La muestra fotográfica "Adán Martín. In memoriam", del fotógrafo Carlos González, se prolonga hasta el sábado, a las 14 horas, en la sala de exposiciones del Parlamento de Canarias. Hoy viernes, su horario concluye a las 20 horas.

A lo largo de sus 28 años en la actividad pública, desde los inicios democráticos de 1979 en el Ayuntamiento de Santa Cruz hasta su salida del Gobierno de Canarias en 2007, Adán Martín no hizo apenas sesiones o posados fotográficos. Tampoco en público buscaba el ojo a la cámara. Pero en tan largo periodo en el servicio público existen miles, decenas de miles de fotos que son testigos, sobre todo, de su sonrisa. Una sonrisa que, a su vez, era una adelantada de su franqueza, de su llanura en el trato, de su natural forma de quitarse importancia, de su capacidad de situarse en cada momento -olvidándose de la cámara - a la altura vital del que tenía enfrente, fuera un niño, un anciano, un sabio o un persona corriente.

La selección de fotos de esta muestra recoge una parte de su esencia y aspira a rendir un pequeño homenaje, a los diez años de su temprana muerte, a un hombre sin excesivas ambiciones políticas. Un hombre que comenzó como concejal, que se retiró a su casa después de ocho años y que hubo de ser repescado a última hora para liderar una candidatura al Cabildo de Tenerife, desde la que transformó la institución en doce años. Y con esa enorme experiencia dejó una impronta grande en sus ocho años en el Gobierno de Canarias.

Adán Martín fue el hombre del que más he aprendido en mi vida y el que, junto a mi padre Antonio, aún me ayuda a ser mejor persona. Y no tanto porque Adán fuera por ahí dando grandes lecciones. Bastaba fijarse un poco en lo que hacía y en cómo lo hacía para descubrir buenos ejemplos, buenas prácticas. Basó su potencia profesional y humana en su formidable memoria de elefante para procesar y mezclar las cosas buenas y en su memoria de mosquito para las maldades y las ofensas. Y minimizó los errores con el estudio a fondo pros y contras y con la escucha sin prejuicios a los defensores y detractores de propuestas o proyectos difíciles. Persistente hasta llevar incluso la contraria al reloj cuando lo precisaba, no dio nunca por perdido un balón hasta el último segundo; y aun hasta más tarde. Con esas tres armas y la paciencia estoica de un planificador a largo plazo fortificó unas maneras entrañables de ser y de hacer: generosa en el trato y fructífera en los resultados.

Adán Martín fue un hombre que generaba y mantenía lazos irrompibles de apoyo, estímulo y amistad con sus equipos; incluso, increíblemente, con ese pequeño puñado de compañeros de partido que le dieron miserablemente la espalda en sus tres últimos años, a pesar de haber crecido a su estela. Nunca dejó de asombrarme el cómo llevaba su amistad hasta el extremo de buscar justificación de algún tipo a las debilidades humanas de aquellos supuestos amigos que se envilecieron con él hasta lo indecible cuando decidió dejar por completo las instituciones para volver a su oficio.

Adán Martín trazó siempre líneas de confianza permanente con los partidos de enfrente o los colectivos sociales, porque cumplía su palabra. Y porque su imagen [tan viva aún en la muestra que mañana se cierra] no era impostada. Era fiel reflejo del hombre bueno que había detrás.