El Parlamento de Canarias no ha cerrado totalmente ningún día desde que el pasado 14 de marzo se declaró el estado de alerta por la pandemia. Ayer celebró su primer pleno, un esfuerzo organizativo y logístico que se solventó perfectamente y que tal vez sea el mayor éxito de Gustavo Matos y su equipo (con el concurso y dedicación de los funcionarios de la Cámara) desde el principio de la legislatura. Matos tiende a una hiperactividad ligeramente enloquecida y a veces incomprensible, pero en esta ocasión se esmeró concienzudamente. En el salón de plenos acogía la Mesa y una veintena de diputados. Quizás por la propia excepcionalidad de la ocasión sus señorías fueron puntuales. Algunos por los pelos, como Vidina Espino, que al llegar comentó a un ujier:

-Uf, todavía no son las diez. Tendré que esperar media hora.

-No, no, señoría. El pleno empieza a las diez.

-¿Está seguro?

-Créame que sí.

En el interior los diputados guardaban las distancias, como si se respetaran o se vieran por primera vez, con la Mesa de la Cámara y los presidentes y portavoces de grupo sentados desde muchos minutos antes del inicio de la sesión. Juntos llegaron el presidente Ángel Víctor Torres y el vicepresidente Román Rodríguez con sus mascarillas. El consejero de Hacienda llevaba la suya como si estuviera en el carnaval de Venecia, abriendo los brazos, riendo y saludando a todo el mundo. En efecto, casi todas sus señorías llevaban mascarillas, con algunas excepciones, como la diputada socialista Nira Fierro, a la que se le había olvidado. Los guantes eran menos frecuentes. Uno de los últimos en entrar fue el consejero de Sanidad Julio Pérez y se encontró con los escaños repletos de mascarillas: él no la llevaba puesta. Pareció recordarla, la sacó de un maletín y se la colocó inmediatamente. José Miguel Barragán, incrustado en su escaño bajo la apariencia de un buda ligeramente tuberculoso, lo miraba divertido. La mayoría prescindieron de la mascarilla en poco tiempo, imitando a Rodríguez, que sin embargo se frotaba cada media hora las manos con un gel hidroalcohólico que extraía de una pequeña petaca.

Este país vive su hora más sombría en las últimas décadas. Son 490.000 canarios los que se encuentran desempleados o colgados de un ERTE de muy incierto final mientras se desploma el PIB y los ingresos fiscales se volatilizan. Es una crisis estructural de una gravedad extraordinaria. Una amenaza a la viabilidad de Canarias como espacio económico y social -y como proyecto institucional- mucho más peligrosa que la de la crisis de 2008. Pero el Gobierno autonómico no ofreció ni un solo motivo -ni mucho menos una garantía- para la esperanza. Carece de una estrategia ya no para superar a largo plazo esta situación -Canarias depende de España y de la Unión Europea- sino simplemente para contenerla a corto plazo. Y la entrevista de Torres y Rodríguez con la ministra de Hacienda, María Jesús Montero -que se ha publicitado groseramente como un gran éxito político del presidente Torres, con su vicepresidente de convidado de piedra- no ha aportado ninguna tranquilidad a los agentes económicos y sociales y a las administraciones municipales. En las respuestas ofrecidas ayer por Torres y Rodríguez sobre la reunión telemática con la ministra quedó patente que los resultados habían sido magros y matizables. Pero no quedó claro gracias a la información ofrecida por ambos, sino a los subterfugios y las elipsis que emplearon presidente y vicepresidente para evitar explicitar un solo detalle, compromiso u objetivo del Ministerio de Hacienda, en especial, en lo que se refiere al ya celebérrimo uso del superávit pretendidamente autorizado por la señora Montero.

Antes vino la habitual colleja de Torres a Vidina Espino: un clásico parlamentario. Como Espino aseguró que ningún autónomo había cobrado la ayuda anunciada hasta la náusea por el Gobierno autonómico, Torres le afeó la conducta, y sin aclarar si era así o no, citó otras heroicidades del Ejecutivo, como haber tramitado tropecientos mil ERTE en muy pocas semanas. Luego llegó al turno del Ángelus de Podemos. El abacial Morales recordó que nadie podía quedarse en la indigencia, hizo preces por el cambio de modelo económico que emparedase en una cueva al diabólico dragón del turismo, oró por la soberanía alimentaria y energética y declaró, en fin, que no quiera dios que volviéramos a la antigua normalidad, con solo un 22% de paro. Aunque habló más tarde, su compañero Francisco Déniz insistió en la misma línea argumental. La gestión de la crisis está siendo otra. No se está dando dinero a los bancos (nadie ha tenido la caridad de decirle al diputado que esto no es una crisis financiera). Y por cierto, esto demuestra que ya está bien de tener solo un motor económico. Canarias debe tener cuatro, cinco, seis motores económicos. En la ferretería mental del señor Déniz uno adquiere motores económicos como quien compra destornilladores. La situación -sentenció solemnemente- ha cambiado. ¿Qué tal si recalificamos suelo turístico y nos ponemos a sembrar papas? Como parece evidente que Déniz no distingue entre papas y paparruchas Román Rodríguez le respondió con cuatro frases y media sonrisa y a otra cosa.

Después de una insuficiente intervención de Pablo Rodríguez -quien desaprovechó la oportunidad para subrayar que Francia e Italia han anunciado planes multimillonarios para salvar sus industrias turísticas mientras el Gobierno de Sánchez se ponía de perfil- la portavoz del PP, María Australia Navarro, entró en lo mollar, la reunión con la ministra Montero, para dibujarla como lo que fue: una conversa con muy pocos resultados envueltos en muchas y vaporosas promesas. Unos minutos antes Torres se había escandalizado por cuestionar los compromisos de la ministra - que, por cierto, sólo han podido escuchar el mismo Torres y su vicepresidente- y había pedido rigor. "Si no confiamos en la palabra de una ministra", subrayó arcangélicamente, "perderemos toda credibilidad". En cambio, el presidente llamó mentirosa a Navarro tres veces porque ya se sabe que la credibilidad del sistema democrático solo está en juego si uno desmerece a un político de izquierda. Torres ni siquiera pidió disculpas a la irritada portavoz conservadora. Casimiro Curbelo, con sibilina cortesía, dejó patente que estaba a la espera de que cabildos y ayuntamientos puedan acceder a sus perras. Lo más curioso es que fueron dos diputadas de la mayoría que sustenta al Gobierno -la socialista Nayra Alemán y María Esther González, de Nueva Canarias- las que con sus preguntas y comentarios abocetaron lo que ocurre con el maldito superávit autonómico. No es muy complicado.

Primero -es algo que se deslizó en alguna intervención- el superávit de 1.500 millones de julio del pasado año ya no existe. Rodríguez dedicó buena parte de esa pasta acumulada en los bancos a pagar deuda pública. Después, desde 2018 puede utilizarse el superávit en inversiones financieramente sostenibles. Con autorización y fiscalización del Gobierno central, por supuesto. Pero para gastarlo en otra cosa había que modificar la ley orgánica de Estabilidad Presupuestaria y eso exige mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados, algo muy difícil de conseguir con la actual aritmética parlamentaria y que tal vez levantaría suspicacias en Bruselas. Sobre ninguna de ambas opciones se ha escuchado una palabra a la señora Montero. Tampoco una sílaba, por supuesto, sobre la autorización para que Canarias emita deuda pública (se comenta que Rodríguez manejaba una cifra de entre 6.000 y 7.000 millones de euros) para soportar la recesión este año y el próximo. Ni el presidente ni el vicepresidente aportaron una migaja de información o aventuraron una interpretación sobre estas obviedades. Ninguna. El plan Román Rodríguez (recuperación del superávit y emisión masiva de deuda pública) nunca llegó a cuajar y ahora está muerto. Y no hay plan B.

Por eso a muchos se le pusieron los pelos como escarpias cuando el consejero de Hacienda respondió al diputado Ricardo de la Puente que no era necesaria una estrategia económica y presupuestaria en este nuevo escenario. "Los presupuestos para 2020 son nuestra estrategia", remachó Rodríguez, refiriéndose a unas cuentas fantasmales cuyas previsiones de ingresos son papel mojado desde hace semanas. Pareció un chiste. Un chiste negro, macabro, excesivo incluso para este funeral al que todos estamos invitados, porque es precisamente el nuestro.