Las reuniones del candidato más votado -Ángel Víctor Torres- con los dirigentes de los otros partidos fueron bien. O al menos todo lo bien que podían ir, en una primera fase en la que de lo que se trataba era solo de tomar contacto y explicar posiciones. En un ambiente distendido, el primero en verse con Torres, en una sala de reuniones de la segunda planta del Hotel Iberia, fue Asier Antona, seguido de la gomera Melodie Santana (el propio Torres se encargó de explicar que Curbelo no había podido acudir porque estaba en Madrid). Después Torres se encontró con Noemí Santana, Román Rodríguez y José Miguel Barragán. La reunión con Ciudadanos se retrasó al día siguiente, martes, a la espera de que el partido naranja, que es muy calmoso, nombrara su comisión negociadora, algo que ocurrió aquél mismo lunes.

La reunión con Antona duró poco menos de una hora, Torres trasladó al dirigente del PP la dificultad de alcanzar un pacto entre ambos partidos, a lo que Antona le replicó que él contaba con la autorización nacional para explorar en Canarias todos los acuerdos que considerara oportunos. A la salida, Torres fue excepcionalmente cortés con Antona y con el PP, partido al que calificó como "un partido de gobierno que siempre va a defender dar estabilidad a aquellas instituciones donde sea necesario". Antona fue menos ceremonioso, fue al grano: recordó que solo se trataba de "la primera ronda de contactos" y dijo que había que ser "cautos y discretos" que era "muy prematuro hablar de lo que pueda salir de estas reuniones". Recordó las diferencias ideológicas y programáticas que separan al PP del PSOE, pero añadió que "todos los partidos han de dejar los intereses partidistas en favor de la defensa del interés general de Canarias". En realidad, Antona ya tenía perfectamente claro cuál iba a ser la estrategia negociadora con el PSOE -cerrar con ellos todos los acuerdos posibles en cuantos cabildos y ayuntamientos se pudiera-, y retrasar la negociación del Gobierno. De hecho, esa estrategia se la había confesado a José Miguel Barragán: "no tengo ningún interés es ser vicepresidente de Fernando. Yo a lo que voy es a quitaros todo lo que pueda", le había dicho. Antona era muy consciente de las dificultades del acuerdo que a él le habría gustado, un acuerdo entre el PSOE y el PP, que sumaban 36 diputados justos, los necesarios, pero creía que si se lograba seguir el modelo ensayado en La Palma en varias ocasiones y desbancar a Coalición de las capitales y los Cabildos más importantes, en pactos apoyados por el PP, sus posibilidades de convencer a Génova de un entendimiento final con el PSOE aumentarían. En ningún momento le dijo Torres que esa fórmula -un acuerdo para gobernar Canarias entre el PSOE y el PP no era posible-, que Ferraz no la permitiría. Todo lo contrario, Torres reconoció la dificultad de un acuerdo de ese tipo, pero -consciente del interés de Antona- le dejó creer que estaba dispuesto a trabajarlo. Al concluir el encuentro con Antona, al referirse a las fuerzas políticas con las que el PSOE avanzaría en un Gobierno de cambio, dejó fuera a Coalición Canaria, pero mencionó expresamente al PP. El anzuelo estaba puesto.

La reunión con Melodie Mendoza fue rápida y más bien de trámite. Torres ya había hablado con el 'boss' Curbelo y sabía perfectamente cuál era la situación: Curbelo le había comentado la disposición de su partido (la suya, ejem) a explorar un acuerdo de centro derecha, y que si ese acuerdo no prosperaba, no tenía inconveniente alguno en aportar sus votos a un Gobierno presidido por Torres. Con condiciones: grupo parlamentario propio, mantener la ley de Islas Verdes y algún peso en el Gobierno, aunque Curbelo no puso como condición necesaria en esa fase de la negociación entrar en el ejecutivo. Tampoco vetó a Podemos, como llegó a decirse. Durante los dos últimos años de legislatura, había sido la bicha de Podemos en varios episodios desagradables del debate parlamentario, recibiendo todo tipo de epítetos poco cariñosos, pero sabía que un veto a la participación de Podemos en un gobierno de izquierdas suponía dejar claro que en ningún caso sería viable un gobierno de Torres. Por supuesto, no quería que Torres tuviera la impresión de lo que quería era ganar tiempo. Que era, precisamente, lo que Curbelo necesitaba: después de acompañar a Fernando Clavijo durante dos años y medio como único apoyo de su ejecutivo, había congeniado bastante con él. Por eso se había comprometido explícitamente con Clavijo a darle sus votos para la Presidencia. Desde el minuto uno, esa fue su primera y única opción, un acuerdo con Clavijo, no con Coalición, con Clavijo. Y a lo largo de las semanas que siguieron hizo todo lo posible para darle a Clavijo el tiempo que necesitara para construir ese acuerdo con las fuerzas de la derecha.

En el encuentro con Noemí Santana, la secretaria general podemita planteó el acuerdo que estaban dispuestos a apoyar con sus cuatro votos: un pacto entre el PSOE, Nueva Canarias, los gomeros y Podemos. Un pacto en el que todos los partidos tuvieran "representación en el organigrama del Gobierno", dijo, y que aplicara políticas de cambio: ecotasa, renta básica ciudadana y cambio de modelo económico. Se mostró molesta con el hecho de que Torres hubiera recibido a Antona antes que a ningún otro dirigente partidario -un gesto perfectamente calculado por el secretario general del PSOE canario- y, en esos juegos de palabra que le gusta tanto usar, aseguró que un gobierno entre el PSOE y el PP no sería considerado como un gobierno de cambio, sino de "recambio". En realidad, Santana no presentó ningún problema para cerrar el acuerdo. Ofreció sus votos de forma incondicional casi desde el minuto uno: en el contexto de tensión entre el PSOE y Podemos que comenzaba a desarrollarse en las negociaciones para el Gobierno de Sánchez, y después del retroceso de Podemos en Canarias, Santana sabía que su supervivencia personal al frente del partido morado dependía de su incorporación al gobierno. En palabras de Ángel Víctor Torres "la verdad es que lo puso extraordinariamente fácil".

Cuando Noemí salía de su reunión con el socialista, acompañada por él, se encontraron con Román Rodríguez, que estaba ya esperando para pasar a capilla. Los tres bromearon sobre adelantar la foto del futuro gobierno y se echaron unas risas delante de los periodistas. Román hizo su propia gracieta: "pues si es por mí, saldrá sin duda, yo soy un hombre fácil". Pero no lo es, en absoluto, no ofreció sus cinco diputados con la misma entrega y disposición que Santana puso a disposición de Sánchez los cuatro que había logrado sumar. Además, a pesar de su facilidad para disimular, Román venía levemente crispado: fue muy claro con Torres. Le dijo que no contara con Nueva Canarias si Luis Ibarra no se comprometía a no montar una moción de censura a Antonio Morales, tal y como andaba diciendo por todos lados, y ya le habían propuesto formalmente varios consejeros de la oposición, empezando por José Miguel Bravo de Laguna. Rodríguez estaba alarmado por los movimientos que se estaban produciendo en Gran Canaria, impulsados por Luis Ibarra, pero con la colaboración de Chano Franquis y la insular del partido, para descabalgar a Morales del Cabildo, a Carmen Hernández de la alcaldía de Telde y a la alcaldesa Dunia González, del feudo histórico de Nueva Canarias, Santa Lucía de Tirajana, donde Nueva Canarias hunde sus raíces municipales desde hace 40 años. El encuentro de Román con Torres fue cordial, pero en algún momento resultó tenso.

Más sencillo resultó todo con José Miguel Barragán: ambos sabían a lo que iban, o sea, a nada, a hacer un correcto esfuerzo de cortesía política. Coalición constató que el PSOE no contaba con mayoría para formar gobierno y Barragán aprovechó para anunciar su intención de buscar también los 36 diputados necesarios. En la práctica, Coalición nunca había renunciado a intentar que Fernando Clavijo lograra la reelección y la reunión sólo sirvió para dos cosas, la primera, de orden interno: Torres recordó lo que él había hablado con Fernando Clavijo la misma noche de las elecciones, cuando le llamó para felicitarle por haber ganado: "no somos la primera opción uno del otro, pero vamos a intentar no hacer declaraciones que hipotequen lo que pueda pasar en el futuro". La otra, poder anunciar al concluir el encuentro que ambos interlocutores confirmaran que cada cual tenía sus objetivos de investidura. Si alguien esperaba una sorpresa, un anuncio, cualquier cosa, se quedó con las ganas.

Al día siguiente, Torres se reunió con Vidina Espino, nombrada el día antes por la ejecutiva de Ciudadanos miembro de la comisión negociadora de los pactos en Canarias. Espino le entregó las absurdas condiciones que Ciudadanos había aprobado en su ejecutiva para apoyar acuerdos con el PSOE: "que Podemos no participara en los acuerdos, renegar de las políticas de Sánchez de pacto con los populistas y los separatistas, y un compromiso con la aplicación inmediata del artículo 155 en Cataluña", según explicó Villegas a los medios en una comparecencia el día 29 de mayo, tras la ejecutiva en la que 'matizó' las declaraciones de Inés Arrimadas en las que esta aseguró que no habría líneas rojas. Si las había, y la primera en la frente: nada menos que renegar de Sánchez. Resultó todo muy protocolario, como un punto irreal. Torres sonrió "pero yo soy sanchista, muy sanchista", y siguió a lo suyo: quería realmente contar con Ciudadanos. Tanto él como Román Rodríguez querían a Ciudadanos dentro del pacto. Pidió no insistir públicamente en el veto a Podemos : "estamos intentando convencerlos de que nos apoyen de fuera, y será más fácil si no parece una condición impuesta por ustedes?".