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El último destino antes de asaltar la ruta europea

Mauritania es el último país de una larga ruta migratoria que empieza en Senegal, Mali, Chad, Sudán o Costa de Marfil. Si quienes la recorren no pueden conseguir una oportunidad para quedarse en Nuakchot o en Noadibú, las dos ciudades más importantes del país africano, huyen por las costas o por el desierto para emprender un penoso viaje hacia Europa. También hay niños en esas barcazas, víctimas de abusos y privados sus derechos. ¿De qué escapan? ¿Qué esperan? ¿Cómo es su vida en África?

«No tengo otra opción, necesito llegar hasta España, mi familia me necesita», explica un joven senegalés en el puerto de Nuakchot, la capital mauritana. El sol cae, la playa es un espejo y el trajín de pescadores entrando y saliendo de la arena es constante. Los cayucos de madera pintados de colores inundan el mar. Son los mismos cayucos a los que, de noche y llenos de temores y esperanzas, miles de personas confían sus vidas y sueños en alta mar para llegar a Europa. «Dame tu teléfono y si llego vivo te llamo», comenta el chico, que no tiene más de 18 años. Como él, 23.023 personas en 2020 y 18.021 en lo que llevamos de año han llegado a Canarias por alta mar. Según los datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), 1.774 han muerto en el mar, 72 eran niños.

Mauritania es, a todos los efectos, la última etapa del largo vía crucis que emprenden muchos africanos para buscar en España las nuevas vidas que la guerra, el hambre e incluso el cambio climático les arrebató. Es el país del último adiós en África. También es el país de las deportaciones. La Guardia Civil trabaja estrechamente con la policía mauritana para interceptar las embarcaciones en alta mar y, antes de que lleguen a suelo español, retienen a sus ocupantes y los envían a un centro para luego devolverlos a sus países. «Estoy harto de ver muertos en el mar. Hace un par de días dimos con un cayuco de 86 personas: había niños, había mujeres... Este año hemos devuelto más de 500 personas, nunca habíamos visto tanta gente», explica Diaie, un agente de policía portuaria en Noadibú, la capital económica del país.

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