Los ritos que rodeaban la muerte entre los pueblos que habitaban Gran Canaria antes de la Conquista cuentan mucho de cómo era la vida en la sociedad aborigen, con un elemento característico que han favorecido la conservación de los restos a través de los siglos: el uso de mortajas mortuorias.

Mientras a escasos metros cientos de personas festejaban en el centro histórico de la ciudad el ya inevitable "Halloween", con sus calabazas y disfraces horripilantes, el Museo Canario celebraba la "Noche de los Finaos" de una manera muy distinta: entre momias y calaveras de verdad, memoria de un tiempo que desapareció.

"La muerte es un hecho biológico universal al que todos estamos abocados", recordaba la conservadora del Museo, Teresa Delgado, a quienes le acompañaban en una visita guiada diferente, organizada para mostrar el público cómo "estudiar a los muertos permite conocer a los vivos y sus relaciones sociales". El credo de todo arqueólogo.

Porque la manera que cada grupo humano tiene de entender a los difuntos, celebrarlos y percibirlos tiene un hondo calado, insiste, ya que, detrás de esos ritos hay una sociedad y una cultura.

"En el caso de los antiguos canarios, el elemento definitorio y que perdura a lo largo del tiempo es el amortajamiento, la envoltura del difunto en lienzos de piel, de junco o de ambos materiales", detalla Delgado, en referencia a una práctica de la que hay testimonios en la isla desde el siglo V hasta el siglo XV, cuando esa manera de morir (y de vivir) desparece con la Conquista.

Entre los siglos V y VIII, el escenario en la Gran Canaria indígena de los ritos mortuorios eran las cuevas, donde se depositaba a los difuntos que convivieron en una misma comunidad, mientras que a partir del siglo VIII o IX aparece una nueva forma sepulcral: los túmulos construidos en las coladas volcánicas.

Esta última práctica fue sustituida a partir del siglo XI por la utilización de cistas y fosas, aunque las cuevas siguieron empleándose como tumbas durante todo el periodo, "con altibajos".

Ese cambio en cómo se despedía a los muertos, señala Delgado, también cuenta mucho sobre la evolución de las sociedades indígenas prehispánicas, de cómo los tiempos en los que primaba la comunidad, aunque con sus desigualdades, son sustituidos por otros de "mayor individualidad y complejidad". De la cueva común, al túmulo.

"Los muertos son un reflejo de cómo son las relaciones sociales de las comunidades y nos permiten ver cómo vivieron esas poblaciones y cómo se desarrollaron a lo largo de los 1.300 años que estuvieron habitando la isla de Gran Canaria", insiste.

Las mayor parte de las momias o restos amortajados que se conservan en el Museo Canario proceden de cuevas de tres puntos de la isla: Acusa, el barranco de Guayadeque y, en menor medida, de Arguineguín, unas zonas donde la temperatura, la humedad y el pH del suelo permitieron que los cadáveres se desecasen.

"Lo que mejor se conserva a día de hoy son los fardos que envolvían a estos muertos", asegura, mientras muestra a sus acompañantes la delicadeza y la calidad de las costuras con las que los aborígenes preparaban los lienzos para sus difuntos.

Los arqueólogos creen que la utilización del amortajamiento durante siglos entre esta sociedad indígena se debe a que un sector de la población debía dedicarse a transmitir sus conocimientos a las generaciones más jóvenes, para que se perpetuaran.

"Eran las mujeres las que elaboraban y trabajaban las pieles y los juncos", relata la conservadora del Museo, concretar que esta afirmación la corroboran restos óseos y dentales de mujeres en los que los expertos han apreciado, por ejemplo, artritis en los huesos de las manos, algo que indica que la utilización de las mismas fue recurrente durante toda su vida.

La esperanza de vida de los antiguos grancanarios rondaba los 45 años y los estudios han desvelado un pico de mortalidad también en el género femenino, entre los 20 y los 40 años, que los arqueólogos relacionan con continuos embarazos y problemas en los partos.

Para la conservadora del Museo Canario, "no hay nada con más peso social que las prácticas que se realizan en torno a la muerte".

"Una sociedad no puede sobrevivir como tal si no crea una memoria social, una construcción colectiva de cómo sucedieron las cosas en el pasado", concluye Delgado.