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Crisis migratoria | Del cayuco a la cooperación internacional
Crisis migratoria Zakaria Camara Responsable del proyecto de Migrantes de Cruz Roja en Níger

«Cuando decides emigrar no hay ningún riesgo que te frene»

Zakaria Camara en la terraza de Casa África, en la capital grancanaria. | |

Zakaria Camara (Beyla, Guinea, 1980) llegó a las costas de Lanzarote hace dos décadas a bordo de un cayuco. Cada paso que dio durante su viaje fue más difícil que el anterior, pero sostiene que los muchos peligros de la travesía no son suficientes para evitar que los jóvenes africanos emigren hacia Europa.

¿Cuando emprendió su proceso migratorio hacia Europa en 2002 era consciente de lo duro que iba a ser el viaje?

No. Pude emigrar gracias a la ayuda económica de una amiga que me dio dinero para que continuara mis estudios, pero decidí invertirlo en el viaje porque el nivel de paro de los estudiantes era casi del 100%. No sabía ni a dónde ir ni qué ruta coger. La única información previa que tenía era que debía llegar a Bamako [Mali]. Allí me encontré con un maliense con el que hice parte del viaje y nuestro objetivo era llegar hasta Rabat, donde vivía un tío suyo que era traficante.

¿Qué parte del viaje fue la más dura?

Lo particular de este viaje es que piensas que cada tramo es lo peor que te va a pasar, pero el siguiente siempre es peor. La primera regla que me explicaron es que no debía comer, para aparentar que no tenía dinero. En Mali coincidimos con migrantes que nos advirtieron de que los traficantes los habían engañado y que se habían quedado con todo su dinero. Esa gente se tuvo que quedar a trabajar, ganando no más de 7 euros al día, para volver a reunir 1.500 o 2.000 euros. En la guagua coincidimos con un comerciante muy honesto que también nos advirtió de los estafadores. Después hicimos parte del camino en su coche, aprovechando que él iba hacia la frontera con Argelia para hacer negocios. A partir de ahí seguimos nuestro viaje hasta Maghnia [Argelia]. El único sitio en el que se pueden quedar los migrantes en esa ciudad es en el vertedero, donde se constituyen grupos para seguir la ruta.

«Piensas que cada tramo es lo peor que te va a pasar, pero el siguiente siempre es peor»

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Ahí todavía estaban muy lejos de la costa oeste.

Sí. Desde ahí seguí hasta Rabat en taxi, pagando 200 dólares, y mi amigo fue caminando durante una semana, por 50 dólares. Nos encontramos unos días después en la capital de Marruecos. Pagué otros 1.200 dólares a su tío para que nos negociara el resto del trayecto. Hasta El Aaiún fuimos en un camión de vacas, con unas 80 personas. Unos vomitaban, otros se desmayaban... pensamos que iba a ser lo peor, pero nos equivocamos. Para llegar a la costa fuimos en coches 4x4 por el desierto y en la parte de atrás metían hasta 30 personas. Nos dejaron en mitad del desierto, con dos bidones de agua, sardinas y pan. Después de una semana, seleccionaron a los que iban a subir al cayuco. Viajé junto a otras 45 personas. Íbamos hacinados. Hay tantas muertes cerca de la costa porque en la barquilla pierdes toda la movilidad de tu cuerpo y si caes al agua no te puedes defender.

Cómo fue la llegada a Canarias.

Llegamos a Lanzarote y la policía nos estaba esperando. Pasamos una semana en un centro junto al aeropuerto y después nos trasladaron a Fuerteventura. A los pocos días me preguntaron a dónde quería ir y opté por Madrid. Nos llevaron en una avioneta hasta Madrid y ahí empezó una nueva vida. Desde que salí de mi casa hasta que llegué a mi destino final pasaron cuatro meses, pero hay gente que tarda años en completar su ruta.

«Se invierte mucho en poner freno a la inmigración, pero no se abordan las causas profundas»

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¿Le fue fácil integrarse una vez instalado en Madrid?

Los contactos de la persona que me acogió no querían que yo me quedara en Madrid, así que me fui a Almería, porque me dijeron que allí habría trabajo para mí. La realidad que me encontré en Roquetas de Mar es que el racismo era brutal, la gente cruzaba las aceras al verme. No me podía quedar allí y volví a Madrid. Un amigo me consiguió una documentación con la que podía trabar, pero con la identidad de otra persona a cambio de 200 euros al mes y la cotización en la Seguridad Social. Así estuve cuatro años. Primero como ayudante de los arqueólogos del Aeropuerto de Barajas y después en la construcción. En 2004 José Luis Rodríguez Zapatero impulsó una regularización extraordinaria y conseguí mis papeles. Cuando llegó la crisis pasé a trabajar con la Policía Nacional como intérprete y después con la ONG Habitáfrica.

¿Se sigue emigrando con tan poca información como lo hizo usted o se conocen los peligros de la travesía?

Pese a que hay más medios de comunicación y existen las redes sociales, los migrantes no cuentan con mucha más información que hace 20 años. Sí se sabe que pasar por Libia supone un riesgo y se evita la zona, pero no se difunden los peligros a los que uno se enfrenta por el camino. Aunque se conozcan los peligros, cuando decides emigrar no hay ningún riesgo que te frene. Uno de mis tíos era empresario y tenía posibilidad de ayudarme con el viaje, pero se negó. Para disuadirme me mostró en la televisión la noticia de un naufragio en el que habían muerto 106 personas. Mi respuesta fue rotunda. Yo sería el 107. Lo iba a intentar como fuese.

¿Cuando alguien emigra lo hace con la idea de volver, como ha sido su caso?

Siempre. Todos los africanos salen con la idea de mejorar su vida, para ayudar a su familia.

¿Qué labores realiza actualmente con Cruz Roja en Níger?

Tenemos programas de inmigración, de ayuda humanitaria, protección a los refugiados malienses y a los desplazados internos y vigilancia basada en el género. Además, acabamos de terminar un proyecto financiado por el Cabildo de Tenerife para la prevención del covid.

«Trabajé cuatro años con la identidad de otra persona a cambio de 200 euros al mes y la cotización»

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Desde el punto de vista de la cooperación internacional, ¿cree que la sociedad europea es realmente consciente de la emergencia humanitaria que vive el continente africano?

Se ve como un problema lejano. Los medios de comunicación no ayudan a transmitir correctamente lo que ocurre en África. Solo se habla del continente cuando hay algún problema, se produce un golpe de Estado o hay un atentado. Necesitamos más visibilidad de los problemas africanos, pero también de las riquezas del continente. Los ciudadanos europeos desconocen lo que pasa realmente en África y así es imposible que reaccionen. Se invierte mucho dinero en poner freno a la inmigración, pero no se abordan las causas profundas. Si se ponen barreras a los migrantes, buscarán rutas alternativas. Aunque sean más peligrosas o más caras. La base para evitar que muchos jóvenes se vean obligados a migrar es mejorar sus condiciones de vida.

¿Qué falla para que se consiga mejorar las condiciones de vida de los africanos?

Los proyectos de cooperación son una parte minúscula de lo que financia Europa en África. Habría que poner el foco en los acuerdos que se firman entre países. En parte, Europa teme el desarrollo de África, porque podría suponer un problema para las empresas que están afincadas en el continente, extrayendo recursos y pagando salarios muy reducidos a su mano de obra. A esto se suma que muchos dirigentes africanos no miran por su pueblo, sino que apuestan solo por sus intereses personales.

¿Qué le parece que se desate una ola de solidaridad con el pueblo ucraniano y no ocurra lo mismo con los migrantes africanos, pese a que muchos de ellos también huyen de una guerra?

Europa tiene una doble vara de medir. En Ucrania también hay africanos y les caen las mismas bombas, pero los países europeos no les ofrecen ninguna facilidad para lograr ni el permiso de residencia ni de trabajo.

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