La sesión plenaria comenzó con cierto cansancio fantasmal, como esas películas de terror que empiezan con una atmósfera ambigüa y no terminan de coger pulso. Como sus señorías añoran el salón de plenos, los diputados se van turnando, a excepción de la Mesa del Parlamento y de don Casimiro Curbelo, eterno, omnipresente y omnisciente, creador de lo visible y lo invisible del pacto de gobierno. Al principio creí que se preparaba algo gordo -el presidente Torres concretaría temerariamente alguna medida, caería una moción de censura, se preparaba una orgía- porque sus señorías se frotaban sonrientes las manos una y otra vez, pero nada de eso: se había distribuido entre los diputados botellitas de gel hidroalcohólico y estaban encantados de usarlo hasta agotar las existencias.

Esta semana tocaba desfile procesional de autoridades gubernamentales para explicar la incidencia de la pandemia en sus respectivas áreas, porque una de las señas del parlamentarismo canario es la pachorra infinita aunque medie el fin del mundo. La rapidez y agilidad política (y administrativa) debería informar cualquier estrategia para enfrentarse a las consecuencias económicas y sociales de la crisis sanitaria. Ya Ángel Víctor Torres lo hizo en el pleno anterior, y con un buen informe de conjunto, sin duda, podría haber bastado. Sin embargo no hay prisa. El Gobierno -y más concretamente su presidente y vicepresidente- decidieron ganar tiempo y se inventaron lo del Pacto para la Reconstrucción, con más visitas a Torres que las que consigue la Virgen de Candelaria entre sus fieles, mientras pasan las semanas y a ver si nos aclaran algo desde Madrid o se materializa la caritativa y retrechera solidaridad de Bruselas.

Cuando George H. Bush se convirtió en vicepresidente con Ronald Reagan le pidieron opinión a Gore Vidal que se encogió de hombros y replicó: "Es de esa clase de tipos del establishment que siempre los nombran para algo". La consejera de Economía y Empleo, Elena Máñez -vinculada hace lustros al establishment del PSOE canario- se ha hecho una relevante carrera política por el procedimiento de ser nombrada reiteradamente para algo. Es muy difícil recordar qué hizo la señora Máñez como diputada, directora del Instituto Canario de Igualdad, consejera del Cabildo de Gran Canaria o delegada del Gobierno en Canarias, pero la sabiduría convencional apunta a que si la han nombrado tantas cosas es que se le puede nombrar para algo más. En el pleno leyó una soporífero informe donde subrayó, sobre todo, el maravilloso papel que los ERTE están jugando en esta crisis y los más de 400 millones de euros mensuales que aporta el Gobierno de Pedro Sánchez para mantenerlos. Es más bien melancólico recordar los furibundos ataques del PSOE y de IU contra el Gobierno del Partido Popular cuando Fátima Báñez, ministra de Empleo, articuló los ERTE en su reforma laboral. Ahora son un instrumento maravilloso y hasta progresista para que nadie se quede atrás, según reza la vulgata sanchista. Las reacciones de los grupos parlamentarios fueron las previsibles. La coalicionera Socorro Beato recordó que casi un tercio de los canarios tenían un ERTE reconocido, pero que no habían visto un duro y censuró el retraso de la ayuda extraordinaria a los autónomos. El señor Marrero Morales habló de crisis de civilización y citó a Julio Anguita como si fuera Gramsci. Luis Campos dijo que todo estaba muy bien pero que había que aprovechar la oportunidad para hacerlo mejor. Carlos Sánchez, diputado del PP que lleva mejor el catastrofismo que los trajes, dejó claro que el Gobierno central y sus socios planean un apocalipsis zombi, pero que el Partido Popular no estaba dispuesto a que le devoren el cerebro, si es que alguien consigue encontrarlo. Ricardo Fernández de la Puente pidió muy razonablemente un plan de choque para el empleo en Canarias. Y así se deslizaban las intervenciones hasta que llegó el gran momento de Casimiro Curbelo.

El factótum de la Agrupación Socialista Gomera y presidente del Cabildo Insular desde los tiempos de Beatriz de Bobadilla soltó una frase bomba: "No nos engañemos. El año que viene España será intervenida. No queda otra". Como hace un par de días había declarado que el pacto duraría cuatro años ayer tocó sacudir un poco el árbol: "En La Gomera nos permiten entrar en la fase II, pero parece menos un reconocimiento a nuestros esfuerzos que un castigo: necesitamos ayudas al comercio y a toda la cadena de valor turística porque si no nada hay que hacer". Máñez ponía cara de no entender el casimirés, pero le convendría aprenderlo. Un consejo gratuito de Curbelo: "En el Gobierno hay gente que no está por la labor de la colaboración entre las administraciones públicas. Le pido usted que no se sume a eso". Y se sentó. Por supuesto los partidos de la mayoría simularon una perfecta sordera. Marrero Morales se puso a hablar del madrileño barrio de Salamanca donde, según sus informaciones, se estaban manifestando egoístamente "las grandes fortunas de España". Campos imitó al Román Rodríguez que sabe no decir nada: es su mejor imitación del vicepresidente. El diputado del PP se desesperó otro ratito. Pero desde CC no se quería desaprovechar la ocasión, y ya en el turno de la segunda consejera del día, la responsable de Turismo, Yaiza Castilla, José Miguel Barragán exigió que le dijeran si el resto del Gobierno opinaba lo mismo que Curbelo: "Si ustedes creen que España va a ser intervenida por la Unión Europea", advirtió, "nos lo dicen, porque si es así, yo no firmo el Pacto por la Reconstrucción". Subtexto: es interesante que Barragán hable en primera persona. Un secretario general que, además, está fuera del plazo de su mandato, no debería hacerlo, pero desde hace meses el barraganismo es la etapa superior -y quizás suicida- del coalicionarismo. Curbelo quiso replicar por alusiones: "Una cosa es que yo apoye al Gobierno y otra que no puede y debate tener mi propio criterio€Aquí no€aquí no estamos hablando todos el mismo idioma". Y Barragán, incansable como suelo lo puede ser un encallecido burócrata de partido: "Señor Curbelo, o deja de decir boberías o deja de decir boberías". El líder de ASG le miró fijamente, como si antes jamás hubiera reparado en la existencia de Barragán. Todo el mundo se apresuró a proclamar que, por supuesto, España no sería intervenida jamás, y se citó la propuesta de Francia y Alemania de un fondo de medio billón de euros, pero sin reparar en que ya se ha explicitado que se exigirán condiciones para su gestión y un muy planificado seguimiento de la misma.

La impecable exposición de la consejera Yaiza Castilla se vió enturbiada por una estúpida disputa sobre el turismo canario como principal problema económico de Canarias y setina de todos los vicios según Podemos. Servidor recuerda pocos momentos tan propicios a la vergüenza ajena en la Cámara como el que ofreció ayer el diputado Francisco Déniz: una lección cabal de ignorancia petulante. Además de insistir en que esta era una oportunidad magnífica para decrecer turísticamente Déniz se embarcó en una defensa indefendible del ministro Alberto Garzón, dejando en evidencia que no tenía ni la más ligera idea del concepto de valor añadido. Una afirmación para la posteridad: "Señorías, una papa es una papa, pero si le ponemos mojo ESO es valor añadido". Lo dijo entrecerrando los ojos, que es su expresión habitual cuando busca un argumento definitivo de una lucidez aplastante- Hasta para el actual nivel medio del Parlamento de Canarias la parida de Déniz, profesor de Sociología de la Universidad de La Laguna, pareció excesivo, hasta el punto que la diputada de Nueva Canarias, María Esther González, se dirigió a su señoría para explicarle sucinta -y sin duda inútilmente- lo que es valor añadido. Déniz escuchaba como alguien al que lo intentan engañar con palabras rebuscadas. Es añadido porque se añade, ¿no? Pues entonces. Como el mojo cilantro. Chós.