Román Rodríguez buscó el sitio donde reunirse, pero Ángel Víctor Torres eligió la mesa para hacerlo. Fue en la sede del grupo parlamentario de Nueva Canarias en Teobaldo Power, en la quinta planta del edificio auxiliar del Parlamento, y la mesa, una minúscula mesa redonda, de esas que hay en los despachos donde no cabe una mesa de juntas grande. Una mesa muy estrecha para los cuatro políticos alrededor de ella: Román, Noemí Santana, Casimiro Curbelo y el propio Ángel Víctor. Cuatro líderes muy diferentes, con historias personales y trayectorias muy distintas, que podían haber cerrado un acuerdo de izquierdas desde hacía semanas, pero no lo habían hecho. Torres pensó que en una mesa tan pequeña sería más fácil intimar, sentir proximidad, romper barreras. Es lo que tiene que tu pareja sea psicóloga, que algo se te pega. De hecho, si Ángel Víctor estaba reunido allí esa mañana, convencido de que el acuerdo progresista era aún posible, era gracias a la sicología de Ivana, su compañera durante los últimos diez años. La noche antes, en la casa del Zumacal, había recibido media docena de llamadas asegurándole que el pacto de derechas estaba cerrado. Una de las claves para soportar un proceso de negociación es abstraerse de todas esas informaciones, esas llamadas de amigos y conocidos que están siempre pendientes de hacerte llegar la última novedad que da al traste con todo o el último chisme negativo... también le habían mandado la convocatoria de una Permanente virtual de Coalición, prevista para la mañana del día siguiente, filtrada a los medios para refrendar el cierre del acuerdo de centroderecha. Ángel Víctor se quedó preocupado: tras la debacle, con show incluido, del encuentro de Ciudad Jardín y el sacrificio de Alejandro Ramos en Telde, Román Rodríguez había vuelto al redil, y el pacto de izquierdas -el único viable para Ángel Víctor- comenzaba a avanzar a velocidad de crucero. La noticia de la reunión de la permanente de Coalición para aprobar el acuerdo de centroderecha le tenía preocupado, era un giro inesperado en los acontecimientos: venía a demostrar que Clavijo se había salido con la suya. Lo comentó con Ivana, ya muy de noche. Ivana dijo que no: "no está cerrado, no te preocupes", y le explicó por qué: "si estuviera cerrado no pondrían su Permanente antes que la reunión de ustedes. Ellos saben que la reunión de ustedes es a las once de la mañana. Esperarían a tu reunión, a que fracasaras, y luego convocarían la Permanente esa y anunciarían su acuerdo. Si lo anuncian ahora es porque aún no esta cerrado". Ángel Víctor se quedó un poco descolocado por el razonamiento de su compañera. Le iluminó, comprendió que el jueves era necesariamente el día clave para cerrar, y esa mañana, nada más llegar a la sede parlamentaria de los de Román Rodríguez, eligió la mesa más pequeña que vio, para hacer desaparecer todas las distancias, y pidió que se apagaran los móviles. Ocuparon la mesa muy disciplinadamente, pero en lo de los móviles no le hicieron caso alguno. Ni Román, que lo descolgó un par de veces para recibir noticias, ni por supuesto Casimiro Curbelo, que seguía jugando a sus dos barajas, aunque ya tenía clara su decisión. Para Curbelo, la clave del acuerdo de centroderecha era que Clavijo siguiera en el Gobierno, y que el acuerdo tuviera estabilidad. Lo primero lo habían hecho imposible los de Ciudadanos, y lo segundo resultaba algo difícil con Asier enajenado por la decisión de los suyos de apartarle. La reunión siguió avanzando, sin grandes dificultades. Curbelo entró y salió un par de veces, y a eso de las doce y media -apenas había pasado hora y media desde el inicio del encuentro-, Ángel Víctor comenzó a percibir que las piezas encajaban, que todo iba sobre ruedas, que las peticiones de unos y otros dejaron de manifestarse desde la desconfianza y todos eran cada vez más proclives a cerrar allí mismo un acuerdo. ¿Qué había pasado?

"Ni de coña"

Habían pasado varias cosas. Las más importantes tuvieron que ver con dos llamadas realizadas por Curbelo. Una fue a Vidina Espino. La llamó para preguntarle si Ciudadanos apoyaría el pacto de centroderecha. Espino había sido prevenida por Clavijo de esa llamada, y ella había llamado al responsable nacional de pactos, José María Espejo, que le recordó la condición de que Clavijo anunciara su renuncia a estar en el Gobierno, de forma previa y pública a la firma. Los de Ciudadanos son o muy desconfiados o muy teatrales. O ambas cosas. Consultado por Espino, Clavijo confirmó que lo anunciaría cuando todos estuvieran preparados para firmar, unos minutos antes. A Espejo le pareció suficiente. Y así se lo explicó Espino primero al propio Clavijo y luego a Curbelo, cuando éste la llamó. Pero también le dijo que la información debía quedar congelada hasta que se la pudieran comunicar a Albert Rivera, que estaba en una sesión del Consejo de Europa con Pablo Casado. Curbelo preguntó cuánto iba a ser eso, y Espino le dijo que apenas un rato, y que se trataba sólo de informarle, que ya había autorización nacional para el acuerdo. Pero algo falló: o Espino no se explicó bien, o Casimiro escucho mal, o prefirió creer que Ciudadanos había congelado la decisión hasta que Rivera volviera del Consejo de Europa. Además, Curbelo ya había hablado -una conversación corta pero muy intensa- con Asier Antona. Fue unos minutos antes de llamar a Espino, por lo que cuando habló con ella ya debía tener su decisión tomada.

De malos modos y enfurecido Antona había abandonado pocas horas antes la sede de Albareda de malos modos y muy enfurecido. Llegó por la mañana a Las Palmas desde Tenerife -estaba en un acto-desayuno con Mariano Rajoy- y estuvo en Albareda el rato que pasó encerrado con María Australia en un despacho, esperando que sus jefes terminaran de verse con José Miguel Barragán, y los dos minutos que tardó en explotar cuando Teodoro García Egea le anunció que había sido sustituido como candidato por María Australia. Desde ese momento lo que hizo fue borrarse. Desapareció del mapa y no cogió el teléfono ni siquiera a su secretario general, García Egea. A Casimiro sí se lo cogió. O le llamó él, hay disparidad de criterios sobre quién llamó a quién. La conversación fue corta: -"ni de coña voy a apoyar a María Australia. He hablado con varios presidentes [insulares] y van a votar que no por lo menos cuatro". Era falso, o al menos era un exceso. Es cierto que había hablado con la presidenta de La Palma, Elena Álvarez Simón, que no es diputada y con los de El Hierro y Fuerteventura (Juan Manuel García Casañas y Fernando Enseñat, dos hombres suyos, ambos diputados), pero ni Manuel Domínguez ni -por supuesto- María Australia, presidentes insulares de Tenerife y Gran Canaria, ni Astrid Pérez, presidenta de Lanzarote, habrían votado jamás en contra de las instrucciones del partido. Con suerte, Antona podría haber llegado a contar con esos dos votos y con el suyo. Y era suficiente con el suyo para poder dinamitar el acuerdo de centroderecha. Casimiro tomó buena nota. Con un sólo diputado menos, el pacto por la derecha era imposible, y con dos de los cuatro que decía tener Antona (el propio de Asier y otro más) el apoyo gomero al pacto de izquierdas resultaba superfluo. En los días antes le había manifestado a Ángel Víctor su preocupación por quedarse fuera del Gobierno, le había explicado que La Gomera necesitaba buenas relaciones con la Administración regional para poder prosperar, y fue a partir de recibir la información de Antona a eso de las doce de la mañana, cuando tomo su decisión definitiva. Apoyaría el pacto progresista. Y lo haría cerrando ya el acuerdo, esa misma mañana, antes de dar tiempo a Antona de plantearse apoyar él a Torres. Fue fulminante. Y a partir de ese momento todo salió rodado. Curbelo logró meter sin discusión alguna el apéndice gomero, con un listado desproporcionado de cargos y competencias en el nuevo gobierno, y de inversiones a realizar en su isla y -también- en El Hierro y La Palma.

Muy rápido

El acuerdo entre los cuatro partidos se cerró muy rápido, y a las dos de la tarde, los cuatro líderes se presentaron ante los medios -en directo en las televisiones- y anunciaron que ya habían cerrado un acuerdo que se firmaría el siguiente sábado. Con esa argucia, Curbelo daba por cumplido su compromiso ante Clavijo de no firmar nada antes de las cuatro. Por eso ese día no se presentó el documento, apenas un comunicado de prensa sin firmar, pero con los logotipos de los cuatro partidos. Ante las cámaras de televisión, los tres líderes de la izquierda sonreían eufóricos, y en una esquina, un Curbelo más circunspecto reaparecía ante los medios. Él, como Antona, también había estado desaparecido durante unas horas: Fernando Clavijo lo había acompañado al Parlamento por la mañana, lo perdió de vista un momento y no lo vio más. Curbelo se metió en la reunión de la quinta planta, la de izquierda, y Clavijo sólo volvió a verlo cuando dio la cara en la tele. A eso de la una y poco, cuando el digital de Diario de Avisos anunció la firma del pacto, borró el scoope (no se había firmado) y luego volvieron a poner la noticia, todo dios se preguntaba dónde se había metido Curbelo, que esa tarde tenía que firmar el pacto de derechas a las cuatro. Le llamaron todos, pero él sólo descolgó el teléfono para atender las llamadas de Vidina Espino y Asier Antona, las que habrían de servirle para justificar su decisión de cambiar de bando. Cuando acabó la rueda de prensa, se fue sin llamar la atención a El Corte Inglés a comprarse un traje, que necesitaba para su toma de posesión como presidente del Cabildo, el día siguiente. Pretendía el hombre pasar desapercibido.