Con una población en la que los mayores de 65 años representarán cada vez un porcentaje más importante, la sociedad canaria debe buscar nuevas opciones para vivir el envejecimiento. Fórmulas que permitan no solo otras alternativas residenciales, más allá de los centros de mayores o los cuidados a domicilio, sino también más actividades que faciliten a este colectivo mantenerse activo y en contacto con otras generaciones. Nuevos modelos como las residencias de ancianos con guardería, –que fomentan la interacción entre los niños y la tercera edad–, se abren paso en regiones como Granada, Madrid o Galicia. Cada vez hay más actividades que fortalecen el vínculo entre los más jóvenes y aquellos que ya cuentan con muchos años a su espalda, como visitas de estudiantes a residencias o plataformas online que conectan a adolescentes y abuelos para combatir la soledad de los mayores. Al mismo tiempo, florecen alternativas habitacionales como ofrecer alojamientos gratuitos a universitarios en viviendas de personas de edad avanzada durante el curso académico, a cambio de compañía y colaboración en los gastos comunes y las tareas del hogar. Una iniciativa que, por ejemplo, ya ha puesto en práctica la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) desde hace varios cursos.

La residencia no es lo único

Para aquellos que no quieren vivir su vejez en una residencia de mayores tradicional existen alternativas como el cohousing. Esta modalidad, surgida en la década de los 60 en Dinamarca, funciona como una cooperativa que se basa en un régimen de cesión de derecho de uso de la vivienda. Es decir, que la propiedad de los inmuebles permanece siempre en la cooperativa y los socios, –que deben pagar una cantidad de dinero para acceder a ella y una renta mensual para cubrir los gastos comunes–, solo tienen cedido su uso de forma indefinida. Un sistema colaborativo que permite a sus vecinos compartir los gastos de los servicios y cuidados que puedan requerir durante su vejez y, al mismo tiempo, luchar contra el aislamiento y la soledad, sin renunciar a una autonomía que no tendrían en una residencia convencional.

La residencia no es lo único

En Canarias, ya hay varios proyectos de cohousing que han comenzado su andadura. En Tenerife, la cooperativa EntreAlisios ultima los trámites para adquirir un terreno en La Laguna, con el objetivo de crear una de estas comunidades. Su portavoz, África Amador Rivero, explica que la iniciativa comenzó a gestarse en 2015, pero no fue hasta 2019 cuando el grupo decidió intentar materializar el proyecto, que esperan esté ya funcionando en cinco o seis años. La cooperativa cuenta con 14 socios promotores, que serán los encargados de aportar la financiación inicial. Su intención es construir alrededor de 40 viviendas, por lo que buscan a personas que quieran sumarse a la comunidad.

Amador deja claro que esto “no es una oportunidad urbanística” sino un proyecto autogestionado en el que las decisiones se toman por consenso, formado por un grupo de personas “que debemos conocernos primero para vivir juntas llegado el momento”. Buscan vecinos que sean económicamente independientes y que en un principio sean “autónomos tanto física como mentalmente”. Sin embargo, Amador puntualiza que “nadie tendrá que marcharse” en el caso de que por razones de edad o salud acabe siendo una persona dependiente. “Habrá un fondo de solidaridad”, expone, a través del que la comunidad se hará cargo de una parte de los gastos que haya que desembolsar para estos cuidados.

En La Palma, otro proyecto similar espera nuevos socios para poder arrancar. Su impulsor, Joan Mompó comenzó a interesarse por este tipo de comunidades después de que su mujer Guadalupe sufriera un ictus en 2010. “Tenía la necesidad de buscar un proyecto de este tipo, que nos diera opciones de compartir servicios y gastos”, afirma. Sin embargo, tras varias búsquedas y rechazos en algunas comunidades ya creadas, debido, según asegura, a la dependencia de su mujer, decidió comprar él mismo el terreno y arrancar desde cero. De esta manera, adquirió un solar de 1.000 metros cuadrados en el municipio de Breña Alta, donde planea construir por fases al menos cinco viviendas de diferentes características que tendrán varias zonas comunes.

Tras casi una década conociendo el mundo del cohousing, Mompó sostiene que se ha encontrado con muchas dificultades para sacar adelante la iniciativa o poder integrarse en una comunidad que ya esté consolidada. “Hay desconfianza y cuando hay que concretar con dinero la gente se asusta”, lamenta. Asegura que las administraciones no aportan ningún tipo de ayuda y que es difícil encontrar un grupo de personas “afines”. Mantiene que en algunas ocasiones estas alternativas residenciales se han convertido en “una oportunidad de negocio” con grupos de acompañamiento o tutores que se llevan un porcentaje de la inversión. “Se pierde un poco la esencia de lo que yo creo que deberían ser estos colectivos”, lamenta. Sin embargo, no renuncia a poder realizar el proyecto por el que lleva tantos años luchando.

Durante el último año, a pesar de la pandemia de la Covid-19, la Cooperativa El Ciempiés ha dado pasos de gigante para materializar su proyecto de cohousing en Gran Canaria. Este colectivo espera poder mudarse dentro de tres años al municipio norteño de Arucas. De momento, el grupo lo forman 14 unidades familiares, con 22 personas de entre 49 y 76 años, pero les gustaría llegar a integran a seis familias más, para que la financiación de la construcción sea más económica para todos. “Nuestro deseo es que se sume gente por debajo de los 63 años o, incluso, familias con niños, para fomentar las relaciones intergeneracionales”, explica Paqui Martín, una de las componentes de la cooperativa, que se formó a partir de la Asociación Semilla del Norte. Esta modalidad, precisa Martín, “sería también ideal para los jóvenes, porque les permitiría vivir en un sitio hasta el final de su vida, en lugar de estar en una casa de alquiler y empezar a plantearse una solución para la vejez cuando lleguen a los 65 años”.

Cooperación mutua

Los miembros de esta comunidad realizan actividades periódicas para conocerse antes de ir a vivir juntos y estrechar lazos. Además, cada semana se reúnen en comisiones para avanzar en el diseño del proyecto y poner ideas en común. “La clave es combatir la soledad y ser útil”, detalla Martín. El planteamiento inicial es que ellos mismos hagan todas las tareas posibles para mantenerse activos, pero no descartan la posibilidad de contratar en algún momento servicios como, por ejemplo, los de un cocinero. Si bien, cada vivienda colaborativa se adapta a los intereses de sus habitantes y hay algunos que cuentan con todo tipo de prestaciones que siempre vienen del exterior y no requieren la implicación de los usuarios.

Carmen Almeida, de 76 años, será la vecina más veterana de este cohousing. Aunque es natural de Arucas, actualmente reside en La Laguna y está ilusionada con la idea de volver a su pueblo natal para vivir su última etapa de la vida “de una manera diferente”. Durante 41 años ejerció como maestra de Inglés y Lengua y ahora se mantiene activa colaborando con la alfabetización de jóvenes migrantes, recibe clases de francés, participa en un grupo de lectura y va a pilates y taichí. Todas estas inquietudes le hacen estar en plena forma física y mental, lo que le invita a confiar en que otra vejez es posible.

“Tras la muerte de mi compañera estaba apática y vi en el cohousing una alternativa de vida. Me parece una fórmula estupenda, porque soy celosa de mi privacidad, pero al mismo tiempo necesito estar con gente”, afirma Almeida nunca se había planteado la posibilidad de ir a una residencia. Para ella, la clave de este colectivo es que les unen valores como la solidaridad y la cooperación mutua, “es una forma de vida que es muy primitiva, como una tribu en la que la colaboración y los afectos son intensos”.

Almeida señala que este modelo de residencia, que “es pasar del yo al nosotros”, aporta una serie de beneficios como que les permite “conjurar la soledad, sentirse acompañados y estar rodeados de amigos”, pero también conlleva una serie de obligaciones, porque si deciden poner un huerto colectivo o una biblioteca de uso común, todos se tendrán que hacer cargo de su mantenimiento. Pero su trabajo como grupo no quedará dentro de las paredes de su edificio, quieren que trascienda al entorno en el que viven para ser útiles a la sociedad. Por ejemplo, apunta Martín, una de las actividades que se plantean es que los jóvenes del municipio puedan visitar el cohousing para ayudar a los mayores a superar la brecha digital y así fomentar la interacción intergeneracional.

Ricardo García, arquitecto coordinador del estudio Arquitectos de Familia, es el responsable de diseñar el edificio en el que vivirán los miembros de esta cooperativa. “El modelo de vivienda que más se vende es el dúplex en el que entras con el coche y ni ves a los vecinos. Un cohousing es todo lo contrario”, sostiene García. Quien detalla que se trata de buscar la interacción de los habitantes, con ventanas que permitan ver a los vecinos o espacios comunes en los que poder compartir el tiempo de ocio. “Esto altera radicalmente la manera de planificar el edificio y es un desafío, porque hay que cambiar muchas cosas que normalmente hacemos sin pensar”, apunta el especialista en la proyección de viviendas colaborativas.

Vida en común

Otro aspecto a destacar de este tipo de residencias es que ayudan a la sostenibilidad del planeta. Al tener espacios y material en común, se evita por ejemplo tener una lavadora, una televisión, un taladro o una brocha para un retoque de pintura en cada una de las casas. La Cooperativa El Ciempiés quiere contar con una sala multiusos en la que poder impartir talleres, realizar actividades deportivas o también celebrar fiestas. “Las viviendas son pequeñas, de entre 60 y 65 metros cuadrados, para ceder espacio a las zonas comunes, porque la intención es vivir mucho en los ambientes comunes”, señala García.

En el País Vasco se ha determinado que el número de personas mayores que viven en un cohousing y que terminan en una residencia de ancianos es insignificante, mientras que en Asturias la vivienda colaborativa está reconocida por ley como un recurso sociosanitario más de la comunidad. Por esto, García concluye que “es importante que la administración tome conciencia sobre la importancia de apoyar este tipo de iniciativas, ya que a medio-largo plazo supone un beneficio para los mayores y un ahorro en las cuentas públicas”.

Inversión sostenible

Los usuarios de los cohousing no necesariamente tienen que ser mayores, pero son una alternativa habitacional perfecta a las residencias en las que estar acompañados, mantenerse activos y salvaguardar la independencia. Las viviendas colaborativas las crean cooperativas y se basan en un régimen de cesión del derecho de uso. De esta manera, la propiedad siempre corresponderá a los socios de la cooperativa, quienes deben hacer una inversión inicial para la compra del terreno y la construcción y después abonar mensualmente los castos comunes. La Cooperativa El Ciempiés, que espera tener su cohousing en funcionamiento dentro de tres años, calcula que la inversión inicial para adquirir la parcela oscilará entre los 20.000 y los 40.000 euros por unidad familiar. Además, solicitarán financiación para sufragar la construcción, para lo que los socios deberán hacer una aportación mensual de entre 300 y 450 euros, más los gastos comunes de la vivienda colaborativa. En caso de que uno de los usuarios decida abandonar la residencia, recupera la inversión inicial y su plaza la ocuparía un nuevo socio.