Ayer hubo tiempo para las lágrimas y para la alegría, para la entrega de comida, el reparto de prendas de ropa y para la recogida de información para peticiones de asilo. Ya ha finalizado el mes de ayuno voluntario de aquellos magrebíes y subsaharianos seguidores del Islam. El asentamiento improvisado exterior y el antiguo acuartelamiento se vacían de forma progresiva tras más de tres meses de funcionamiento.

El mes que ha durado el Ramadán ha sido, sin duda, el que ha transcurrido con más tranquilidad, en general, desde que se llevó a cabo la apertura del centro de acogida temporal de extranjeros (CATE) de Las Raíces, en La Laguna. Así lo explican algunos migrantes que permanecen en el recinto, voluntarios que ayudan a estas personas e, incluso, fuentes del personal de seguridad privada. A esta calma, que se ha visto interrumpida por episodios puntuales, ha contribuido de forma mayoritaria la salida progresiva de magrebíes y subsaharianos hacia la Península, lo que ha reducido la presión en las dependencias gestionadas por la ong Accem.

El ambiente en el exterior del antiguo acuartelamiento militar era ayer muy relajado. Tras dejar de llover, muchos usuarios del campamento salieron de sus barracones. Amadou Barock y Ahmed Sarm son hermanos y de origen senegalés. El primero insiste en las mismas quejas que se han oído desde los primeros días de febrero: «La comida no es buena y hace mucho frío». Ambos reconocen que son musulmanes. Ahmed se baja de un coche. Con unas gafas de sol, en una mano trae diversas prendas de ropa que le han regalado y, en la otra, una botella de plástico con yogur líquido. Ambos explican que en el centro de acogida temporal se halla «todo tranquilo; la gente está estable, más tranquila que antes». Señalan que, a veces, ellos mismos acuden a hacer su comida tradicional, como arroz, pollo y salsa. Ambos son naturales de la zona de Mbour, de donde proceden muchos de los que han estado en Las Raíces.

Mohamed, marroquí, camina solo por la carretera que conduce hasta El Charcón. Comenta que este Ramadán lo ha vivido «muy mal, sin trabajo y en un lugar en el que no quiere vivir, Tenerife». Desea viajar a Almería, donde residen algunos de sus familiares para poder encontrar trabajo y dar sentido a su salida de su país.

Una joven estudiante de Medicina charla con algunos jóvenes magrebíes en el asentamiento alternativo hecho de plásticos frente al campamento oficial. Explica que, desde su punto de vista, para estos hombres «lo que les hace perder la cabeza es perder el teléfono móvil y no poder mantener contactos con su familia durante una o dos semanas». A su juicio, «ellos no saben lo que hay aquí», sobre la situación socioeconómica que se van a encontrar en Canarias y la Península, «pero son muy religiosos y están orgullosos de celebrar el Ramadán». También advierte de que todos no viven de la misma manera esta celebración religiosa, algunos no cumplen todos los preceptos, pues fuman en horario diurno, «y otros, si están enfermos, dan prioridad a su salud y comen en las horas en que les corresponde».

Hace ya más de dos meses que colabora para ayudarlos. Esta joven, vecina de Santa Cruz de Tenerife, detecta una diferencia. Antes del Ramadán le solicitaban, sobre todo, ropa; y durante la mencionada celebración, le han pedido, de forma fundamental, comida. Por eso les ha traído leche y pan, por ejemplo.

Ha formado parte del servicio de Enfermería alternativo establecido en el exterior del campamento por parte de algunas profesionales del ámbito sanitario o estudiantes. Dicha joven señala que «veíamos cosas graves y que se podían prevenir». Sin embargo, admite que algunos tienen enfermedades crónicas que padecen desde que vivían en sus lugares de origen. Comenta que varios de los migrantes sufren problemas psiquiátricos, que requieren de una atención adecuada.

Según esta universitaria, tanto en el interior del centro de acogida temporal como en el asentamiento exterior hay menos migrantes en estos momentos, gracias a los vuelos en los que se permite su salida hacia la Península. Un ejemplo, hace varias semanas, en las casetas hechas con plásticos situadas frente al antiguo acuartelamiento había entre 50 y 60 personas. Ahora queda una decena.

Para quienes pernoctan en las carpas situadas en el campamento de Las Raíces, eso supone que tienen que esperar menos tiempo para sentarse a comer o para ducharse. Y, al haber menos, gente también se producen menos enfrentamientos.

Varias mujeres se despiden de algunos subsaharianos que está previsto que hoy viajen hasta la Europa continental. Esta será la primera vez que, al menos, dos de ellos se suban en un avión. Una de las voluntarias no puede reprimir su emoción y le dice al joven senegalés: «Te queremos mucho; cuídate mucho». Ambos se abrazan y los dos se emocionan. Es el momento de algunas lágrimas, en esta ocasión por haber conseguido proseguir su camino.

Hafid es un magrebí, de los pocos que siguen durmiendo en las casetas hechas con plásticos. Para él, en este Ramadán «la cabeza no está normal, sin trabajar y pensando en viajar». Se queja de que muchas personas tratan mejor a los grupos de senegaleses que a ellos, a la hora de recibir las donaciones de ropa o comida.

Ayer estaba prevista una fiesta ante el campamento por la finalización del Ramadán, pero no llegó a tener la fuerza que algunos esperaban. Por la tarde, algunas voluntarias prosiguieron su labor informativa para aquellas personas que desean solicitar protección internacional en España. Otras mujeres y hombres continuaron con su entrega de comida y ropa.

Pero la música empieza a salir de los altavoces situados en el maletero de un coche. Dos voluntarias habituales, Lidia y Margi, animan con sus bailes a algunos de los presentes. Y la tranquilidad de la tarde da paso a la alegría de algunos bailes, las fotografías y las sonrisas.