En la ruleta rusa en la que se ha convertido la Ruta Canaria, que 2020 según la ONU mató a una de cada 27 personas que se aventuraron a ella, a los hermanos D. les ha sonreído dos veces la suerte. Los dos primeros llegaron juntos en patera a Arguineguín en noviembre, los dos segundos sobrevivieron en marzo a una travesía terrible; ninguno ha cumplido aún los 18 años.

Entre los 2.600 menores no acompañados que han quedado bajo la tutela del Gobierno de Canarias en el último año y medio tras haber alcanzado las Islas en pateras o cayucos, no solo abundan los jóvenes al filo de la mayoría de edad, también hay muchos niños que han viajado solos, cuyas historias asombran por más que se repitan.

Esta es una de ellas: es la historia de un niño que cuida de un hermano que le dobla en edad porque la vida no siempre reparte a todos las mismas capacidades, también es la de una adolescente a la que le ha tocado velar por un hermano pequeño mientras les rodeaba el océano porque mamá no pudo embarcar. Espera su turno en Dajla, a 450 kilómetros de allí, a cuatro noches de patera si nada se tuerce.

Ousmane le dijo a la Policía española que tiene 13 años, pero sus educadores no le echan más de siete u ocho. Es un niño muy despierto, con un talento innato para los idiomas: habla francés, árabe y soninké y ya se maneja en español. Desde hace cinco meses cuida de su hermano Mohamed, de 17, un chaval con una ligera discapacidad al que nunca deja solo.

Los dos acaban de reunirse en Gran Canaria con su hermana Binta, de 14, que tenía a su cargo a su hermano Ibrahima, de 6. Binta e Ibrahima vinieron después, fueron rescatados el 16 de marzo.

Los nombres de los hermanos D. son ficticios, les han sido asignados para este reportaje entre los más frecuentes en su país, Guinea, porque ellos prefieren no aparecer. Pero sus historias son verídicas, tanto como que su madre cuenta los días para tomar otra patera, acompañada esta vez por el benjamín de la familia, un niño de unos 24 meses, según han relatado en la entidad especializada en menores que ahora cuida de ellos.

El fin de semana del 13 y 14 de marzo a Ousmane le costaba dormir. El chico comparte habitación desde hace dos meses con su hermano Mohamed en un centro de Gran Canaria, el hogar para menores no acompañados que les ha asignado la Dirección General de Protección de la Infancia tras haber pasado por varios recursos.

Aunque el chico es extrovertido, sus educadores se tienen que esforzar para arrancarle lo que pasa: acaba de recibir la noticia de que sus hermanos Binta e Ibrahima vienen de camino en una patera sin mamá ni el pequeño, ellos solos porque, en el último minuto, la madre no pudo subirse. Tenía una herida fea en una pierna.

Ousmane llegó con Mohamed a Arguineguín el 17 de noviembre en una de las jornadas más frenéticas del año para Salvamento Marítimo, con 600 rescatados. Justo el día en el que colapsó por saturación el campamento del muelle; el día en el que se tomó una de las fotos del año en España, la de dos pateras entrando solas en el puerto ante los ojos de más de 2.000 inmigrantes; el día en que la Policía facilitó que 200 personas salieran de allí a la calle, sin un lugar donde ir y sin que aún hoy se sepa quién o por qué dio la orden.

El niño no suele hablar de cómo fue su travesía pero no hace falta mucha intuición para observar que hizo mella en él, quizás más profunda de lo que cuenta. Tiembla de pensar que Binta e Ibrahima estén pasando por lo mismo... En realidad, será peor.

La mañana del 17 de marzo, miles de ciudadanos se conmueven con las imágenes de una niña de Mali, de apenas dos años, que fue reanimada la noche previa sobre el cemento del muelle de Arguineguín por dos enfermeros de la Cruz Roja. Ella y los otros nueve menores rescatados de esa patera acabaron en el Hospital Materno Infantil de Gran Canaria, donde la mayoría pasará más de una semana.

Por eso es improbable que Ousmane reciba noticias de sus hermanos Binta e Ibrahima, porque los dos están en la lista de menores hospitalizados. Seguramente la niña no ha podido llamar a nadie y, además, la identificación de los menores de ese grupo ha sido caótica porque muchos eran pequeños, venían mal y fueron separados de sus madres, que terminaron en algunos casos en otros centros.

Pero ya esa noche algunos miembros de los equipos de emergencia que han trabajado en el muelle aseguran que entre los rescatados hay dos hermanos, niña y niño, que cuentan que su madre se quedó en Dajla. Tardará un par de semanas en desvelarse la tragedia por la que han pasado, una pesadilla de hambre y sed que se cobró diez vidas; la última, la de Eléne Habiba, la niña reanimada en el muelle, en el hospital.

La Policía sospecha que hubo un asesinato a bordo, que uno de los patrones arrojó por la borda un niño de 2 años porque le irritaban su llanto y las súplicas de su madre para que le dieran agua.

Si Binta e Ibrahima lo presenciaron, no lo han contado en el centro donde pasaron los primeros días, pero ambos reciben en estos momentos la ayuda de psicólogos. En cuanto les dieron el alta, el Gobierno canario averiguó que tenían a dos hermanos acogidos en un recurso para menores de Gran Canaria: son Mohamed y Ousmane.

Les han buscado una habitación en el centro donde puede vivir los cuatro juntos, pero no ha sido por mucho tiempo. Binta llevaba mal estar rodeada solo de chicos: tiene 14 años y ha preferido que la trasladen a un hogar donde pueda convivir con niñas africanas de su edad, siempre que le permitan visitar cuando quiera a sus hermanos.

Al líder de los cuatro, Ousmane, no le ha quedado más remedio que asumir la decisión de su hermana. Sin embargo, seguro que es otra cosa la que le quita el sueño a sus 7 años, lo mismo que le ha llevado a convencer a sus hermanos de que mejor no revelar su identidad en los medios: sabe que su madre quiere reunirse con ellos. Y la ruleta volverá a girar. Lo hará en patera, con el bebé.

Intenta suicidarse

Un migrante de origen subsahariano intentó quitarse la vida en la mañana de ayer tirándose a los coches en la Avenida Marítima de Las Palmas de Gran Canaria después de que sufriera un ataque de ansiedad cuando esperaba en la Jefatura Superior de Policía de Canarias para solicitar asilo en España. El incidente ocurrió en torno a las nueve de la mañana y el hombre, que al igual que decenas de migrantes hacen cola todos los días junto a las dependencias policiales, se fue hasta la principal arteria vial de la ciudad baja y se metió entre los coches para suicidarse. Un amigo que le acompañaba para solucionar los trámites y dos agentes de la Policía Nacional lo convidaron para que desistiera en su propósito y finalmente una ambulancia del Servicio de Urgencias Canario (SUC) lo trasladó al Hospital Insular.