Trino Garriga es, desde hace poco y a sus 90 años, no solo referente del fotoperiodismo político canario, sino uno de esos afortunados que, en vida, han visto reconocida su carrera y notado no solo la admiración de sus compañeros, sino cariño y respeto auténticos generalizados. El pasado martes, este chicharrero que nació y creció entre negativos, carretes y cámaras en el estudio de su padre, que se llevó y ahondó su pasión en Venezuela y que volvió a Canarias en 1987 para, en EL DÍA y Canarias 7, seguir dándole al botoncito de por vida, descubrió una placa con su nombre en el Parlamento canario que lo inmortalizará como uno de los reporteros gráficos claves.

Y esa expresión de reportero no es muy baladí. Es más, y según subraya a EL DÍA en su casa de Tíncer, donde nos recibe junto a su mujer y demuestra su adaptación a los tiempos invitándonos a pizza pedida a domicilio, no le gusta la combinación "fotoperiodista" y siempre se ha considerado lo otro, un reportero gráfico de los tiempos en que había que revelar el carrete para saber cuántas fotos habían salido bien, sin la ventaja del ahorro económico y de tiempo que implica lo digital.

Trino es muy lúcido y recalca que la era actual le habría facilitado mucho su tarea, pero cree que se ha perdido romanticismo y ese aroma artesanal de lo analógico. Su pasión le vino de cuna. Su padre le inculcó bien la profesión; incluso, demasiado, pues, cuando Trino le dijo que no quería seguir estudiando, sino dedicarse a las fotos e irse a Venezuela, le sentó fatal. "No sé muy bien por qué, pero siempre tuvo predilección por mí, pero eso no me lo perdonó. Quería que fuese contable y estudié un tiempo, pero lo dejé y nunca olvidé sus silencios al decirle lo de dedicarme solo a ser fotógrafo".

Ese "solo" también tiene un aplastante sentido, ya que nunca le dio por pasarse a lo audiovisual, ni con el súper 8 ni el vídeo. La mejor prueba es su impresionante colección de cámaras fotográficas antiguas, varias heredades de su padre, y otras más recientes, como la acuática que guarda junto a cajas redondas de metal e infinidad de carpetas con todos los negativos que hizo. "No tiro nada, aunque tampoco creo que esto se digitalice", afirma mientras muestra varias vitrinas.

De todas sus cámaras, recalca que la mejor fue una Nikon cuyo peso y sonido del clic aún le emocionan y llenan de orgullo. Según explica, "no hay día que no salga con una cámara y fotografío cualquier cosa. Si veo algo que me gusta y lo fotografío, una flor, por ejemplo, luego la busco a otra hora, con otra luz, para hacer una serie". Eso sí, y aunque cree un avance la facilidad para inmortalizar la vida con un móvil, lamenta que la gente "ya no se haga fotos de familia como las de antes. Casi ni se imprimen. Se hacen fotos todo el día, pero no se valoran".

Sobre los reporteros gráficos actuales, prefiere la cautela. Aunque le gustan "unos cuantos" (y los menciona off the record), le da cosa explicitarlos y lo mismo con aquellos políticos a los que más le gustaba inmortalizar o los que menos. Eso sí, echa en falta "la elegancia" de los de antes, "pues todos iban con traje y corbata, algo que ahora pasa mucho menos. Todos menos Viétez; ese nunca lo hacía", recuerda.

También lamenta que, "salvo Román, los de ahora son muy inexpresivos y es difícil sacarle fotos porque la mayoría solo lee y no debaten". En contraste, "el que más juego daba era Olarte". Además, reconoce que le impactó lo "polémico" que fue López Aguilar el tiempo que estuvo, resalta el nivel de trabajo "obsesivo" de Adán Martín, presenta a Hermoso como "un gran amigo", del que destaca su cercanía a la gente ("una vez bajamos del ayuntamiento al cabildo y tardamos una hora porque saludaba a todos"), pero dice que "el mejor presidente fue Saavedra. Me dolió la censura del 93, mientras que Fernando Fernández, para el que trabajé, buscó irse en el 88 con la moción que perdió".

Quien no ha perdido ni un ápice de su pasión es alguien que ya da nombre a una sala parlamentaria, pero, sobre todo, a un infinito archivo de fotos dignas de un "reportero gráfico" de verdad. Alguien que, a sus 90, come pizza y mañana fotografiará cualquier cosa, tal vez una flor.