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Crónica parlamentaria

Política para trenzar redes

Román Rodríguez huele folios mientras escucha a la oposición. María Pisaca

¿Para quienes hablan, discursean, disertan, peroratan consejeros y diputados? Antes, no hace demasiado tiempo, para los medios de comunicación. Los medios de comunicación cumplían una labor de intermediación legitimada (y crítica) entre el discurso político y los ciudadanos, como entre cualquier acontecimiento noticioso y los lectores, oyentes o televidentes. Pero eso ha desaparecido. Como en estos papeles se ha comentado alguna vez, los periodistas ya apenas visitan el Parlamento de Canarias, una anomalía territorial, por cierto, para cualquiera que se dirija al Parlamento catalán, las Cortes Valencianas, el Parlamento vasco o la Asamblea de Madrid. Ni siquiera las cadenas públicas de televisión y radio asoman demasiado su cariñoso e imparcial hocico por la Cámara. ¿Para qué siguen entonces los diputados? Pues para sí mismos, por supuesto. Y literalmente. Hablan para galvanizar a sus tropas pero, sobre todo, los plenos y comisiones parlamentarias se han transformado en instrumentos de producción de contenido audiovisual para las redes sociales de políticos, grupos parlamentarios y partidos. Todavía peor: los periodistas toman estos contenidos y sobre los mismos, y con la ayuda de los antiguos y entrañables comunicados de prensa, construyen menesterosamente sus informaciones. Quien más sufre con esta perversión, por supuesto, es algo que cada vez interesa menos a la mayoría de los políticos y a demasiados periodistas: la verdad. La verdad siempre es un borrador. Va perfilándose con más informaciones, con más relaciones, con más contexto verificativo. Cuando trabaja con productos prefabricados – básicamente vídeos editados y notitas puestas en circulación con la máxima rapidez– para construir su noticia el periodista está autentificando un acto de marketing político como la verdad. Y desde otro punto de vista, por supuesto, el político puede olvidar, puede mentir, puede contradecirse incansablemente. Ya lo editarán como es debido los profesionales que gestionan sus redes sociales.

Es muy desagradable decirlo, pero Román Rodríguez, por ejemplo, es técnicamente un mentiroso. Ayer, en el debate de primera lectura del proyecto de ley de presupuestos generales de Canarias para 2023, mintió hasta quedar casi exhausto. Y se contradijo. Y transmitió cifras distintas en varios momentos de una misma intervención como si fueran intercambiables. Todo eso le importa menos que lo compacto de su peinado de sexagenario vigoréxico o lo bien planchadita que lleve la corbata. La exhibición fue tan asombrosa que José Miguel Barragán, el portavoz de CC, no pudo menos que llamarle la atención. «¿Se está usted olvidando de las cosas, necesita alguna pastilla?», preguntó irónicamente. Da lo mismo. Tanto el PP como Coalición habían presentado sendas enmiendas a la totalidad que Rodríguez se dedicó a fulminar bailando su habitual danza de guerra progresista contra los espíritus malignos que moran en la derecha. El combate de las fuerzas del bien –los humanos socialistas, los elfos de Nueva Canarias, los medianos de Podemos y los enanos de Casimiro Curbelo– contra los oscuros hechiceros de CC y los repulsivos orcos del PP. Seguro que el lector sabe cómo termina la película. Rodríguez también y no se cansa de contarlo. Ganan los buenos.

También es habitual del vicepresidente y consejero de Hacienda contarle al respetable que los gobiernos tienen ideología, tienen valores y tienen principios, una sutil verdad en la que nadie, hasta la fecha, había reparado: que le manden un wasapp al profesor Przeworski para que se entere. Los gobiernos tienen principios ideológicos y los de Rodríguez y sus compañeros son los principios (y los finales) correctos. ¿Y qué es lo más importante? Lo más importante, obviamente, no es la situación económica, que al vicepresidente le trae un poco a beneficio de inventario. Si se vienen más turistas y se crea empleo – su horrorosa calidad en un medio altamente inflacionario obviamente ni fue mencionada– ya vamos servidos. Lo que le interesa al señor Rodríguez es la justicia social y por eso su proyecto presupuestario para el 2023 se eleva a 7.478 millones de euros, un 31,2% más que el todavía en vigor. Desgranó los capítulos, colocó grosso modo las grandes cifras en políticas sociales y asistenciales, se lanzó a comparativas con Madrid, ensalzó los cien millones de euros a los que ascenderá el «alivio fiscal», de manera que cada contribuyente se verá beneficiado con un ahorro fiscal de 105 eurazos anuales, y rechazó la rebaja del IGIC «porque no afectaría a los consumidores».

El líder del PP, Manuel Domínguez, demostró de nuevo que es un orador de cierta eficacia y cada vez más incisivo, pero al que le pierden las ganas locas de enzarzarse en un duelo con el vicepresidente. Explicó las razones conservadoras para la enmienda a la totalidad, de las cuales dos resultaron particularmente interesantes: la ausencia de cualquier intento de racionalización del gasto –implícitamente: nada de reformas administrativas– y el peligro de financiar gastos estructurales con ingresos extraordinarios que pronto acabarán. Como siguiendo su vergonzosa costumbre Rodríguez se había puesto a juguetear con su móvil en vez de atender a su intervención con un mínimo de cortesía, Domínguez se detuvo, sacó su móvil del bolsillo y empezó a pulsar las teclas:

-Discúlpenme ustedes. Estoy mandándole un mensaje al señor Rodríguez para ver si puede escucharme. Espero que no le parezca grosero. Usted lleva aquí más de tres años siendo grosero con todo el mundo; en el peor de los casos yo solo lo he sido unos segundos…

Fue una ocurrencia muy festejada por los suyos pero que incluso provocó alguna sonrisa en los escaños de la mayoría. Domínguez no quería soltar la presa, que ya le escuchaba en el escaño, y le dijo que no era el más listo de la clase, pese a su hábito inveterado de dar lecciones enciclopédicas. Por último, recordó que Rodríguez, que se había pasado varios minutos hablando de los crueles ajustes presupuestarios y la austeridad feroz de los gobiernos de Mariano Rajoy, había apoyado los presupuestos generales de 2017. Los presupuestos más duros del marianismo, en efecto, los apoyó el diputado de Nueva Canarias Pedro Quevedo, y Román Rodríguez voló a Madrid para hacerse la foto con el presidente Rajoy. Lo más simpático es que Quevedo presumió durante años de haber sido el diputado 176 de esa mayoría a favor de los presupuestos de la derecha española. La réplica de Rodríguez fue apocalíptica. Lo del PP no era una enmienda a la totalidad, sino un alegato político ultraconservador, ultraliberal, ultrareaccionario. Domínguez es un ultra, el PP es un partido ultra, no les importa el sufrimiento, ni la injusticia ni nada y se postran ante los poderosos. Y ya está.

José Miguel Barragán es un orador más frío y calmado. También ha crecido como tal en los últimos años. Nada de combates personales, aunque corrigió varias de las evidentes falsedades de Rodríguez, como que su Gobierno nunca había devuelto dinero no gastado en Madrid. «Todos los años», apuntó el portavoz de CC, «han devuelto ustedes cantidades». Rodríguez lo negaba vehementemente desde su escaño y Barragán casi se encogió de hombros. «Pero si son datos de su departamento y de las memorias presupuestarias, hombre, ¿cómo lo va a negar?» El consejero de Hacienda parecía poseído por alguna entidad extraterrenal, pero Barragán continuó tranquilamente y esbozó las propuestas de CC en su enmienda a la totalidad: más ajustes fiscales coyunturales y ayudas a familias y empresas para «soportar la crisis inflacionista». También reprochó al Ejecutivo su brutal indiferencia para consensuar un presupuesto y citó una carta dirigida al presidente Ángel Víctor Torres con una invitación al acuerdo presupuestario y remitida hace varias semanas. Sin ningún resultado. Rodríguez aseguró que «las medidas fiscales de CC supondrían nada menos que 832 millones de euros» y eran, por tanto, «insumibles». «Nadie, en ningún país, desde ninguna fuerza política, propone lo que han propuesto ustedes», manifestó el consejero despectivamente. Por supuesto, las becas, ayudas por hijo, desgravaciones a las empresas y etcétera eran también de derechas. «Están pasándole ustedes por la derecha a la derecha española», sentenció el teólogo del progresismo gubernamental. Al final, como cabía esperar, las enmiendas a la totalidad fueron rechazadas por 36 votos en contra, 32 votos a favor y dos abstenciones. Y lo más sorprendente, el PSOE y Podemos aplaudieron calurosamente. ¿Pensaron por un momento en que iban a perder la votación? Probablemente no. Probablemente eran aplausos para sus cuentas en Facebook o en Instagram.

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