El viernes del despendole comenzó intenso, con una reunión entre el PP y Colación en el búnker de Presidencia del Gobierno en la plaza de Rafael O'Shanahan. A Asier Antona ya le habían llamado de Génova para que se pusiera a tiro, que iba a ser presidente del Gobierno por carambola. Acudió muy crecido, acompañado de su equipo médico habitual, y quizá por eso no le hizo gracia alguna la oferta de reparto de puestos del Gobierno, que dejaba al PP con tres consejerías. Lo primero que hizo fue pedir Hacienda, y pinchó en hueso. "Hacienda es completamente innegociable", le dijo Fernando Clavijo. Y Antona respondió: "Para mí también es innegociable". Y Clavijo: "Pues entonces no tenemos más que hablar". Así de mal empezaba la cosa, y aunque siguieron al asunto, la reunión resultó desagradable y crispada.

En realidad, tampoco tenía tanta importancia lo que se dijera o hiciera en las reuniones. La claque que acompañaba a los líderes a los encuentros tenía muy asumido que las reuniones -sobre todo las que se produjeron en el hotel Iberia-, las públicas y anunciadas, no servían absolutamente para resolver nada. Eran sólo para la foto y la galería, y las verdaderas negociaciones se producían en encuentros de los líderes -casi siempre muy limitadas, de dos o tres personas- o en conversaciones telefónicas. En los encuentros públicos se trataba de programas, pero los programas se adaptan a los acuerdos, y los acuerdos eran cosa de los que de verdad mandan.

Sí le interesaba la presidencia

Se ha dicho que Asier boicoteó el pacto de centroderecha porque no le interesaba la presidencia, y no es verdad. Por supuesto que quería ser presidente, lo que no quería era serlo en un gobierno con Clavijo de segundo, controlando directamente siete de las diez consejerías. Le aterraba tener que gobernar monitorizado por Clavijo y los suyos, convertirse en el comparsa oficial y rehén de un presidente en la sombra. A la salida de la reunión de Presidencia, estaba realmente cabreado. Llamó a Vidina Espino, con la que había tenido varias reuniones, para pedirle que acudiera al almuerzo previsto esa tarde, en el que la operación de centroderecha debía coger forma definitiva, para que recordara en la reunión que Ciudadanos no sólo se oponía a que Clavijo presidiera el Gobierno, sino también a que participara de cualquier forma en el mismo.

Lo cierto es que al vicepresidente del Gobierno y a los consejeros no se les vota. Los elige el presidente. Es una responsabilidad exclusiva del presidente, de la que no tiene que dar cuenta a nadie, ni dar explicaciones ante la Cámara regional. Pero Antona no quería tener a Clavijo de topo en su gobierno, ni asumir las consecuencias de dejarlo fuera. Necesitaba escudarse en Ciudadanos para lograr que Clavijo no fuera vicepresidente. Espino le contestó que no veía necesidad alguna de asistir a ningún encuentro para volver a repetir lo que ya venía repitiendo en los medios desde el primer día de la campaña electoral, y a todo el mundo, empezando por el propio Clavijo, que ellos no iban a apoyar ningún gobierno en el que hubiera alguien investigado por la justicia.

Espino quería ahorrarse el marrón de tener que enfrentarse a Clavijo delante de un motón de tipos. Por eso le dijo a Antona que consultaría con el partido lo de ir, pero que no lo veía ni necesario ni conveniente, y además estaba en Tenerife y no iba a llegar a tiempo. Antona insistió hasta la pesadez.

Bastante rato después, cuando el encuentro de Ciudad Jardín estaba a punto de empezar, llamaron de Ciudadanos a Teresa Berástegui, colega de Espino en la comisión negociadora de Ciudadanos, para decirle que tenían que ir a Las Palmas de Gran Canaria al almuerzo de las derechas en la residencia del presidente. Berástegui había invitado esa noche a Espino a quedarse en su casa de La Laguna, y tuvieron que pillar un avión y salir pitando. Llegaron a eso de las cuatro y pico, cuando la comida -un picoteo preparado por la cocinera de la residencia presidencial, regado con un montón de refrescos de todas las marcas- estaba ya en los postres y la reunión parecía liquidada. Habían traido una paella, que ni siquiera se tocó, y a la que Ángel Llanos, coordinador de la campaña de Antona, miraba fijamente de reojo, y unos platos con queso canario y serrano, más un quiche de verduras y unos minúsculos pinchitos de carne. De postre sirvieron unos petisús de chocolate que se agotaron inmediatamente. Ante el éxito de la pastelería tuvieron que traer una segunda ronda...

Jose Rivero, jefe de protocolo del Gobierno, paseaba por allí, como siempre, procurando no hacer notar su presencia, una cautela inteligente porque ese día todo el mundo estaba de bastante mal humor. Un rato antes, Antona había pedido la Consejería de Hacienda, y se había llegado a un punto de no retorno: "Te hemos dado la Presidencia, sólo tienes diez diputados, no puedes pedir también Hacienda", le dijo Barragán. Y Antona: "Yo no he venido aquí para ser una comparsa de nadie, yo he venido a mandar". Pedía tener mayoría en el Gobierno no había manera de bajarle del burro, se le veía tenso y crispado. Román medió en la conversación y logró distender la reunión y arrancar un murmullo de alivio de quienes pensaban que hablaba bromeando: "Ustedes saben que el mejor gobierno posible sería uno que yo presidiera, eso lo saben todos ustedes", dijo. Y explicó lo que ya le había reiterado a Barragán y Clavijo el día antes en Gando, que ellos no iban a votar un pacto de centroderecha, pero que si sumaban 36 diputados, Nueva Canarias se podría abstener. "Pero sólo si suman 36, si Ciudadanos no apoya y suman 34 no nos abstendremos". Lo que Román adelantaba era que no haría nada contra el acuerdo si no podía hacer nada. Claro, qué astucia. Y que si el centroderecha no sumaba 36, entonces plantearía con sus cinco votos un bloqueo que obligara a una segunda votación, a la espera de que -en un sentido u otro- desatascaran ese bloqueo bien Ciudadanos, apoyando al PP, o bien Curbelo, apoyando al PSOE.

Un Curbelo silencioso

Curbelo estaba especialmente silencioso. Había acudido al almuerzo acompañado por dos colegas de su comisión negociadora, Argoney Piñero, designado por la Ejecutiva de la Agrupación, y Desiderio Santos, su responsable económico, un exdirector de banco, ya jubilado, que se ocupa de las finanzas de ASG. Acostumbrado a manejarse muy bien él solo, Curbelo había decidido hacerse acompañar siempre a las reuniones y encuentros por miembros de la comisión de pactos. Era muy consciente de que las cosas estaban muy complicadas, y que en cualquier momento podían producirse cambios que requirieran decisiones rápidas. Por supuesto que sabía perfectamente que los suyos harían lo que él dijera, pero quería formalidad, para protegerse de alguna decisión errónea.

Él no estaba allí para hacer presidente a Asier Antona, sino por Clavijo, al que había llegado a apreciar a lo largo de dos años y medio de complicidad parlamentaria. No se sentía vinculado a Antona, menos al PP, y no le gustaba nada el cariz que estaban tomando los acontecimientos. Perro viejo y con décadas de experiencia, percibía la desconfianza de todos contra todos, y estaba seguro de que la estabilidad del futuro gobierno iba a depender de lo que decidieran Ciudadanos, un partido centralista y a veces un poco extraterrestre, que si había decidido declarar al PP su socio preferente en todos los pactos, lo había hecho respondiendo a intereses y posibles compromisos de carácter nacional.

Temor a la inestabilidad

Curbelo estaba convencido de que si al final había acuerdo de centroderecha, el Gobierno resultante sería muy inestable y tenía la impresión de estar asistiendo al parto de un difícil y complicado matrimonio a cuatro que no querían ninguno de los presentes. Ni los suyos, ni Barragán, ni siquiera el propio Clavijo, obligado a convertir a Antona en presidente para que Coalición no perdiera todo el poder municipal e insular. Mucho menos querían ese acuerdo Román o Carmelo Ramírez, ni tampoco ninguno de los integrantes del equipo de vóley-playa del que se había hecho acompañar Antona para que el PP contemplara su triunfo: María Australia, circunspecta y cariacontecida, un silencioso Lope Afonso, más Sergio Ramos, y el coach personal de Antona, su jefe de gabinete, Ángel Llanos. Hasta que llegaron Vidina Espino y Teresa Berástegui, María Australia Navarro era la única mujer en una reunión de tipos visiblemente molestos y desasosegados.

Tras unos saludos rápidos, mientras las recién llegadas se disculpaba por el retraso y Román las agasajaba con donuts y petisús de la segunda hornada, Barragán fue directamente al grano y pidió a las de Ciudadanos que aclararan si iban a apoyar la presidencia de Antona y firmar el acuerdo con PP en ese sentido, y que luego el PP buscara el resto de apoyos necesarios. Y llegó el jarro de agua fría para Coalición: Espino explicó que no podían apoyar un acuerdo que hiciera presidente a Antona si Clavijo se mantenía en el Gobierno: "No puede haber apoyo de Ciudadanos si hay imputados. Clavijo se tiene que ir". Fue decirlo, y Asier venirse arriba.

Como si alguien hubiera apretado el botón de un resorte colocado debajo de su asiento, comenzó a hablar a gritos y muy enfadado, dando golpes en la mesa y haciendo brincar algunos postres no acabados. "Se equivocan si creen que yo voy a ser un presidente para ir a las procesiones"?"Yo quiero mandar, yo mando, yo mando en el PP y mando donde voy y si no, no voy"? "Si mi partido lo que quiere es colgar una chincheta de color azul en Canarias, que se olvide de eso, yo no me voy a prestar a eso, yo mando en mi partido?".

Vergüenza ajena

Algunos sintieron vergüenza ajena, pero nadie decía ni pío: la cosa estaba en verdad muy tensa, con las novatas de Ciudadanos sacando a Clavijo del Gobierno, y todo el mundo pasmado viendo a Antona aporrear la mesa, completamente desatado. Y entonces ocurrió algo absolutamente chusco: cuando Antona comenzó a gritar, María Australia se levantó y se fue a sentar a una silla un poco alejada del salón, a fumarse un cigarrillo mientras el otro seguía con su alegato, muy enfadado y todo el mundo escuchaba al futuro presidente presumir de superpoderes.

Y fue entonces cuando Antona se dirigió a su compañera Australia (ya circulaban los primeros rumores de que Coalición la prefería como candidata a la presidencia) y señalándola le dijo: "Si yo le digo a aquella rubia que no se mueva no se mueve. Porque yo soy el que manda en mi partido". Soltó eso, y después se hizo un silencio sepulcral. Duró unos segundos que parecieron horas?

Crispada por la insistencia

Barragán trato entonces de rebajar el tono asirocado de la sobremesa y reconducir la reunión hacia el asunto y volvió a pedir a Ciudadanos que apoyara al PP, que allí no se decidía el Gobierno sino el voto al presidente, y entonces Espino, crispada por la insistencia dijo que no, que eso no se iba a cambiar y que "si van a poner a una persona por delante de un acuerdo pues entonces no habrá acuerdo". Clavijo dijo que le parecía una exigencia intolerable, que Ciudadanos solo tenía dos diputados y que ellos -Coalición- contaban con veinte. Espinó reconoció que sí, pero recordó que el PSOE tenía 25 diputados, y que allí se estaba montando un acuerdo para que el PSOE no gobernara, que los acuerdos no tienen que ver con los votos que se tienen, sino con las mayorías que se logra articular.

Barragán intervino de nuevo: "Bueno, pero si el PP les obliga?" Y Espino: "el PP no nos obliga, nosotros estamos dispuestos a darles ese apoyo que nos pide, pero somos un partido autónomo y si Clavijo no se va, pues no hay apoyo al PP. Es así de sencillo". Clavijo saltó entonces, en tono burlón: "Pues para eso podían haberse ahorrado venir...". Y fue entonces cuando a Espino se le escapó (o quizá no): "Vinimos porque nos lo pidió Asier, si no, no habríamos venido?"

Y así acabó el partido: con Román y Casimiro todo el tiempo como dados a la meditación trascendental, callados como muertos, sin decir ni pío. Aunque un rato después, con la reunión levantada y los corrillos ya formados, Román se acercó Espino y se lo dijo: "Oye, que has estado muy bien, pero muy bien". Y tanto: Ciudadanos acababa de darle la primera estocada mortal al pacto de centroderecha. La puntilla se la daría Curbelo. Fue esa misma tarde, tras salir del chalé de Ciudad Jardín, Curbelo y su tropa se fueron "a comer de verdad, no esas bobadas de gente pija": un buen pedazo de carne a la brasa.

Mañana, capítulo 14:

Encuentro en el restaurante Carmelo