Canarias contó con numerosos manantiales y cursos continuos de agua en los barrancos en su etapa hidrográfica sin apenas impacto humano. Luego recurrió a las minas y galerías, que fueron mermando los nacientes. Después construyó pozos y presas como primeras soluciones técnicas a sus problemas de escasez. El boom turístico incrementó la demanda y acusó los cortes de suministros, habituales hasta la llegada de las desaladoras y depuradoras. A lo largo de la historia se han intentado o propuesto otras soluciones, más o menos ingeniosas o disparatadas. Entre ellas en los años 60 se copió un proyecto americano para provocar lluvia artificial con que combatir la larga sequía: con aviones se pulverizó el aire con disoluciones concentradas de cristalitos, semejantes al hielo, para provocar núcleos de concentración a partir de los cuales surgieran las nubes. Pero hubo lluvias torrenciales que hicieron abandonar el invento. En Lanzarote, un estudio geofísico sobre la existencia de una bolsa de agua bajo el Parque Timanfaya disparó hace dos años la imaginación y el debate. Aunque menor al que provocó el método propuesto por Vázquez Figueroa de realizar una ósmosis inversa del agua de mar. Y la última propuesta del Cabildo de Gran Canaria recuerda un episodio apenas conocido de la historia colombina de las islas: "En Canarias, Madeira y las Azores, desde que se cortaron los árboles que las atestaban, ya no se generan tantas nubes ni tantas lluvias como antes", reflexionó en 1494 tras navegar bajo una lluvia torrencial entre Cuba y Jamaica, relacionando así las precipitaciones con la masa forestal.