Un niño de apenas once años y su hermana de ocho caminaban cogidos de la mano por la plataforma de embarque del Aeropuerto de Maiquetía (Venezuela). Iban acompañados de su tío paterno, en cuyo hogar vivieron tras la salida del país de los padres de Pablo y Olga. La expresión de los pequeños era de cierta tristeza e incertidumbre, aunque la de Pablo, el hermano mayor, reflejaba también decisión y seguridad. A él le encomendaron el cuidado de su hermana Olga que, con su vestido y abrigo nuevo, y de su pequeña muñeca, bien agarrada de su mano libre, parecía segura al lado de su hermano, el cual, con traje de pantalón corto, camisa blanca y corbata, llevaba la bolsa de viaje y un “bojote” de cuentos. Tras una entrevista que mantuvo el tío de los pequeños con una azafata a pie de avión, embarcaron lentamente.

Era un día de mediados de julio de 1959 y los hermanos dejaban atrás su vida de Venezuela para dirigirse a España, a Tenerife, donde les esperaban sus padres que, antes que ellos, habían emprendido el regreso a sus orígenes de donde salieron en agosto de 1948, primero el padre y un año después, en avión, la madre, a fin de encontrar una vida plena que se les negaba en Canarias.

La emigración

La emigración canaria tuvo un parón significativo durante la II República; sin embargo, la Guerra Civil y el posterior régimen impulsaron los deseos de muchos canarios de retomar el ánimo migratorio por dos principales razones: la socio-económica y la política o ideológica. Y la familia Hernández-Ortega, posiblemente por estas dos razones, decidió emprender camino hacia tierras iberoamericanas.

Ya avanzada la tarde del lunes 16 de agosto de 1948 Pablo Hernández Gutiérrez se encontraba en Boca Cangrejo, próximo a Santa Cruz de Tenerife, para llevar a cabo el embarque que le llevaría a Venezuela. Tenía 24 años y dejaba en su hogar canario un bebé de apenas dos meses. Una pequeña goleta de nombre La Carlota, embarcación a vela construida en 1903 en los astilleros de San Telmo de Las Palmas de Gran Canaria, esperaba meciéndose intranquila en las aguas costeras. Según referencia de Jesús Ortega Medina (La Voz de La Gomera), embarcaron 200 migrantes (la capacidad normal del pasaje era menos de la mitad). La goleta levó anclas a las cuatro de la madrugada del día siguiente y tras siete horas luchando con una mar gruesa e izados el foque y el trinquete, estos resultaron dañados por el fuerte viento lo que obligó a fondear cerca del Faro de la Punta de Teno (Municipio de Buenavista del Norte). Esta incidencia inicial hizo pensar a un grupo de 27 migrantes, que decidieron finalizar su odisea en este lugar de la costa. La Carlota reinició su singladura sobre las tres de la tarde del miércoles y tras muchas penalidades llegaron a La Guaira, y después a Caracas transcurridas varias semanas desde su salida.

Una nueva vida se iniciaba en Venezuela. En este año de su llegada, el joven Pablo se encontró un país presidido por Rómulo Gallegos, el cual, a los pocos meses, en noviembre, fue separado del poder por una Junta Militar en la que, como ministro de Defensa, figuraba Marcos Evangelista Pérez Jiménez (1914-2001).

El joven emigrante, nacido en La Palma, se incorporó, como ingeniero civil, a la empresa Técnico Gutiérrez, que construía las conocidas torres gemelas de Caracas, de 103 metros de altura e inauguradas el 6 de diciembre de 1954. Su hijo Pablo, actualmente residente en La Palma, en donde nació, me relataba que “para resistir la presión de los vientos en este tipo de edificios de altura, nuestro padre propuso que la edificación se comportara como los mástiles de los veleros que tanto admiraba desde que tuvo edad para navegar con ellos en aguas de las islas. La idea fue aceptada y de este modo fue como la ingeniería civil antigua de los barcos de madera ayudó a la construcción de tal edificación”.

En 1950, la Junta Militar que presidía el país fue sustituida por otra, manteniéndose Pérez Jiménez en ella. El 2 de diciembre de 1952 fue designado presidente provisional y un mes después, a través de la Asamblea Nacional, presidente de Venezuela.

En 1952, Pablo Hernández fue contratado, en condiciones muy ventajosas, en una empresa constructora en Punto Fijo, localidad situada en el denominado Estado Falcón (península de Paraguaná), nombre que se dio a este Estado en homenaje al que fuera presidente de Venezuela Falcón y Zavarce.

Permítanme, estimados lectores, que trace unas líneas, quizás un tanto digresoras, referidas a este linaje por su singularidad y cercanía con la isla de Gran Canaria. Efectivamente, don Juan Crisóstomo Falcón y Zavarce (1820-1870), que ejerció la presidencia de los Estados Unidos de Venezuela (1863-1868), desciende de terorenses: Catalina Falcón, nacida en Teror en 1570, y Gaspar de Hernández (hexabuelos) y Pedro Falcón, nacido en Teror en 1589, y Catalina Rodríguez (pentabuelos)… Por otra parte, la presencia de este linaje en tierras venezolanas se documenta a través de su tatarabuelo Cristóbal Falcón (1690), que emigró a Venezuela desde Canarias y matrimonia con Ana Quevedo Villegas, instalándose en Coro, capital del actual estado Falcón.

Definitivamente, el padre de Pablo consiguió una mejor colocación en Campo Shell, una refinería de Punta Cardón, al sur de Paraguaná. Sería el responsable de la seguridad de todas las instalaciones y viviendas de la compañía. Sin embargo, los condicionantes, tanto de su labor como las climatológicas, hicieron que, gradualmente, la condición física del progenitor y su salud fueran menguando considerablemente y, como veremos más adelante, la razón principal decisoria de volver a Canarias.

Azafata de Iberia

Los hermanos Pablo y Olga, atendidos solícitamente por una azafata de Iberia, Líneas Aéreas de España (así denominada en estas fechas), fueron colocados en la hilera de asientos dobles, en una fila anterior a la salida de emergencia y desde esta situación podían observar plenamente el plano izquierdo del avión y el par de motores de ese costado. Los niños, ya sentados, se mostraban entusiasmados de lo que veían y quizás alterados por esta experiencia que comenzaba para ellos.

Se encontraban a bordo de un avión Super Constellation que la compañía española había incorporado a su flota desde mediados de 1954. Mientras la pequeña Olga trataba de poner en orden el vestidito de su muñeca, al mismo tiempo que le alisaba el cabello; su hermano Pablo estaba en otro lugar, recorriendo otros caminos a través de su pensamiento, recordando las increíbles playas de Paraguaná, muy cerca del último trabajo de su padre. El pequeño se acordaba de sus amigos Tulio, Anyel, Violeta, Alexander el húngaro, Franchesca… Ya no jugaría con ellos ni saborearía las ricas arepas de la madre de Tulio, ni hablaría con el corpulento negro carbón de Trinidad, que le servía de guardaespaldas en el Liceo donde estudiaban los dos, ni aprendería esa especie de comunicación que mezclaba expresiones precolombinas de los indios caquetios y antiguos esclavos…, algo que le preocupaba al padre de Pablo que, una y otra vez, exigía a los hermanos el aprendizaje y buen entendimiento del castellano.

Los pensamientos de Pablo se desvanecieron cuando el avión despegó y el rugido de los cuatro motores de pistón y sus hélices de tres palas, al máximo de su régimen, hicieron estremecer la estructura del avión, por aquel entonces, el más bonito y elegante de los que navegaban por los espacios. Le llamó la atención la cantidad de humo que expulsaban, ordenadamente, los motores de la aeronave. Pasaban unos minutos de las diez de la mañana. La muñeca de Olga parecía dormida en su regazo. Como su pequeña dueña y su hermano Pablo, hacía esfuerzos para no cerrar los párpados y que le venciera el sopor que sentía. Al pequeño Pablo le preocupaba su hermana, había asimilado perfectamente su responsabilidad hacia ella y trataría, por todos los medios a su alcance, de que no le pasara nada y que el viaje le resultara lo más cómodo posible.

El avión en el que volaban los hermanos Hernández fue un avión muy solicitado en la década de los cincuenta del XX. Iberia adquirió en 1954, tres primeros aviones Super Constellation, cuyas características, muy resumidas, eran: cuatro motores de pistón, tripalas, Wright Cyclone 972TC (designación civil), con un alcance de 9.440 km y una máxima velocidad de 595 km/h. La primera clase disponía de 14 asientos y la turista de 60, aunque se podía llegar a una máxima capacidad de 99 pasajeros. La tripulación se componía de cuatro técnicos (pilotos, navegante y radio) más dos auxiliares. Los aviones fueron bautizados Santa María, Pinta y Niña. Cada aeronave costó 1.650.000 dólares.

Los aviones adquiridos sustituyeron a los DC-4 en sus líneas atlánticas y, desde luego, eran más cómodos y lujosos. Se distinguía, sobre todo, por su aspecto peculiar en forma de “pez delfín” y su cola de tres estabilizadores.

La pequeña Olga se despertó y Pablo, que a su corta edad ya reflejaba un ánimo organizador, quizás heredado de su padre, aprovechó la ocasión para hablar con su hermana recordando lo que su madre, en cierta ocasión, le comentó, siendo muy chiquito, que su papá se había resentido mucho desde que vivían en Paraguaná, cuando se incorporó a su nuevo trabajo en 1952. El trabajo que realizaba era muy duro, no solo por las exigencias que el progenitor se imponía, también por las condiciones climatológicas de aquel territorio.

La pequeña Olga preguntó la razón por la que sus padres se fueron y Pablo le comentó que la mala salud del progenitor se reflejaba manifiestamente en 1957 y que la familia así lo decidió para que fuera tratado convenientemente en España. No le añadió las especiales circunstancias de vida de Venezuela antes, durante y a partir de la caída de Pérez Jiménez…, posiblemente porque a su corta edad no llegaba a entender la significación de lo que había ocurrido en el país donde vivió diez años, prácticamente toda su infancia. Sus padres volvieron a España dos meses antes que ellos, también en un avión Super Constellation.

Protestas

Las protestas del pueblo venezolano se hicieron cada vez más radicales, sobre todo terminando 1957, que coincidía con el final del período constitucional. Cuando las Fuerzas Armadas dejan de apoyar a Pérez Jiménez, este decide abandonar el país (23 de enero de 1958) y, tras su paso por Santo Domingo y Estados Unidos, se establece en España. A Pérez Jiménez le sustituye una Junta de Gobierno conformada por civiles y militares. Fue considerado un dictador y, para un gran sector, un gobernante duro, aunque reconocido como el gran impulsor de la moderna Venezuela.

Se anunciaba la llegada a San Juan de Puerto Rico. El niño Pablo, desde hacía algún tiempo, observó que el motor más alejado del plano de su lado expulsaba una gran cantidad de humo y creyó ver, incluso, alguna pequeña llamarada…, no le quiso decir nada a su hermana a fin de evitar que se pusiera nerviosa. La azafata les ofreció galletas y caramelos. En el avión se servían sándwiches y bocadillos, al parecer no se servían comidas durante el vuelo y aprovechaban las escalas para que el pasaje hiciera el almuerzo que correspondiera. El avión tomó tierra sobre las 14.00 hora local. Todos los pasajeros se concentraron en una gran sala de espera y se dispusieron a dar buena cuenta de un almuerzo que necesitaban. Mientras tanto, se intentó arreglar los inconvenientes del motor, lo cual se tradujo en una escala de cinco horas.

Ya de noche, y mientras los pasajeros se disponían a disfrutar de un descanso bien merecido, el Super Constellation seguía su ruta hacia el Este… Las llamaradas se hicieron palpables y Pablo, algo inquieto, observó que parte del pasaje se había dado cuenta de que algo no funcionaba. El motor del extremo izquierdo estaba situado junto a un depósito auxiliar de combustible. En este momento, el comandante intentó tranquilizar al pasaje manifestando que si fuera necesario apagaría ese motor y que no se preocuparan pues el avión seguiría su ruta sin más problemas: “Nuestro avión puede volar perfectamente con tres motores”. Ciertamente así era y estos Super Constellation de cuatro motores estaban considerados como “el mejor trimotor del mundo”, expresión un tanto burlesca.

Las azafatas, como hacía el comandante del avión, trataban de tranquilizar al pasaje y repartían chocolatinas y galletas y amplias sonrisas cuando algún pasajero, más nervioso, preguntaba qué sucedía realmente. El pequeño Pablo observó cómo, al otro lado del pasillo, un sacerdote, concentrado al máximo, rezaba…, eso al menos pensaba el pequeño.

Faltaba ya poco para llegar a las Azores. Serían las 05:30 horas local cuando el avión se dirigió a la pista del Aeropuerto de Punta Delgada (Isla de San Miguel), hoy denominado Aeropuerto Juan Pablo II. Mientras los técnicos trataban de arreglar el motor que tanto preocupaba al pasaje, la compañía ofreció un excelente desayuno a los viajeros, que lo agradecieron pues al margen de la necesidad de tomar algún alimento, hacía mucho frío y venía muy bien estas viandas y buen café. Los pequeños viajeros apenas probaron bocado. Sentían la necesidad de llegar a su destino, eran muchas las emociones vividas, un viaje largo y sin la compañía de sus padres no era extraño que estuviesen desganados.

Tras más de cuatro horas en la terminal se recibió el aviso del embarque. El aeropuerto parecía, al menos en aquel día, de poca importancia, solitario y apenas movimiento existente. Sobre las 10:30 horas el Super Constellation pudo alzar el vuelo a pesar del motor desobediente que seguía dando guerra.

El avión llegó a Madrid sobre las 13:00 hora local y era esperado con un gran despliegue de medios de seguridad. Tras el aterrizaje, la aeronave fue dirigida a un apartado del aeropuerto a fin de evitar males mayores en caso de un incendio final. El pasaje, obediente, abandonó el avión con rapidez y en orden y me contaba Pablo que su hermana, en aquellos momentos, se dio cuenta del peligro que habían corrido durante la travesía.

Los hermanos enlazaron esa misma tarde con otro vuelo a Tenerife y en Los Rodeos fueron recibidos por sus padres y familiares. Aquí comenzaría otra historia. En las pocas líneas que me quedan añadiré que, andando el tiempo, tuve por amigos al matrimonio formado por Alfonso Luezas Hernández y Olga, aquella pequeña que acompañaba a su hermano Pablo, ambos ya fallecidos. Tenían su residencia en Tafira y eran unas excelentes personas.

Finalmente he de agradecer a don Pablo Hernández Ortega, aquel pequeño viajero, y a su sobrina Helena, hija de Alfonso Luezas y Olga, aquella pequeña viajera, todos los datos que me han proporcionado y que han hecho posible la redacción de este relato histórico, que dedico a mis amigos que fueron, Alfonso y Olga.

Los primeros aviones Super Constellation adquiridos por Iberia tuvieron historias dignas de contar y que serán reflejadas, Dios mediante, próximamente, para los interesados en la historia de la aviación y el lector curioso de relatos sorprendentes.

(*) Miembro de la Real Sociedad Económica de Amigos del País y del Centro de Iniciativas y Turismo.