En la jornada plenaria de ayer estuvo mal visto mirar. Desde un punto de vista parlamentario a peor va la mejoría: al Gobierno de Ángel Víctor Torres -como a cualquier Gobierno- no le gustan que le critiquen los desplazados del poder. Si no ganaron las elecciones y se les ha enviado al infierno de la oposición, ¿cómo van a ponerse a criticar nada? Es una curiosa manera de considerar el parlamentarismo, el equilibrio democrático y el balance de poderes, eso que James Madison llamaba checks and balances. Ayer se dio un paso más, desde el no me toques la gestión a haga el favor de no mirarme así. La mayor parte de los consejeros -con su presidente al frente- no explican sus acciones, sino que descalifican el pasado, como dando zapatazos a una cucaracha que no acaba de morir. Es el patrón al que suele acogerse Torres: un par de patadas al pretérito tembloroso y en paz. El presidente llega a la Cámara, se atusa los cabellos, se sube ligeramente los pantalones y sale a hacerle la enésima autopsia al cadáver insepulto de Coalición Canaria.

-Fíjense. Si todavía respira el bicho podrido.

-Qué asco presidente -dice más o menos Nira Fierro-. Desde el grupo parlamentario socialista le invitamos a que mate y remate.

-Me alegra coincidir con usted.

-Una feliz casualidad democrática.

-Pues sí.

Cuando María Australia Navarro acusó al Ejecutivo de birlarle recursos a los ayuntamientos al proponer un nuevo reparto de los fondos del IGIC, le recordó a Torres declaraciones de su etapa como vicepresidente del Cabildo de Gran Canaria. Navarro, como en el guión de un melodrama de Douglas Sirk, le acusó de haberse olvidado de sus años como alcalde de Arucas. Lo mismo le dijeron en su día a Paulino Rivero o a Fernando Clavijo. Es inútil y hasta contraproducente, porque no animal político más despiadado que un exalcalde bajo palio presidencial. Torres replicó que CC y PP son los que habían sableado realmente a los cabildos y ayuntamientos en los dos últimos presupuestos autonómicos y los suyos golpearon sus pupitres con entusiasmo. En esta legislatura la mayoría golpea los pupitres al estilo de los vikingos en el Valhalla, para apoyar ruidosamente a los suyos. Gustavo Matos ya debe andar calculando los costes de carpintería. Ya muy suelto el jefe del Gobierno siguió adelante.

La ciudadana Vidina Espino criticó muy razonablemente que se hubiera preferido elegir un nuevo administrador único para la Radio Televisión Canaria en lugar de consensuar un nuevo director y comenzar a cumplir la espantosa pero vigente ley. Torres casi se ríe, como el resto de los portavoces parlamentarios, que en su totalidad apoyaron la designación de Francisco Moreno, una unanimidad ciertamente sorprendente a la que se sumaron CC y PP por hacer un flaco favor (o no) a la televisión pública. Torres estuvo casi paternal. Le explicó a Espino que el Gobierno no decidía nada, alma de cántaro. Y luego le precisó que quien debía dar explicaciones era ella, lo que constituye una originalidad en el mecanismo de control del Ejecutivo por la oposición. Fue la primera vez que al presidente, en la Cámara, se le cayó un pedacito de pringoso cinismo al suelo. Nadie lo recogió. Tenía una pinta bastante repugnante.

La portavoz Fierro proclamó que el convenio de Las Chumberas es la demostración que la buena política se hace sobre el trabajo silencioso, sin aclarar en qué libro de Paulo Coelho sale la frase. Casimiro Curbelo le preguntó al presidente si cumpliría con la defensa del fuero canario. Por supuesto, como se defiende a la madre porque fuero no hay más que uno. Pablo Rodríguez denunció que el Plan de Desarrollo de Canarias diseñado por Clavijo incluía obras y proyectos de carácter social y medioambiental; Torres habló de los compromisos clientelares de su antecesor como clave para entender todo el plan. Y así más o menos todo, salvo la cada vez más obvia alergia de Torres a concretar plazos, compromisos o cronogramas. Por supuesto, el vicepresidente y consejero de Hacienda y Mucho Más, Román Rodríguez, movió sus propios coros y danzas, y cuando una diputada de Nueva Canarias le adelantó en una pregunta su inmejorable opinión sobre el proyecto presupuestario para 2020, Rodríguez musitó: "Ha avanzado usted bastante de lo que voy a decirle". Era como verlo recitar frente a un espejo. Noemí Santana, la consejera de Derechos Sociales, sacó a bailar dialécticamente a un joven diputado para hablar sobre políticas de juventud, y repitió tres veces en cinco minutos que los jóvenes no son el futuro, sino el presente, el presente, no el futuro, el futuro de todos los presentes, el presente de todos los futuros, un presente futurible, libre, tangible. El diputado sobrevivió incluso y la consejera de Podemos se quedó muy satisfecha consigo misma, para variar.

La creciente indolencia en brindar explicaciones no previamente escritas se ha contagiado hasta a los consejeros más serios del gabinete, como la consejera de Educación, la doctora Guerra Palmero, que comenzó la legislatura con gran brío oratorio y precisión conceptual, pero que ahora recuerda cada vez más, en sus respuestas, la majestuosidad de Gloria Fuertes recitando Don Pato y Don Pito: "Don Pato y Don Pito/dan un paseíto/ Qué suerte, don Pito, / me encontré este güito./ Y los dos se quieren/y los dos se hieren./Y todos se extrañan/de ver que regañan?". Y a partir de ahí comenzaron a notarse los signos de cansancio ocular. Ocurrió en una respuesta sorprendente de Julio Pérez a la conservadora Navarro: "No estoy acostumbrado a ciertos gestos? Antes no era así? Esas caras moviéndose". El consejero se refería a varias muecas esbozada por la diputada Navarro, que no es precisamente Gloria Swanson, y que en ningún caso había traspasado la cortesía parlamentaria. La diputada replicó y explicó a Pérez que no la llamara al orden, que eso corría a cuenta de Gustavo Matos, el consejero se apresuró a pedirle disculpas, que no fueron bien aceptadas. Las explosiones de ira, sin embargo, correspondieron a la consejera de Sanidad, que en principio realizó un evidente esfuerzo de contención, pero que no pudo soportar las ironías y críticas de los portavoces de CC y PP en la difusión de las críticas de los sindicatos a su voluntad o capacidad de negociación sobre la oferta pública de empleo de su departamento. Teresa Cruz afirmó que José Alberto Díaz Estébanez la había insultado y lo dejó estupefacto. "No me mire así", "eso no es así", "lo dijo mirándome" fueron expresiones que se escucharon apenas mientras los partidos de la mayoría parlamentaria pegaban ya puñetazos sobre los pupitres en un sucedáneo de escándalo que apenas era un ruidoso postureo. Quizás el diputado más gesticulante de la Cámara sea, hace ya varias legislaturas, quien es al mismo tiempo su mejor orador, Román Rodríguez, y sus abarrocados aspavientos no han dado lugar a episodios tan chuscos (y fugaces) como los de ayer. Por lo demás se sigue viviendo en el Parlamento de las ínsulas baratarias como si estuviéramos instalados en una situación de normalidad política, institucional y económica, y no en medio de una crisis de gobernabilidad del Estado, sin presupuestos generales en la lontananza, un desempleo que crece de nuevo con brío, enfrentamientos entre administraciones en ciernes y una caída del turismo, el gasto privado y los ingresos fiscales. Para unos se ha acabado el mundo. Para otros acaba de empezar el suyo. Pero no me chilles, que no te veo. No me veas, que te terminaré chillando para que quede clara tu inequívoca estirpe derechista. O llamando al orden. Ya me entiendes.