El IGN empaca la base al pie del volcán tras un año del fin de la erupción

Los científicos del Instituto Geográfico Nacional exponen que el pequeño centro temporal en La Palma «ya no tiene razón de ser»

Base temporal de vigilancia del Instituto Geográfico Nacional en la plaza de Tajuya, en La Palma. | | E.D.

Base temporal de vigilancia del Instituto Geográfico Nacional en la plaza de Tajuya, en La Palma. | | E.D. / Luis G. Morera/Efe

Cuando se cumple un año desde que acabó la erupción de La Palma, el Centro Temporal de Vigilancia Vulcanológica, ubicado bajo la plaza de Tajuya, está siendo recogido por científicos del Instituto Geográfico Nacional (IGN) ya que, según explica el vulcanólogo Stavros Meletlidis, «ya no tiene razón de ser». Este pequeño centro, con ventanales hacia el cono volcánico, ha sido la base operacional del personal del IGN durante el último año y tres meses. Desde ella organizaban los equipos de trabajo y «servía para atender rápido lo que estaba pasando», expone Meletlidis, que recuerda que llegaron a estar trabajando hasta 14 científicos en los primeros días de la emergencia.

Aunque ya no exista un centro de vigilancia como tal, el IGN mantiene activos todos los equipos de medición instalados durante y después de la erupción, que conforman una red formada por 10 sensores sísmicos, nueve de GPS, tres inclinómetros, un gravímetro y cuatro estaciones de geoquímica, cuyos datos seguirán siendo analizados.

«Hemos alargado la vida útil de este centro porque debido a la cercanía de la erupción a la población seguimos viniendo con frecuencia, pero este espacio se ha convertido cada vez más en un punto de almacenaje de equipos que un punto de vigilancia volcánica», explica el vulcanólogo del IGN.

Con la perspectiva del tiempo que da el año que ha pasado desde el final de la erupción, los tres científicos presentes en el último día del centro de vigilancia, Itahiza Domínguez, Stavros Meletlidis y Jorge Pereda, «veteranos» de la erupción en El Hierro, reflexionan sobre lo que significó para ellos el volcán en La Palma.

Meletlidis resume los meses de erupción como días de «mucho estrés», confiesa, «aunque no agobio», ya que la dinámica del día a día era de búsqueda de respuestas y aparición de nuevas preguntas que, además de aportar un gran aprendizaje para los científicos, les mantenía en un estado de «estrés contínuo».

El sismólogo Itahiza Domínguez suscribe las sensaciones de Meletlidis, y añade a la carga de trabajo generada por la emergencia, la atención a los medios de comunicación para ofrecer datos, recomendaciones y combatir la desinformación. «En el IGN recibíamos 30 o 40 solicitudes de declaraciones al día, y al principio de la erupción muchos más», recuerda. «El ser capaz de transmitir la información de manera correcta generaba mucho estrés, no puedes equivocarte un día, había que seguir las directrices marcadas por el Pevolca, y nosotros somos científicos, no comunicadores», relata Domínguez, que junto a Meletlidis, Rubén López y «las jefas» Carmen López y María José Blanco, atendían a las preguntas de periodistas día tras día.

Un fenómeno extraordinario

Para Jorge Pereda, especialista en control de deformaciones, lo más llamativo fue «la normalización de un fenómeno extraordinario como fue la erupción», ya que su primer turno de trabajo en La Palma fue con la erupción ya en activo y se encontró con sus compañeros acostumbrados a las explosiones, terremotos y demás condiciones que se daban a diario. Pereda compara la erupción de La Palma con otras emergencias en las que ha trabajado, como la erupción submarina frente a la isla de El Hierro en 2011 «donde el mar se veía verde y habían terremotos sentidos, pero aquí era como vivir en una película, era adrenalina pura», comenta.

Los tres científicos además, concuerdan en una afirmación: «la erupción de La Palma ha sido la experiencia más definitiva que ha vivido el IGN», ya que, como apunta Meletlidis, «aquí ha habido de todo, afección a la población, a infraestructuras, presencia de gases y sobre todo duración en el tiempo».

«En Europa, si no contamos la catástrofe de Chernobyl, no creo que haya una catástrofe natural que afectara a la población que haya durado tanto tiempo», teoriza el geólogo griego, «porque ya sea riadas, inundaciones o incendios, nada ha durado tanto tiempo con la población tan cerca».