No hay primavera que valga para el llamado pacto de las flores que gobierna en Canarias desde hace casi un año. Y menos aún para su máximo representante y presidente regional, el socialista Ángel Víctor Torres, que lleva todo este tiempo persiguiendo cualquier cosa que se parezca a una normalidad de gobierno y lo único que tiene en el horizonte es una nueva normalidad muy complicada para todos los canarios, que le mantendrá en vilo bastante tiempo más. Hace un año que Torres logró una gran victoria electoral como candidato del PSOE, y la conmemoración de tan importante acontecimiento para su partido y para él personalmente va a tener que esperar. El próximo sábado, Torres oficiará como presidente autonómico la celebración del Día de Canarias. Sin premiados, el acto institucional quedará relegado a un discurso. Él mismo y todo su Gobierno se verán obligados a escapar de los brindis y los agasajos por muy necesitados que estén de un poco de alivio con el que olvidar estos cerca de doce meses de crisis y emergencias permanentes.

El actual secretario general del PSOE era el sexto candidato consecutivo de su partido en cada una de las elecciones autonómicas celebradas desde 1995 y, con su amplia victoria de 22 escaños, esta vez sí pudo llevar a los socialistas canarios de nuevo a la Presidencia del Gobierno. No fue fácil, porque la capacidad de maniobra de CC para tratar de urdir algún pacto que lo impidiera, y con ello ampliar los, hasta entonces, 26 años de poder nacionalista, estuvo muy cerca de apartar de nuevo al PSOE de la máxima institución de las Islas. Pero los errores de otros, especialmente del PP, y el empeño de Torres por fraguar complicidades con los partidos del mismo espectro ideológico dieron finalmente sus frutos y cristalizaron en el mencionado pacto de las flores junto a Nueva Canarias (NC), Unidas Podemos (UP) y la Agrupación Socialista Gomera (ASG), que toma su nombre por el entorno en el que se firmó el acuerdo y se hicieron la foto de familia los cuatros líderes implicados, la plaza del Reloj de las Flores en Santa Cruz de Tenerife.

Aquella fotografía de Torres junto a Román Rodríguez (NC), Noemí Santana (UP) y Casimiro Curbelo (ASG) ha perdido todo su color y aroma a la vista de su accidentada trayectoria. Quizá no tanto por su acción de gobierno ordinaria, aún pendiente de valorar en su dimensión real, como por el rosario de circunstancias adversas y crisis al que se han tenido que enfrentar, y al que se les asocia sin remisión independientemente de la gestión que hayan hecho de ellas. Ha sido sin duda un año para Torres pleno de emociones contradictorias, y una montaña rusa de sensaciones por la vorágine de unos acontecimientos que le han llevado de emergencia en emergencia, empezando por los graves incendios del verano pasado en Gran Canaria, hasta este episodio dramático de la pandemia sanitaria por la Covid-19, que ha provocado hasta ahora la muerte de 158 canarios y que está sumiendo a todo el Archipiélago en una crisis económica sin precedentes. Definitivamente, es el caso de un presidente sin flor, y un gobierno sin primavera.

Consejerías señaladas

El primer reto al que se enfrentaba el líder de los socialistas canarios era embridar las distintas pulsiones políticas y personales de los firmantes del pacto y de los propios miembros del Gobierno, con la presencia de Rodríguez en calidad de vicepresidente y casi representando una bicefalia a los mandos. La tarea para Torres no era nada fácil teniendo en cuenta que Curbelo y su ASG habían estado en un tris de cerrar con los partidos de centro derecha -CC, PP y Cs- un acuerdo de signo contrario al del pacto de progreso. Un elemento que provocaba una gran incertidumbre política por el riesgo de que cualquier crisis interna en el Ejecutivo podría reactivar la alianza alternativa, tal como se encargó de advertir el secretario general del PP nacional, Teodoro García Egea, cuando afirmó que "las flores se marchitan después la primavera" y alentó la idea de una hipotética moción de censura a corto plazo.

Sin embargo, Torres ha conseguido mantener en todo este tiempo la suficiente cohesión interna entre los socios como para garantizar la estabilidad política pese a las variadas tensiones sufridas por los desajustes entre consejerías, y el fuego amigo a base de reproches por la gestión realizada en algunas de ellas.

Particularmente se han visto en el ojo del huracán las consejerías de políticas sociales, en manos de la líder de UP en Canarias, Noemí Santana, así como las de Sanidad y Educación, ambas socialistas. Sin embargo, pese a algunos deslices en el proceso de elaboración presupuestaria, como el corta-pega de Santana de un programa del anterior Ejecutivo de CC, el Gobierno de Torres logró aprobar en diciembre sus primeras cuentas regionales sin problemas, y parecía acabar el año con buenas sensaciones y mejores expectativas para el 2020. Atrás habían quedado las tres emergencias que le tocó abordar en sus primeros meses de mandato y superadas con buena nota, sobre todo en el caso del macroincendio de agosto en Gran Canaria, que mantuvo al presidente en primera línea de gestión y dando la cara en todo momento. Pero también en la crisis por la quiebra del turoperador británico Thomas Cook a finales de septiembre, exigiendo y presionando al Estado, bien asistido por la consejera de Turismo, Yaiza Castilla, para que adoptara las ayudas pertinentes, o en el apagón energético en Tenerife el 29 de ese mismo mes.

Expectativas truncadas

Pese a todos estos avatares, el presidente y su Gobierno iniciaban el 2020 con la agenda en limpio y con el subidón de las expectativas que le proporcionaba el recién conformado Gobierno central de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos, presidido por Pedro Sánchez, al que él siempre apoyó y con quien se sentía en plena sintonía, tras las elecciones generales repetidas del 10 de noviembre y una tortuosa negociación. Era una oportunidad de encauzar la agenda canaria en Madrid con dos gobiernos socialistas al frente de las respectivas administraciones. Además, el peso de los socialistas canarios en la política nacional se confirmaba con la designación de una de las consejeras del Gobierno de Torres, Carolina Darias, como ministra de Política Territorial y Función Pública. Las cosas pintaban muy bien a finales de enero con la guinda de un Fitur bastante positivo, y una Cumbre del Clima que Canarias supo aprovechar.

Y en estas estábamos cuando un mes más tarde llegó el coronavirus y rompió todos los moldes y todos los planes y vuelve a poner a Torres frente a sendas emergencias, sanitaria primero y luego económica, que van a marcar el futuro de su gobierno y, sobre todo, el futuro inmediato del bienestar de los canarios por las consecuencias del cero turístico. Con la crisis de la Covid-19 saltaron las primeras espitas del Ejecutivo regional y afloraron nuevas tensiones con Madrid. Primero fue la destitución de la consejera de Sanidad, Teresa Cruz, forzada por los socios, por la gestión de la crisis sanitaria, el 25 de marzo, y justo dos meses más tarde, el 25 de mayo, la dimisión de la consejera de Educación, por la gestión de la desescalada en el ámbito educativo.

En ambos casos, con secuelas internas en el propio PSOE, únicos episodios en los que el partido ha dado que hablar en este tiempo. Y en el centro del escenario, esa batalla, inédita en su caso, de enfrentamiento, ya algo más que soterrado, con el Gobierno central por la falta de respuesta clara a las reclamaciones canarias para un plan de rescate de la economía de las Islas.

Una tensión con Sánchez a la que le empujan sus socios de Gobierno, sobre todo ASG y NC, y su vicepresidente en jefe, que arrecia en su presión y vigilancia y hasta se le cuela en las conferencias telemáticas presidenciales. Mientras resuelve nombramientos y espera contestación a su reciente carta a La Moncloa, Torres mira con nostalgia al calendario y evoca aquel lejano 26-M de hace solo un año, buscando el rastro del perfume de aquella victoria, y el de esa flor de la suerte que tanto se le esconde.