La candidata se había vestido ese jueves con unos vaqueros grises y una camiseta blanca, de algodón, con la inscripción en letras mayúsculas "NO HAY QUIEN ME PARE" sobre fondo rojo y negro. Muy informal, Patricia Hernández contrastaba con el atuendo más endomingado de Pedro Sánchez, vestido de traje azul, y su varonil sequito de políticos con chaqueta: Ángel Víctor Torres, Juan Fernando López Aguilar, Gustavo Matos, Aurelio Abreu, Aarón Afonso y Miguel Ángel Pérez, además de algunos escoltas y medio centenar de militantes. Paseaba Sánchez, entre piropos -"¡¡¡guapo, guapo!!!"- y gritos -"¡¡¡Presidente!!! ¡¡¡Presidente!!!- por la avenida Príncipes de España camino de la plaza Chimisay, dónde el secretario general de los socialistas y presidente en campaña iba a ofrecer a las cinco de la tarde su mitin tinerfeño, suspendido unos días antes por la muerte del ex vicepresidente Alfredo Pérez Rubalcaba.

Los escoltas parecían preocupados ante la posibilidad de algún altercado. Poco antes, se habían tropezado con uno de los carteles encargados por Coalición Canaria, imitando la estética y las tipografías de campaña del PSOE, pidiendo a Sánchez: "paga lo que debes". Coalición había contratado uno de esos carteles para que fuera visible en algún momento del recorrido por el propio Sánchez, y en la reunión de los responsables de seguridad de Moncloa, los de la Delegación del Gobierno y la organización del PSOE de Santa Cruz, el miércoles 15, en el bar Platillo Volante, al lado de la sede del partido, se había especulado sobre el lanzamiento de panfletos con el "paga lo que debes" durante el mitin.

No hubo tales panfletos

Al final, no hubo tales panfletos, pero sí la afrenta de la valla, sentida por los leales como una agresión directa a su invitado. Por eso, algo más de 300 voluntariosos afiliados y simpatizantes, concentrados desde las cuatro y media a la espera de que el presidente en funciones concluyera su recorrido por el barrio de Patricia Hernández, aplaudieron a rabiar el momento en el que la candidata a alcaldesa se dirigió a Pedro y le dijo: "Santa Cruz y Ofra te quieren más allá de las vallas que ponen quienes están nerviosos porque después de 40 años se van a la oposición".

Las vallas: Sánchez también se defendió de las vallas, sin mencionarlas: "nuestro compromiso con Canarias no sólo se puede medir en términos de inversión", explicó. Recordó también las decisiones de su gobierno: la subida del salario mínimo interprofesional a 900 euros, la revalorización de las pensiones, el aumento de salarios a los empleados públicos, la lucha contra la violencia de género? "¿Es que todo eso no beneficia a la gente de Canarias?", preguntó. Claro, no podía dejar la pregunta sin respuesta: "todos estos avances sociales alcanzados en los meses de Gobierno del PSOE, nunca han contado con el apoyo de Coalición Canaria en el Congreso". Fue un momento muy aplaudido, sólo superado cuando Sánchez mandó también a la oposición a Coalición Canaria: "Al PP, le decimos limpieza para su corrupción; a Ciudadanos, justicia social; a la ultraderecha de Vox le decimos feminismo, y a Coalición Canaria hay que decirle: hasta pronto y váyanse a la oposición".

Sánchez no hablaba tácticamente, no estaba representando un papel, ni dándole a Patricia Hernández -expulsada del Gobierno por Fernando Clavijo dos años y medio antes- una satisfacción personal. Su deseo de ver a Coalición Canaria fuera del poder en Canarias era real, auténtico, y se sostendría en el tiempo. La quiebra con Coalición Canaria, un partido con el que Sánchez había mantenido muy buenas relaciones en su primera etapa como secretario general del PSOE, alcanzando acuerdos que llegaron a incluir gestos como la defenestración política de Javier Abreu, miembro del Comité Federal del partido, o la firma conjunta del pacto municipal de 2015 entre el PSOE y Coalición en La Laguna -una petición expresa de Clavijo- comenzó el mismo día en que la diputada Ana Oramas, cargó contra Sánchez por la presentación de la moción de censura contra Rajoy. Con el PP desarticulado ante la percepción de que se perdía el poder, la intervención de Oramas contra Sánchez y su alianza con Podemos y los independentistas vascos y catalanes para echar a Rajoy, fue la más dura que se escuchó en la Cámara. Es cierto que Oramas cambió el discurso y su anunciada postura de votar contra la censura en la segunda oportunidad, cuando se pronunció a favor de la abstención en una intervención mucho más sosegada, que justificó en las promesas realizadas por el candidato Sánchez a los dos diputados nacionalistas -a ella misma y a Pedro Quevedo- de que el PSOE apoyaría la tramitación del nuevo Estatuto de Canarias y del Régimen Económico y Fiscal. "Le tiendo la mano", "se abre una pequeña esperanza", "siempre encontrará nuestro apoyo en la defensa de los interés de Canarias y de España", dijo Oramas. Sánchez se lo agradeció, pero el daño ya estaba hecho y ya era demasiado tarde para arreglarlo.

A partir de la llegada de Sánchez a Moncloa, las relaciones nacionales entre el PSOE y CC comenzaron a pudrirse a velocidad vertiginosa. Eso descolocó bastante a los sanchistas del PSOE que en Canarias -tras el congreso que dio el poder a Ángel Víctor Torres- habían iniciado un muy discreto camino de mejora de la relación con los nacionalistas, muy envenenada tras la ruptura.

Conflictos recurrentes

Los conflictos entre el Gobierno de España y el canario comenzaron a ser recurrentes: Sánchez viajaba a las islas pero se negaba a recibir al presidente del Gobierno, o si se encontraba con él le hacía el vacío. Canarias acusaba a Sánchez de ser un malcriado. Se discutían cuestiones que se consideraban cerradas, como la bonificación de la residencia o los convenios, y Canarias volvía a las viejas acusaciones de abandono y maltrato. Madrid cerraba el grifo de los millones abierto por Rajoy cuando los votos nacionalistas eran indispensables, y el discurso nacionalista se volvía más crispado y agresivo. Y en medio de todo, las acusaciones de desvío de recursos a Cataluña y la bronca por la participación de los poderes del Estado en el diseño del recorrido judicial del caso grúas.

El momento álgido del conflicto se produjo el 17 de enero durante el acto institucional en el Alfredo Kraus, celebrado por el Gobierno de Canarias con motivo de la aprobación del nuevo Estatuto de Autonomía. En plena crisis de relaciones, Sánchez canceló su prevista asistencia y envió en representación suya a la ministra de Política Territorial y Función Pública, la catalana Meritxell Batet, que en su discurso regañó al Gobierno regional por su victimismo. Le aplaudieron solamente los muy educados.

Menos de un mes después, el voto de Ana Oramas en el Congreso contra el proyecto de Presupuestos Generales, sin ser determinante, acabó por sentenciar lo que de hecho era ya una ruptura total de las formas y las relaciones entre el Gobierno de España y el de Canarias?

Aun así, tras los resultados electorales, y a pesar de las declaraciones realizadas por los líderes de ambos partidos, en la primera reunión de Torres con Sánchez en Moncloa, a la que se sumó también el secretario de organización federal y ministro de Fomento en funciones, José Luis Ábalos, la cuestión de explorar la posibilidad de un gobierno con Coalición, con la presidencia en manos del PSOE, fue puesta sobre la mesa. Lo planteó el propio Ábalos. Era la fórmula más difícil de vender a un electorado al que se había galvanizado con la promesa de un cambio político sostenido por la alianza de las 'fuerzas progresistas'. Traicionar las expectativas creadas tendría sin duda costes, y traería tensiones dentro del partido, especialmente en Tenerife, donde la militancia prefería incluso un pacto 'contra natura' con el PP antes que cualquier acuerdo con Coalición. Muchos inconvenientes, sin duda. Pero también la fórmula políticamente más sencilla: un gobierno de amplia mayoría, con dos fuerzas políticas que habían compartido Gobierno en Canarias ya en varias ocasiones, y que contaba además con dos diputados en el Congreso, muy convenientes a la hora de apoyar la investidura de Sánchez, muy necesitada de ayuda para prosperar. No era, desde luego la fórmula preferida del secretario general de los socialistas canarios, defensor de un pacto por la izquierda, o -como muchos de sus afiliados- incluso de trabajar las posibilidades de un acuerdo con el PP antes que de hacerlo con Coalición. Torres miró a Sánchez, como esperando una señal. Y Sánchez hablo: "Yo no lo veo. Pero si creéis que esa opción es la mejor, alguien tendrá que asumir después la responsabilidad. Yo no voy a hacerlo." No se habló ni una palabra más del asunto.

De regreso en avión para reunirse el día después con todos los partidos, a los que había citado en el Iberia, Torres sabía ya que todos los triunfos estaban sobre el tapete: faltaba solo ver de qué lado caería el comodín gomero.

El descenso a los infiernos de Casimiro Curbelo y su resurrección a los cielos del poder

Mañana, capítulo 6: El comodín gomero