Pocas personas pueden presumir en Canarias de haberlo conocido y tampoco son muchas las que se cruzaron con él en vida. La historia de John Edward Palmer (1950-2015) siempre se movió entre la realidad y la ficción. Su sombra de hombre peligroso le acompañó a lo largo de una existencia salpicada por una alta actividad delictiva. La lista es interminable. Todo empezó en 1983 cuando su nombre quedó grabado a fuego en las diligencias abiertas a raíz de un robo en el aeropuerto de Heathrow. Lo que vino después, una vez fijó su residencia en Canarias, no fue moco de pavo.

En su ficha policial hay anotaciones que lo relacionan con estafas de propiedad compartida, blanqueo de capitales, falsificación de tarjetas de crédito, amenazas, delitos contra la integridad física y libertad de las personas, corrupción de funcionarios públicos, falsificación de pasaportes, tráfico de drogas y tenencia de armas de fuego. ¡Una joya! El de joyero, precisamente, era su oficio reconocido antes de que Scotland Yark y el MI6 empezaran a controlar sus pasos. Los primeros por su intervención en el robo de 3.000 kilos de oro que nunca se pudo demostrar; los segundos por la sospecha de su vinculación con la sustracción de una partida de uranio empobrecido en Rusia. ¿Verdad o leyenda?

John Palmer se movió siempre sobre una delgada línea en la que resultaba muy complicado distinguir sus gestos lícitos y sus acciones ilegales. En una de sus numerosas caídas –la que le llevó a la cárcel de Old Bailey en 2001– se apoderó de casi 30 millones de unos 20.000 turistas británicos y alemanes que cayeron en las redes de un boom turístico en los años 90: el alquiler vacacional de viviendas compartidas que nunca existieron. Un juez británico le impuso una multa de 57 millones de euros, que él abonó en “cómodos” plazos, y ocho años de prisión que no llegó a cumplir por ser considerado un “preso ejemplar”.

Pero aún no había recuperado la libertad cuando su “obra” volvió a quedar bajo sospecha. Sucedió en 2001 y el enorme marasmo que se originó en Canarias tuvo repercusión en el ámbito nacional e internacional. Esta vez fue el juez Baltasar Garzón quien impulsó una operación que “descabezó” su entramado logístico en el Archipiélago: 11 detenidos, dos docenas de inmuebles registrados en Playa de Las Américas y Maspalomas, identificadas más de 60 cuentas opacas y desmontadas 50 sociedades. John Palmer estaba contra las cuerdas, pero hizo honor al escapista Houdini (pagó otra fianza) y se refugió en su casa de Brentwood hasta el día de su muerte... Perdón, asesinato.

El gran robo de Heathrow

Sábado 26 de noviembre de 1983. Todavía no había amanecido cuando media docena de atracadores acceden de forma violenta a un hangar del aeropuerto de Heathrow, en Londres, donde estaban localizados los depósitos de la empresa de seguridad Brinks Mat. Los delincuentes no dan ni un solo tiro –los vigilantes son esposados y rociados con gasolina bajo la amenaza de ser quemados vivos– y se apoderan de más de 3.000 kilos de oro: el botín se valoró entonces en más de seis mil millones de las antiguas pesetas. Scotland Yard señaló desde el primer momento a John Palmer como uno de los autores del atraco, pero no pudo reunir las pruebas para detenerlo. Eso sí, el joyero de Essex fue sometido a un estricto control desde finales de 1983.