Pleno del parlamento de canarias | La Cámara enfila el final de legislatura

Fin de curso

Por la Cámara aparecieron 58 de los 70 diputados que la integran: la convocatoria era urgente pero el lleno no imprescindible

Nira Fierro y Sebastián Franquis, ayer, en los pasillos de la Cámara.

Nira Fierro y Sebastián Franquis, ayer, en los pasillos de la Cámara. / María Pisaca

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Fue el de ayer un pleno extraordinariamente ordinario u ordinariamente extraordinario destinado a cortar los flecos legislativos –convalidaciones de decretos gubernamentales, que es una enfermedad crónica de aqueste Ejecutivo, y flamantes leyes para hacernos felices aunque no comamos perdices– que quedan antes del debate sobre el estado de Canarias –por otros llamado pomposa y estúpidamente debate sobre el estado de la nacionalidad–. Por la Cámara aparecieron solo 58 de los 70 diputados que la integran: la convocatoria era urgente pero el lleno no imprescindible. Antes de comenzar la sesión, como es costumbre, sus señorías desayunaron en las cafeterías cercanas al Parlamento, y en una terraza Ángel Víctor Torres departía sin tomar asiento con el consejero de Obras Públicas, Sebastián Franquis. El presidente parecía muy pesaroso e irritado mientras desgranaba algún argumento y el consejero asentía con cuidado, como con miedo a romperse el cuello. En todas las mesas y barras las conversaciones giraban sobre lo mismo: el desarrollo del llamado con escasa imaginación bautismal caso Mediador. Tanto en los croasanes de la mayoría parlamentaria como en las pulguitas de la oposición el análisis devenía similar. Si el Gobierno no precisaba mucho más, si era incapaz de establecer con solemnidad que no se descubrirían nuevas ramificaciones de las actividades de los Fuentes en el Ejecutivo es porque, simplemente, no saben si existen. Y como no lo saben –por el momento– callan o barajan obviedades para consumo inmediato de los plumillas. Antes del desayuno José Miguel Barragán ofreció una rueda de prensa donde dijo cosas grandiosas sin decir tampoco grandes cosas. Solo exigir (bastante comedidamente) explicaciones y responsabilidades políticas al presidente Torres y su equipo. Barragán –con toda seguridad deliberadamente– no hizo un análisis político o judicial de la situación. Solo expresó píos deseos democráticos con la expresión de un prócer quizás bajito, pero sin duda augustamente preocupado. Hasta que llegue el momento de la crucifixión bajo lenguas de fuego.

Con la barriga llena y el corazón contento sus señorías ocuparon sus escaños y se encararon con la convalidación de decreto ley por el que se modificó el IRPF y se llevó a cero el IGIC para el combustible y otros bienes en las explotaciones ganaderas, que han caído como moscas gracias al covid primero y al Gobierno después. Por supuesto se produjeron alusiones –no demasiado explícitas– a la trama de los Fuentes y el generalote de la Guardia Civil entorchado con viagra. Como en otras ocasiones la coalicionera Socorro Beato se quejó del abuso del decreto ley, pero anunció el voto favorable de su grupo porque le habían aprobado un par de enmiendas. En su escaño Torres no dejaba de consultar su móvil –lo mismo hacían su vicepresidente, Román Rodríguez, y su consejera de Derechos Sociales, Noemí Santana– y parecía muy irritado y pesaroso. Por lo demás el pleno transcurrió con las mismas figuras y tropos que ya conoce el improbable lector de estas crónicas. La grosería de Manuel Marrero, único diputado que jamás saluda a la diputada Rosa Dávila cuando ejerce la presidencia provisional de la Cámara, porque a su gusto es demasiado de derechas. La tendencia al resfriado de Fernando Enseñat y la mala costumbre del grupo parlamentario del PP de hablar continuamente como si estuvieran en una boda en el Bodegón Juanito. La inactividad mineral de la exalcaldesa Patricia Hernández, busto mudo y dentudo sobre el escaño. La expresión de permanente cólico nefrítico de María Esther González, hoy más calmada porque no tenía que hacer la apología de madre amantísima a Román Rodríguez. La sonrisa jocunda pero siempre un punto desesperada de José Alberto Díaz Estébanez. Lucas Bravo de Laguna esperando a que termine la legislatura, tal y como lleva desde el verano de 2019, mientras los diputados de CC lo saludan como si fuera el deudo de sí mismo en su propio entierro. Ricardo Fernández de la Puente subiendo y bajando de la tribuna como quien va y vuelve al fin del mundo y al que todos los diputados llaman ya don Ricardo, siniestro augur de su futuro político. A pesar de los pesares entre sus señorías se aprecia una fraternidad, entre pueril y cínica, de camaradas en fin de curso. El cronista está seguro de que si los metieran en una guagua terminarían cantando coralmente Para ser conductor de primera/acelera, acelera. Casi al final de la sesión Poli Suárez –que sería un buen diputado si no se empeñara en parecer buena gente– se sentó en el banco azul junto a Sebastián Franquis, un consejero no demasiado divertido, y consiguió sacarle algunas risas.

También se debatió mínimamente una modificación de la ley del Suelo y los Espacios Naturales Protegidos de Canarias y la incorporación de una disposición transitoria vigesimoquinta relativos a los planes de ordenación de los recursos naturales. La oposición ironizó sobre los reiterados anuncios del Gobierno desde 2019 de derogar o sustituir la ley del Suelo, y la portavoz del PP, Luz Reverón, le exigió al Ejecutivo que «vuelva a usurpar la potestad legislativa que corresponde a este parlamento y no al Gobierno». Respecto a lo segundo los socialistas se limitaron a sonreír, y en cuanto a lo primero, aseguraron que el Gobierno está trabajando para sustituir la clavijista, es decir, nefanda ley del Suelo. Le quedaría un mes para hacerlo. Por último se aprobó definitivamente la ley de Políticas de Juventud de Canarias. Servidor no la ha leído, pero su denominación es harto curiosa. Una ley no diseña ni establece políticas: regula un espacio normativo de derechos y deberes, procedimientos y relaciones administrativas. Las políticas públicas son el conjunto de programas e intervenciones de un Gobierno concreto que, por supuesto, deben ajustarse a lo establecido por las leyes. Parece como si Podemos, con esta nueva ley, como con la llamada ley del Sector Cultural de Canarias, quisiera regimentar las futuras políticas públicas en materia de juventud o cultura. No suelen ser herramientas demasiado eficaces ni eficientes. Pero, por supuesto, fue votada favorablemente por todos los diputados en una unidad que se antoja ligeramente enigmática. El portavoz de CC Jesús Machín, uno de los mejores nuevos diputados en esta legislatura, contó que en el trámite de la ley la mayoría le aprobó solo una enmienda, y otras dos transaccionales. ¿Y si solo te aprueban una enmienda, por qué votas la ley? Lo mismo ocurre con el PP. Tanto los nacionalistas como los conservadores han votado varias leyes, simplemente, porque temen quedarse solos. Temen ser acusados de marginarse de un supuesto avance legislativo. Es una actitud que denota una escasa convicción parlamentaria y una inseguridad política que deberían hacérsela ver, tanto para las próximas semanas como para los próximos años.

Todos los representantes de la mayoría se pusieron a recitar al unísono Juventud, divino tesoro, con más sentimiento que ritmo. El canarista Luis Campos nos confesó que se sentía joven, un torete, aunque fuera un cincuentón. Melody Mendoza dijo que, bueno, era todavía joven, apenas 34 años, y animó a pibes y pibas a luchar por sus sueños y cumplir sus deseos, pero resulta francamente difícil que todos puedan conocer a Casimiro Curbelo. David Godoy, ex secretario general de las Juventudes Socialistas, detalló que los jóvenes isleños habían vivido durante décadas en un infierno, pero ahora tienen una ley para construir un presente y proyectarse al futuro. Qué guay. Al final, constatada la unanimidad, se prorrumpió en atronadores aplausos, dirigidos a la directora general de Juventud, Laura Fuentes, sus técnicos y representantes de organizaciones juveniles canarias, que colmaban la tribuna de invitados de la Cámara. Se marcharon los pibes y pibas y después los mayores, en cuanto Gustavo Matos levantó la sesión. En el salón de plenos, sin embargo, Ángel Víctor Torres permaneció hablando unos minutos con algunos diputados socialistas. Parecía serio, pesaroso, contenidamente irritado. Durante unos segundos calló y todos lo escrutaron, esperando una señal. Pero se rascó la cabeza y habló de otra cosa. Y todos respiraron.

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