Desde hace un par de semanas, me pregunto qué fue de aquella tierra solidaria, donde presumíamos de acoger a todo el mundo. “Los canarios son muy acogedores”, decían. También de la solidaridad de aplausos en los balcones en marzo, abril y mayo que nos iban a cambiar para ser mejores.

Más de 25 años trabajando con niños, niñas, jóvenes y adolescentes desde la participación y el trabajo comunitario, en varias de las islas que siento como mi hogar, muchos viajes a otros países, parte de ellos africanos, me impulsan a sentarme y reflexionar sobre la situación que en la actualidad se está produciendo, ante la reacción de mis vecinas, mis vecinos, mis amigos, mis amigas, la prensa que he leído siempre, los políticos y las políticas que votamos, por la llegada, no nueva, de africanos y africanas.

La semana pasada, en el municipio de Tinajo, me reunía con su alcalde, un concejal, un técnico de juventud y el gerente,​ el director y una educadora del albergue de La Santa, donde están acogidos un grupo de algo más de 80 chicos africanos. Esta reunión la promovimos al comprobar dos semanas antes –después de hacer un trabajo en todas las aulas entre primero de Primaria y Bachiller de tres colegios y el instituto del municipio– que niños y niñas de 6, 7 y 8 años, hasta 16 o 17 años, hablaban con una agresividad, para mí desconocida en tantos años de profesión y de contacto con Tinajo, en relación a sus iguales africanos y africanas. “Es que el 50 % son violadores”; “ vienen para las risas”; “nos están invadiendo el pueblo”; “si nosotros fuéramos allí nos pegaban un tiro y nos tiraban al mar, y eso es lo que habría que hacer”. El sábado anterior, en un encuentro con niños, niñas y adolescentes de Las Palmas de Gran Canaria surgió el mismo debate con comentarios similares: “habría que hacer como Donald Trump que hizo un muro, porque los que emigran son unos delincuentes”. Comentario curiosamente hecho por una adolescente que había emigrado de su país a Canarias.

Además de una gran tristeza, pude entender que había una gran diferencia con la otra crisis de las pateras, como les encanta decir a los medios de comunicación:

1. En​ aquel momento, 2005-2006 , Facebook, Twitter, WhatsApp, Instagram… Eran embriones, sueños o bebés. Hoy no.

2. Los​ populismos nacionalistas de ultraderecha, casi no tenían espacio en el debate público. Hoy sí.

Estas dos circunstancias, que sí son nuevas ante una situación que ya hemos vivido, suponen un cambio fundamental que debería hacernos empezar a actuar desde la responsabilidad colectiva que tenemos de que Canarias sigan siendo islas no solo de buen clima y menos Covid, sino también de convivencia y solidaridad, en medio de un mundo intransigente donde crece a sus anchas la discapacidad emocional, la ignorancia y la crueldad.

Y no digo esto como un planteamiento filantrópico sino desde el pragmatismo de querer seguir viviendo donde nací, con similares estándares de convivencia y paz…

Sin duda, somos más quienes podemos entender y empatizar con la situación. Pero sin duda somos menos ruidosos que quienes actúan desde la ignorancia, tergiversando por propio interés, por miedo o por repetición, frases hechas sin reflexión, sin conocimiento.

Es responsabilidad de todos que Canarias no siga favoreciendo que nuestros niños y niñas crezcan en el odio al otro por su color, por su medio de transporte, por su situación socioeconómica personal. ¿Qué Canarias vamos a construir si dejamos que esa semilla crezca?

El viernes, Día Internacional de los Derechos de la Infancia, pude participar en un encuentro entre niñas, niños y adolescentes del Órgano de Participación de Las Palmas de Gran Canaria, de Barrios Orquestados y de Centros de Acogida del Cabildo, donde participaron niñas, niños y adolescentes de Canarias, Mali, Cuba, Colombia, Costa de Marfil, Mauritania, Marruecos y Senegal, promovido desde el Vopia (Órgano de Las Voces y la Participación Infantil y Adolescente de Las Palmas de Gran Canaria) y donde compartieron sus experiencias los chicos y chicas llegadas del continente africano.

Varias veces me saltaron las lágrimas oyendo cómo llevando como máximo diez meses en Canarias, y hablando un español excelente, chicos de Mali hablaban de la guerra en su país; otros de Senegal agradecían al Gobierno lo que hacía por ellos; o cómo desde Costa de Marfil tardaron once meses en llegar aquí para poder estudiar y tener la posibilidad de ayudar a sus familias. “Los jóvenes tenemos que darnos las manos para caminar juntos al futuro”, decía uno de estos chicos de Costa de Marfil.

Es a chicos como estos a quienes denominamos ladrones, violadores, delincuentes o ‘culpables’ de vivir en una situación de desigualdad, de pobreza, de pocas expectativas de futuro, de guerra y de calle en países de gobiernos sin capacidad de gestionar sus propios recursos; sometidos a las grandes multinacionales europeas, americanas, australianas o asiáticas que explotan sus recursos –muchas veces con mano de obra infantil, y las otras, la mayoría, con mano de obra mal pagada– para que nosotros y nosotras disfrutemos de los móviles que usamos gracias al coltán extraído por niños y niñas, y no tan niños , explotados ante una situación de guerrillas consentida por países y multinacionales occidentales, o disfrutemos de cualquier otro producto que tenemos en exceso gracias a la materia prima que de allí extraemos. No solo esos jóvenes que están llegando son víctimas sino que, además, pueden ser quienes mantengan y transmitan esos valores de solidaridad, respeto y esfuerzo que tantas veces anhelamos de nuestros jóvenes canarios.

He podido ver cómo cooperantes españoles en Cabo Verde, cobrando sueldos superiores a 6.000 euros pagaban 50 euros a guardianes guineanos que trabajaban de lunes a domingo, 24 horas cuidando sus casas, o pagaban 100 euros a una chica que atendía a sus hijos e hijas, cocinaba y limpiaba. He podido ver cómo, de manera totalmente voluntaria y altruista, jóvenes entre 20 y 30 años en San Luis, Senegal, hacían un trabajo excepcional y muy profesional para intentar paliar las múltiples necesidades de los niños talibé que mendigan por las calles de las ciudades senegalesas. Unas personas con grandes sueldos, dejando poco en su cooperación personal. Otras sin sueldo, dejándolo todo.

Qué oportunidad tan grande para abandonar nuestra arrogancia europea, siendo además africanos, al menos geográficamente, y abrir nuestro corazón y nuestra cabeza a quienes tienen tanto que enseñarnos. Y a cambio, ¿acogerlos?, ¿darles la oportunidad de que puedan estudiar o trabajar dignamente en una Unión Europea que además precisa de su juventud, sus conocimientos y su trabajo para poder seguir manteniendo este loco sistema socioeconómico?

“Parece mentira que le estemos pagando todo a esos negros y yo pagando impuestos…” oí decir el otro día en un vestuario donde cómodamente me cambiaba para hacer deporte. Pero ¿tanto nos cuesta entender que si nosotros y nosotras estamos así de bien es porque en África están así de mal? “Ellos, ya vienen con su impuesto pagado para que tú y yo vivamos como vivimos”, contesté ante el comentario, causando risa.

“Las mafias, la inmigración ilegal, los tsunamis, la invasión, pusieron en libertad…” Hacemos afirmaciones que interesadamente, o con desconocimiento, ponen en el debate público tertulianos y medios de comunicación desde una irresponsabilidad compartida con responsables públicos, o lo que se le supone deberían ser responsables públicos, como ocurrió el otro día en el disparate que empezó el ministro Grande Marlaska, continuó el delegado del gobierno y culminó con broche de oro la alcaldesa de Mogán, Onalia Bueno, basándose en que estaba haciendo lo que querían hacer los marroquíes que dejaron en la calle sin recursos, sin alimentos, ni agua, ni techo. “¿En mi casa? No, no. Para allá que te vas”.

Pero una vez más, esa ciudadanía que somos más actúa desde la responsabilidad y la solidaridad. Desde la empatía y el amor, desde la inteligencia colectiva, acogiendo y atendiendo lo que no hicieron los poderes públicos que nos representan.

Desde pequeño he visto en mi colegio, en las calles donde vivía en Las Palmas de Gran Canaria, asiáticos, africanos, y sobre todo muchísimos europeos. He crecido en esa normalidad que ahora ya no lo parece, al menos para los y las que vienen del continente africano. Desde hace unos años he visto cómo gran cantidad de negocios locales han sido comprados por dinero rápido de italianos. La Isleta y parte importante de Las Canteras, al igual que Corralejo, Lajares y otros puntos del Archipiélago, han sido comprados por italianos. En este caso, ¿no hablamos de invasión? La Gomera, La Palma y Lanzarote desde hace muchos años tienen comunidades enteras de alemanes. Nunca ha sido un problema. ¿Por qué sí lo es cuando el que viene es negro o árabe, con pocos recursos?

Es hora de decir basta, ya está bien. Es hora de que los medios de comunicación comuniquen y no generen más miedo. Es hora de generar encuentros entre chicas y chicos foráneos y locales para que desde el conocimiento mutuo construyan felicidad y destruyan miedo. Y sobre todo, es tiempo de posicionarse contra la intransigencia y la ignorancia de quien se envuelve en una bandera sin darse cuenta de que lo que está destruyendo será muy difícil volverlo a construir y que eso le estallará también en la puerta de su casa.

Canarias siempre ha sido y es tan africana como europea, asiática, como americana. Si disfrutamos los beneficios de la globalización intentemos resolver los retos que también nos plantea porque esta realidad ha venido para quedarse. Exijamos, sí, exijamos que esta situación no continúe como se está dando, exijamos a los gobiernos europeos que regularicen la posibilidad de que las personas que necesitamos que vengan a trabajar lo hagan dignamente y sin jugarse la vida. Exijamos que Canarias no sea una isla almacén de personas que vienen en busca de un futuro. Exijamos que quien llegue pueda tener la facilidad de seguir su camino hacia Europa si es lo que desea. Exijamos que el resto del eEstado español y de la Unión Europea no convierta Canarias en otra Lampedusa. Exijamos que la acogida y trato sea tan digno y justo como a nosotros y nosotras nos gustaría que fuera para nuestros hijos e hijas. Yo no quiero vivir en una Canarias que algún día use esas plataformas petrolíferas que llevan años en nuestras costas como islas de Ellis para que no veamos una realidad que todas y todos hacemos posible.

Somos más, aunque hablemos menos.