonial. Portell pone como ejemplo a Senegal, que si contara con una industria propia para fabricar coches, procesar mango o elaborar mermelada y tuviera una agricultura mecanizada, no tendría gas y petróleo suficiente para alimentar sus fábricas y, además, vender esa energía a Alemania. «Nos preguntamos repetidamente qué sería de África sin Europa, sin las oenegés, los cooperantes y las ayudas internacionales; pero la pregunta debería ser qué haría Europa sin África», apunta el periodista, porque Europa cuenta con mucha industria, pero no tiene petróleo. España consume 1,2 millones de barriles de petróleo al día, de los que el 94% se importa y el 30%, aproximadamente, procede de África. «Somos adictos a una sustancia que no poseemos y que no podemos fabricar», destaca Portell, quien presentó su libro esta semana en Casa África.
Herederos del colonialismo. El economista senegalés Ndongo Samba Sylla detalla que el colonialismo no solo se aplica a la fuerza, sino que también se puede ejercer a través de herramientas como la moneda. El caso de Senegal, destaca Portell, es que tiene que pagar su deuda en dólares o euros, monedas que no fabrica en el país. Y, ¿cómo puede conseguir dólares y euros? Siguiendo las instrucciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) que le incita a producir determinados cultivos, exportar su producción y ganar dinero con el que hacerse cargo de la deuda. «Para industrializar un país se necesita mucho capital inicial y un apoyo claro del Estado, pero las políticas que el FMI recomienda van en la dirección justamente contraria», subraya Portell y añade que esa vía impide a los países africanos sacar más beneficios de sus recursos naturales una vez procesados. Este especialista en economía y relaciones internacionales también pone el foco en el juego que hacen desde el FMI para reventar el mercado y bajar los precios de las materias primas. El FMI, según detalla, recomienda cultivar un determinado producto a varios países africanos en una misma temporada pero, al haber plantado todos el mismo alimento, cuando llega la cosecha al mercado la oferta es mayor que la demanda, con lo que los países productores ganan muy poco dinero para pagar su deuda, mientras que los países compradores logran mejores precios. «Los ciclos económicos siguen funcionando de una manera bastante similar a la que funcionaban durante el colonialismo y no le dejan abrir una ventana para saltar hacia el desarrollo industrial», apunta Portell.
Romper lazos. Las relaciones históricas de muchas naciones africanas con su antigua metrópoli, Francia, se están desmoronando como un castillo de naipes. Los golpes de Estado que se han encadenado en los últimos años en Malí, Chad, Guinea Conakry, Sudán, Burkina Faso y Níger, la expulsión de tropas europeas que llevaban décadas luchando contra el avance del yihadismo y los nuevos vínculos que están tejiendo con Rusia son muestra de que en África se están produciendo movimientos telúricos. Estos países envueltos en la inestabilidad están ubicados en la zona oeste del Sahel, zona de influencia de la ruta canaria. «Cada vez más africanos miran hacia Asia, porque las historias de colonialismo ya se vivieron en ese lado del planeta», alega Portell. La ruptura de las cadenas invisibles pasa, a su juicio, por mejorar la productividad de la agricultura y crear bases sólidas sobre las cuales edificar un tejido industrial, con lo que el modelo chino es una fuente de inspiración para África. El problema, señala Portell, es que estas economías gastan más de lo que producen y así no logran consolidarse para avanzar.
Repercusión de la migración en la economía de los países de origen. La salida de miles de africanos hacia Europa deja una huella negativa en la economía local. La mayoría son personas jóvenes y muchas de ellas con formación, lo que implica que el país ha invertido en su preparación, pero cuando llega el momento de devolver esa inversión a la sociedad el talento se ha perdido. Si bien, la diáspora también tiene un impacto positivo en la economía de sus países de origen, pues en Europa ganan un salario en euros y mandan remesas a sus familias. En el caso de Senegal, ese dinero supone el 9% del Producto Interior Bruto (PIB) y en Gambia la cifra alcanza el 25%. Uno de cada cuatro euros que se mueven en la economía gambiana procede de dinero que envían los migrantes a sus familias. «A los gobiernos, en parte, les conviene que esos jóvenes abandonen el país, porque podrían ser muy ruidosos desde la oposición política y, además, envían dinero, que se traduce estabilidad para las familias», relata Portell. Sin embrago, detalla que quienes emigran también se cansan de pagar, ver que todo funciona mal y que el país no avanza, con lo que muchos acaban financiando partidos de la oposición para tratar de influir políticamente.
Precio de los alimentos. La guerra de Ucrania disparó hasta cifras récord el precio mundial de los cereales –producto básico en la alimentación de los países africanos– lo que encareció el coste de la vida y asfixió a las familias que ya vivían en condiciones extremas. Ahora, Rusia está copando el mercado de trigo y contribuye a la bajada de precios, una medida con la que Moscú corteja a sus aliados africanos, a los que incluso envió cereales de forma gratuita. Aún así, explica Portell, los precios de los alimentos siguen disparados en Senegal, porque todo es importado y depende del coste de la gasolina y del flete. «Ese ha sido uno de los aceleradores de la marcha de mucha gente del país», concluye el periodista especializado.
«La crisis de Senegal acaba de empezar y hay que poner el foco en los próximos comicios de febrero»
Crisis de Senegal. A pesar de ser una de la democracias más estables de África, el escenario político de Senegal se tambalea desde que en junio se dictó sentencia contra el líder de la oposición, Ousmane Sonko, por corrupción de menores, lo que cortó de raíz sus posibilidades para postularse a la presidencia en las elecciones de febrero de 2024. Esa chispa incendió a la ciudadanía, que ya vivía en un clima de inestabilidad y precariedad, con lo que muchos jóvenes optaron por migrar en cayuco hacia Canarias. «Creo que la crisis de Senegal acaba de empezar y hay que poner el foco en los próximos comicios», apunta Portell, quien señala que habrá que ver si se convocan las elecciones y si el partido de la oposición se puede presentar, aunque sea con un candidato alternativo a Sonko, para después valorar los resultados y palpar el clima entre la ciudadanía. Esa inestabilidad que se prolongará en el tiempo hace presagiar que la llegada de cayucos a través de la ruta canaria no cesará, a pesar de que la travesía en los meses de invierno sea más dura y peligrosa.
Más allá de la economía. ’A los motivos económicos que afectan a la práctica totalidad del continente, se suman las circunstancias particulares de cada uno de los países emisores de migrantes. Quienes llegan a Canarias lo hacen mayoritariamente desde países como Marruecos, Sáhara Occidental, Senegal, Gambia, Malí y Costa de Marfil. Así como la crisis política y social de Senegal ha propiciado que el archipiélago bata récord de llegadas, la falta de oportunidades en Marruecos ha hecho que muchos jóvenes opten por trasladarse hasta Europa. En Malí la expansión del yihadismo y la inestabilidad tras una sucesión de golpes de Estado ha impulsado a numeroso ciudadanos a migrar y, aunque la gran mayoría se desplazan de forma interna, otros muchos eligen la ruta canaria para buscar un futuro mejor. Además, la sequía y la falta de alimentos que azota Costa de Marfil y que se ha recrudecido en los últimos años ha obligado a muchas familias a mirar al exterior.
Imitación. Otro factor social que impulsa a los jóvenes africanos salir de sus países es la imitación. «Para los migrantes, los primeros años en Europa son muy duros, sin papeles, sin trabajo... pero una vez estabilizados, cuando empiezan a cobrar un sueldo en euros se convierten en la persona más rica de su pueblo», detalla Portell. La familia que recibe ayuda económica desde algún país europeo puede acceder a la electricidad y tener una televisión, enviar a sus niños a una escuela privada y compra ganado. Esa mejora económica es visible para los vecinos y eso anima a sus hijos a jugarse la vida a bordo de una embarcación precaria para mejorar su nivel de vida. El sueldo más habitual en Dakar oscila entre los 100 y los 150 euros y el precio de los billetes para subirse a un cayuco es de unos 800 euros. Hace dos años el coste rondaba los 400 euros, pero la alta demanda y la subida del precio de la gasolina ha encarecido el coste del viaje. «Sin duda es una gran inversión para una familia, pero saben que les compensará», concluye el periodista.
Portell explica que «un país que vende sus recursos naturales sin procesar siempre será pobre»
Jaume Portell (Vilassar de Dalt, Barcelona, 1992) es periodista especializado en economía y relaciones internacionales, con un énfasis especial en el continente africano. Desde Senegal y Gambia ha colaborado con diferentes medios de comunicación y en 2018 ganó el X Premio de Ensayo de la Casa África con Un grano de cacao, una reflexión sobre la agricultura africana y su rol en la industrialización del continente. Esta semana presentó en Casa África su libro ¿Por qué no se quedan en África?, en el que explica qué motivos han conducido a senegaleses y gambianos a abandonar sus países de origen. Portell destaca el impacto que tiene el modelo colonialista en la economía de los países africanos, ricos en recursos naturales, pero sin la posibilidad de construir un tejido industrial que les permita manufacturar las materias primas para añadirles valor económico y así sacar mayor rendimiento.