Santa Cruz de Tenerife es una de las ciudades con más parques y jardines por metro cuadrado del país. O eso se dice. El más emblemático de los parques chicharreros, el García Sanabria, llamado así en honor del alcalde que lo hizo construir a partir de 1922, surgió de una iniciativa popular planteada casi dos décadas antes por el benefactor y médico masón Diego Guigou y Costa, bisabuelo de Guillermo Guigou, el primer político tinerfeño que intentó -desde su candidatura a alcalde por el PP de la capital tinerfeña- echar a Coalición Canaria del Ayuntamiento. Inició una tradición de éxito, la de ser sacrificado por los suyos por intentar desahuciar a los coalicioneros de 'su' ayuntamiento principal. Le siguieron Ángel Llanos, Cristina Tavío y -dicen- el 'ciudadano' Carlos Garcinuño.

En una de las entradas al parque, la que da a la céntrica calle del Pilar, se encuentra el reloj siempre adornado con flores de temporada, entre dos escalinatas que llevan a la fuente central del recinto. El reloj fue fabricado en Suiza por la casa Favag y donado a la ciudad de Santa Cruz por el cónsul de Dinamarca, Peter Larsen, hace ahora 61 años.

La placita del reloj de flores, espacio privilegiado de miles de citas chicharreras y de los gorgoritos de las mañanas de Mayo, se convirtió aquel sábado durante una hora en el epicentro del cambio político en Canarias. La firma del acuerdo estaba prevista para las doce del mediodía, y quince minutos antes los cuatro líderes de los cuatro partidos firmantes, acompañados en cívica procesión por dirigentes y militantes principales, deportivamente endomingados para la ocasión, iniciaron la ascensión al García Sanabria por la calle del Pilar, desde la sede del Parlamento, en cuya quinta planta se había cerrado el acuerdo menos de 48 horas antes. Un centenar de ciudadanos, afiliados y simpatizantes de los partidos del pacto, se habían congregado frente al reloj para asistir a un acontecimiento que ninguno de los presentes dudaba en calificar de histórico: el desalojo de Coalición del poder en Canarias, por primera vez desde que Coalición fuera creada -en 1993- como una coalición de partidos que fue malévolamente bautizada por muchos chicharreros con el nombre de CoCa. La CoCa se creó principalmente para censurar a Jerónimo Saavedra. Costó algo de trabajo y más cosas, pero la operación política -a la que se sumaron insularistas, azules de UCD, suaristas olartianos, majoreros, nacionalistas del PNC y la izquierda de José Carlos Mauricio- logró sostenerse imperturbable a los acontecimientos por más de un cuarto de siglo, con gobiernos presididos sucesivamente por Manuel Hermoso, Román Rodríguez, Adán Martín, Paulino Rivero y Fernando Clavijo.

26 años después, el PSOE, Nueva Canarias -un partido surgido como escisión de Coalición Canaria, tras una disputa dinástica entre Román Rodríguez y Paulino Rivero, defensor entonces de la alternancia en el Gobierno-, más Sí Podemos -marca podemita para la ocasión- y la Agrupación Socialista Gomera -otra escisión, esta del PSOE- firmaron ante el regocijo y alborozo de un público entregado las bases de un pacto de progreso y de cambio para Canarias, el pacto de las flores.

Un pacto que incluía el diseño genérico -en treinta folios- de un programa no demasiado prolijo, estructurado en ocho ejes para la gobernanza de las Islas, con un muy marcado acento social: lucha contra la pobreza y la exclusión social, fortalecimiento del estado del bienestar, mejora de servicios públicos esenciales, igualdad de género, creación de empleo, crecimiento económico, desarrollo sostenible, lucha contra el cambio climático, regeneración política, modernización de la administración, política fiscal progresista y mejora de las relaciones entre Canarias y el Estado (por lo menos mientras gobiernen en España los socialistas).

Un programa que -a ojo de buen cubero- requeriría de un monumental aumento del gasto público para atender algunos de los compromisos contraídos: renta básica, mejora y mayor alcance de las prestaciones por dependencia, recursos regionales para complementar las pensiones no contributivas, aumento del gasto público en Educación hasta el cinco por ciento del PIB, creación masiva de escuelas de cero a tres años (una de las preocupaciones del nuevo presidente, Ángel Víctor Torres), incremento de las partidas destinadas a Sanidad para acortar las listas de espera. Alcanzar el uno por ciento Cultural y más dinero - dinero - dinero - dinero para atender necesidades y/o peticiones de todos los colectivos? La tradicional carta a los reyes magos que presentan siempre -con un propósito u otro- todos los nuevos gobiernos.

En su intervención tras la firma del pacto de las flores, Torres reconoció las dificultades para definir la nueva estructura del ejecutivo, aunque lo más importante ya se sabía: el Gobierno contaría con dos hombres fuertes, su presidente y su vicepresidente (Román Rodríguez, también responsable de los cuartos), y prestaría especial atención a las exigencias gomeras -el desarrollo turístico, principal obsesión de Curbelo- y a las preocupaciones sociales de Noemí Santana, a la que además de nombrarla consejera y entregarle parte de las antiguas competencias de Asuntos Sociales, se le adjudicaban las de igualdad, políticas de género, cultura y patrimonio histórico.

Torres intervino con gran comedimiento y dijo lo preceptivo: ocasión histórica, compromiso con los más débiles, intención de hacer las cosas bien? Sobre el peliagudo asunto de las relaciones con Madrid, después de meses de permanente conflicto entre el Gobierno de Clavijo y el de España, Torres se comprometió a ser exigente con el Estado y la Unión Europea, pero "desde la lealtad y el uso del diálogo", buscando la posibilidad del acuerdo y no del enfrentamiento. Explicó que ya le había dicho a Pedro Sánchez que sería escrupuloso en el cumplimiento por parte del Estado de los compromisos suscritos en el REF y la reforma del Estatuto, que definió como "innegociables". Y concluyó prometiendo a propios y ajenos que "este Gobierno no les va a fallar", y pidiéndoles que "sean exigentes con nosotros".

A Curbelo, que habló a continuación, le dio por sacar su discurso más socialista, reprochar a Coalición haber aguantado 26 años de Gobierno -ejem, él lleva más en La Gomera- y garantizar que el nuevo y floral gobierno de Torres supondrá un "compromiso serio, con vocación de estabilidad, que ha de durar los cuatro años de legislatura y que va a trabajar de forma clara por los más necesitados". Fue muy aplaudido por todos, besuqueado por las señoras y abrazado por sus antiguos compañeros, algunos, los mismos que años atrás pedían ver su canosa cabeza de prócer de isla menor clavada a una pica en lo alto de la Torre del Conde. Solo por ver eso ya merecía la pena estar allí.

En cuanto a Noemí Santana, no se complicó mucho. Estaba tan feliz y alborozada que el corazón parecía salírsele del pecho: anunció el inicio de una "era progresista", prometió "no dejar a nadie atrás" y propuso un Gobierno que sea "peleón y valiente, como nuestro pueblo". Declaró que el nuevo Gobierno de Canarias trabajaría especialmente por el cuarenta por ciento de la gente de las Islas en riesgo de exclusión social, por el veinte por ciento de los desempleados, por los pensionistas, los jóvenes que tienen que emigrar y por las víctimas de violencia machista. O sea, por casi todo el mundo.

El último en hablar, ya saben la sentencia evangélica sobre los últimos y los primeros, fue el presidente (de Nuevas Canarias), Román Rodríguez, que hizo un muy oportuno canto a la unidad de las fuerzas progresistas, y lanzó una advertencia también evangélica: "La ciudadanía de Canarias no nos perdonaría que la ilusión que levanta este acuerdo fracasara", dijo.

Luego hubo más aplausos y felicitaciones y abrazos. Y un inesperado consenso general sobre el nombre del pacto. Un poco cursilón, pero menos gastado que pacto de progreso (el primero de Saavedra con los comunistas y majoreros), y menos soviético que pacto de Hormigón (el de Saavedra y Hermoso, que cogió aluminosis y se derrumbó en un año y medio). Dicen que el nombre de pacto de las flores se le ocurrió a Patricia Hernández, pero no es del todo cierto: algunos habían pensado en llamarlo pacto del reloj, porque estaban allí, en el reloj de flores del parque García Sanabria, con el tenderete montado para presentar el documento del pacto, pero lo del reloj no parecía tentar al demonio: sonaba a cuenta atrás, a tic-tac-tic-tac-tic-tac-tic-tac, a caducidad? Fue José Vicente González Bethencourt, exsenador socialista y miembro del Comité Federal del PSOE, quien tuvo la ocurrencia: aquella mañana el reloj había amanecido plantado con flores de un rojo encendido, flores de izquierda. Se lo dijo José Vicente en broma a la flamante alcaldesa de Santa Cruz, Patricia Hernández, allí mismo, y Patricia le dijo que era una idea estupenda, se acercó a Noemí Santana y le encantó: el pacto quedó entonces bautizado, sin oposición alguna.