El alto representante para la Política Exterior de la Unión Europea (UE), Josep Borrell, lo tiene claro: los cayucos que llegan a Canarias son una consecuencia de los estragos económicos que está provocando la pandemia de la Covid-19.

El jefe de la diplomacia europea sostiene que durante el año que lleva en el cargo, “los problemas migratorios han estado relativamente tranquilos”, pero la situación actual ya no es la misma que durante los primeros meses del virus. El parón que vivió el mundo en marzo afectó también a los movimientos migratorios, apunta el alto representante, porque “si uno no se puede mover, tampoco puede hacerlo el inmigrante”.

“Se acabó el turismo en España, se acabó pescar y por lo tanto, en vez de pescar, se transportan inmigrantes ilegales”, explica categórico. En cambio, antes de la pandemia, “los cayucos senegaleses se ganaban la vida pescando, y el pulpo que se pescaba en Senegal y en Mauritania se lo comían los turistas en España, en Marbella. Era pulpo a la gallega, pero se pescaba en Mauritania y se lo comían los ingleses”.

Para Borrell, “la única manera de frenar la inmigración” pasa por lograr el “desarrollo económico de los países de origen”.

“Metámonos eso en la cabeza”, insiste en una entrevista a Efe. “La única manera de parar la inmigración es que el desarrollo de esos países disminuya el desarrollo demográfico y dé oportunidades” a la gente “para quedarse en casa”.

Hoy, puntualiza, sucede todo lo contrario, porque “en los últimos años, la diferencia en la renta per cápita entre Europa y el norte de África no ha hecho sino aumentar”. “Ellos son cada vez más, cada vez más pobres y cada vez más jóvenes”, sentencia el alto representante.