Lleva 16 días en el Centro de Atención Temporal a Extranjeros (CATE) de Barranco Seco y no puede más. Detrás de estas pomposas siglas se esconden unas simples carpas ubicadas sobre tierra en las proximidades del Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE), que estos días han soportado el viento y la lluvia de la borrasca Filomena. Mientras el resto de ciudadanos se cobija bajo mantas o enciende los calefactores en sus casas de cemento y hormigón, 418 africanos aguantan en ese CATE. Uno de ellos es Zaid –un nombre ficticio, ya que prefiere no hacer pública su identidad “para no tener líos aquí”–, que, después de un viaje de cinco días en patera, lleva desde el 29 de diciembre en estas instalaciones. “Lo estamos pasando muy mal, parece que estamos en una prisión; no podemos salir, ni podemos ducharnos ni limpiarnos los dientes”, explica. Tampoco pueden afeitarse. Se queja de que la comida es escasa y de que pasan “mucho, mucho, mucho frío”. La carpa tiene agujeros y cuando llueve “nos cae agua y se moja todo. Lo estamos pasando mal de verdad”, asegura este joven marroquí.

La lluvia que cayó durante la semana pasada y que se repite estos días ha provocado que los campamentos se llenen de barro, lo que se ha sumado a las bajas temperaturas. “La humedad que pueden tener estas semanas tiene que ser horrorosa”, asegura Daniel Arencibia, abogado voluntario de la Diócesis de Canarias que asiste a migrantes en Barranco Seco. “No es un lugar para que esté ningún ser humano, no reúne unas condiciones dignas”, reitera Antonio Viera, capellán del CIE. El también párroco en la Vega de San José se queja de que ni siquiera sabe si necesitan ropa de abrigo ni pueden acercarse lo suficiente para ofrecérsela.

La Delegación del Gobierno en Canarias, como ya es costumbre, apenas aporta datos sobre esta situación. Cuestionada sobre cómo mantienen a los migrantes protegidos del frío y la lluvia, se limitan a asegurar que “está todo habilitado para que puedan permanecer en condiciones”, no solo en el CATE de Barranco Seco, sino en los exteriores del Colegio León, en la capital grancanaria. “No dejan entrar a nadie allí, ni al obispo, ni a diputados ni a periodistas. Dicen que lo hacen por la intimidad de los migrantes, pero eso es otro cuento que ya aburre. Lo que no quieren es que se conozcan las condiciones patéticas en las que mantienen a estas personas, no quieren testigos”, se queja el abogado voluntario de la Diócesis.

El mismo análisis realiza el párroco Antonio Viera. “No hay transparencia ni información, existe mucho secretismo. No entiendo cómo pueden decir que están bien con las condiciones en las que están. Me gustaría que fueran ellos a pasar una noche ahí”.

Zaid quiere irse. Pero no que le lleven a un hotel para disfrutar de unas vacaciones pagadas, como algunos ciudadanos malintencionados aseguran para elevar la crispación. Zaid quiere que le dejen salir de allí para buscarse la vida y alquilar una casa o una habitación con el dinero que le mandará su familia. Pero no le dejan. “Nos dieron un papel donde ponía que teníamos que estar aquí como mucho 72 horas, pero yo llevo 16 días, otros llevan 14, 10, una semana...”.

72 horas que no se cumplen

Que una mentira se repita constantemente, aunque lo hagan dos ministros, no la convierte en verdad. El responsable de Interior, Fernando Grande-Marlaska, y el de Migraciones, José Luis Escrivá, aseguraron numerosas veces que nadie pasaba retenido más de 72 horas en el muelle de Arguineguín y que tampoco lo harían en los campamentos temporales. “No nos pueden hacer creer que toda la gente que está allí quiere estar voluntariamente. Yo no me lo creo. Y no me lo creo porque he ido a buscar a gente que no podía salir de allí, a pesar de que su familia había ido a buscarle”, explica Arencibia.