Teresa Berástegui es menuda, flaca, tiene el pelo rubio, los ojos color caramelo, cara de niña buena y un mini de color azul con el que baja todos los días por la autopista desde su casa en La Laguna, cerca del Cristo. Siempre sale en las fotos sonriendo. Es difícil encontrar una imagen suya sin la cara cruzada por una sonrisa casi perfecta, más política que real. Uno puede pensar que saldría sonriendo en una foto tomada en medio de un bombardeo. Podría decirse -por todas esas cosas- que responde al arquetipo de chica chic tan popular en Ciudadanos, pero decir eso sería probablemente un cliché. Teresa es de familia socialista, amiga de Santiago Pérez, durante años -como ella- concejal opositor en La Laguna, y sobrina de Guillermo Guigou, el primer político del PP que desafió a ATI en Santa Cruz de Tenerife y acabó fuera del juego.

Teresa parece muy modosita, pero tiene fama de tener muy malas pulgas cuando se le lleva la contraria. Es joven, pero lleva ya muchos años metida en política, siempre en Ciudadanos, y ha sido mucho tiempo la persona de confianza en las islas del secretario de Política Institucional del naranjismo, José María Espejo. Como él, es licenciada en Derecho, y la encargada de poner orden en ese sistema partidario abigarrado y anarcoide que es Ciudadanos, en el que cada cual campa a sus anchas, hasta el momento en que se recibe un ukase de Madrid.

Ciudadanos es el partido español que más gente expulsa de sus filas, y eso que es también el que más controles establece a la hora de fichar a sus candidatos o decidir sus nombramientos orgánicos. Es un partido muy transparente -sacó un diez sobre diez en la evaluación de Transparency International, una ONG que se dedica a evaluar esas cosas-, pero es también un partido muy presidencial, en el que manda una camarilla muy reducida, de apenas una decena de personas muy próximas a Albert Rivera, y en la que la principal cultura es que el que no obedece no dura mucho.

Para entendernos, Teresa Berástegui es la que da a los concejales y cargos públicos las instrucciones que deben cumplirse, y ha bajado con su mini azul por la autopista, para recoger en su hotel a Vidina Espino, el fichaje presidencial de Albert. Las dos tienen que estar, hoy lunes 27 de mayo, a eso de las cuatro de la tarde, en casa de Juan Amigó, secretario de Organización del partido, para la primera reunión después de las elecciones. Amigó las ha convocado a ellas y a los que -siguiendo el modelo de Ciudadanos- son ahora la pequeña camarilla que manda en Canarias: los dos mejores amigos de Amigó, Mariano Cejas y Ricardo Fernández de la Puente. Cosas de la política, Ricardo no era nada y es ahora diputado, y Mariano lo era todo y ahora no es nada. Las elecciones las carga el diablo?

El mini aparca delante del chalé

A las cuatro en punto, el mini de Teresa aparca delante del chalé de Amigó, en la última curva de residencial Anaga. Justo al lado de otro chalé donde vive Carlos Garcinuño, también fichado por Amigó para ser el cuarto ciudadano de la lista al Ayuntamiento de Santa Cruz. Garcinuño y Amigó son vecinos y amigos. Amigó le pidió ir en las listas de Santa Cruz con la abogada Zambudio y el arquitecto Lazcano, pero Garcinuño se hizo de rogar. Había fichado por Ciudadanos tras renunciar al acta de concejal del PP, después de un enfrentamiento con Bermúdez -a los problemas políticos se sumaron viejas rencillas personales y enemistades compartidas- en el que no fue precisamente respaldado por su partido, el PP, que gobernaba con Bermúdez. Dicen que en la primera reunión a la que asistió dijo que su único objetivo al afiliarse a Ciudadanos era echar a Bermúdez. Pero debe ser una leyenda urbana. Nadie dice en política frases tan contundentes. La noche antes del día que vencía el plazo para incorporarse a las listas municipales, Garcinuño dejó en el buzón de Amigó los papeles de la aceptación, el compromiso ético, la renuncia al cargo y todos esos documentos que obliga a firmar Ciudadanos antes de meterte en una lista, y le mandó un guasap para decirle que aceptaba.

Amigó llamó corriendo a la abogada Zambudio, representante en la Junta Electoral, y le pidió que quitara del segundo puesto de la lista a Lazcano, lo pasara al quinto y pusiera a Garcinuño en su lugar. Cuando la Zambudio lo intentó se montó un pollo enorme en el partido y Lazcano amenazó con dimitir y explicar en Madrid y en los periódicos por qué. Al final, Garcinuño entró el número cuatro. Porque es un tío solvente y un buen amigo. Pero no TAN amigo como para estar en la reunión de las cuatro de la tarde.

O sea, que llegan Berástegui y Espino (Espino había pedido que la reunión fuera en el partido, pero Amigo es inflexible: en las reuniones tiene que haber copas y la sede del partido es pequeña y no hay bar) y se encuentran con los otros ya comidos y bebidos. Una reunión en dos tiempos, que no le hizo gracia alguna a las que llegaron después. Al principio las cosas fueron bien, relajadas; Amigó quería reunirlos allí a todos para que quedara claro que la política de pactos la iban a decidir ellos cinco: "no van a venir de Madrid a decirnos lo que tenemos que hacer", "este pacto no nos lo van a parar". Pero? ¿de qué pacto estaba hablando? Amigó explicó que ya tenía muy avanzado el acuerdo con el PSOE en Santa Cruz, y que era vital sacarlo, que había mucho en juego para todos, que él se había comprometido con los partidos a llevar personalmente las negociaciones y que ya se había reunido con Patricia Hernández y con todo el mundo.

Ante el rechazo de Berástegui y Espino, que insistieron en las necesidad de esperar a que la ejecutiva decidiera la política de pactos y nombrara la comisión encargada de gestionarlos, Amigó contestó alterado que la única opción era cerrar un acuerdo con el PSOE, a la que podía sumarse el PP "si Guillermito quiere", dijo (refiriéndose al candidato del PP a la alcaldía, Guillermo Díaz Guerra), pero que si no ocurría, tampoco pasaba nada, porque desde el PSOE le habían garantizado que se contaba ya con los votos de los dos concejales de Podemos que apoyarían el acuerdo desde fuera. Espino replicó que eso de ir "con los populistas" no lo iba a tolerar el partido, que no podía plantearse una negociación arrancando de Santa Cruz de Tenerife, que había una veintena de municipios en los que Ciudadanos era llave, y estaban los Cabildos y también el Gobierno, y que había que empezar por decidir que se haría en el Gobierno. Y Amigó replicó que lo de los Cabildos ya se miraría, que en el de Tenerife también había posibilidades, y que el resto de los ayuntamientos y el Gobierno a él le daban exactamente igual: "ahora podemos controlar Santa Cruz, y de eso es de lo que va esto", dijo.

Mariano Cejas y Ricardo Fernández de la Puente prácticamente no intervinieron. Sólo al final, se montó una gresca entre Cejas y Espino, a cuenta del comportamiento de la mujer de Cejas la noche antes, tras el recuento. Espino dijo algo así como que era mejor no ir con familiares a los actos de partido, para evitar situaciones de mucha emotividad y Cejas se asirocó bastante: "para hablar de mi mujer primero tú te lavas la boca. ¿Me oyes? Te lavas la boca?".

Muy pero que muy complicadas

Berástegui y Espino se fueron de la casa de Amigó con la impresión de que en los días siguientes las cosas se iban a poner muy pero que muy complicadas. De vuelta fueron hablando en el mini azul de cómo hacer frente a la situación sin que todo el proceso de negociación se fuera al traste. Berástegui ya sabía lo que tenía que hacer: llamar a su jefe, José María Espejo, y contarle lo que había pasado en casa de Amigó. Lo llamó, por supuesto, y además le pidió que se incorporara personalmente a la Comisión de Pactos de Canarias, para evitar que las cosas se fueran de las manos. Espejo no sólo le hizo caso en eso: una semana después se reunió la ejecutiva de Ciudadanos en Madrid y nombraron la Comisión de Pactos de Canarias, responsable de dar el visto bueno a todos los acuerdos a los que pudiera llegarse. Por supuesto que estaba Espejo, pero también Berástegui, y Espino y Juan Guerra, un joven y prometedor afiliado de Gran Canaria.

Amigó se quedó fuera. Cuando se enteró de que el partido le apartaba de las negociaciones, llevaba ya una semana de reuniones postelectorales. Después de años de servicios prestados "sin pedir nada a cambio", se sintió maltratado y ninguneado por su partido y comentó con un coordinador de uno de los municipios del norte de Tenerife que le habían hecho un feo imperdonable, que Fran Hervía (secretario de organización, su superior en la cadena de mando del partido) se había portado con él "como un cerdo" y estaba pensando dejar el partido. Pero que antes iba a demostrar a todo el mundo "quien soy yo, y que conmigo no se juega".

Empiezan las negociaciones: Antona coquetea con el PSOE. Curbelo oculta su juego.

Mañana, capítulo 8: Todos fingen (y algunos más)