Estamos rodeados de químicos. En las labores de limpieza, en el humo de los coches, en los centros comerciales, en el aire acondicionado de los aviones, incluso, en los productos alimenticios que nos llevamos todos los días a la boca. No somos conscientes porque nuestro cuerpo, en su correcto funcionamiento, los expulsa de una manera o de otra. No obstante, esto no le ocurre a todas las personas, y hay algunas, exactamente un 1% de la población, que sufre consecuencias negativas en su salud a la hora de ingerir, por cualquier vía, una sustancia química.

Su enfermedad no es rara, aunque pocos la conozcan. Quizás este desconocimiento se haya creado debido a que hasta 2014, no se reconoció como tal. Sin embargo, la realidad denota que es una enfermedad muy común llamada sensibilidad química múltiple (SQM) que afecta, según Carmen de la Rosa, presidenta de la Asociación de Sensibilidad Química Múltiple de Tenerife y médica especialista en Rehabilitación y Medicina Física, a 21.000 personas en Canarias y a un 1% de la población en general. Si nos referimos, además, a la sensibilidad química a un solo elemento, estaremos hablando de una enfermedad mucho más común, que afecta a un 15% de la población, aunque de forma menos invasiva.

La sensibilidad química múltiple es una enfermedad ambiental, crónica e irreversible, por lo tanto, no tiene ningún tratamiento aún. Esto obliga al que deba enfrentarse a su día a día con esta enfermedad, a valerse, en una gran cantidad de ocasiones, de una mascarilla con filtros de carbono que le ayuden a resistir, al menos durante unas horas, el continuo bombardeo de sustancias químicas que aparecen a su alrededor.

Y es que la SQM consigue que, quien la padece, tenga que sufrir a menudo síntomas neuromusculares, como pérdida de consciencia, fatiga- que se puede volver crónica - , visión doble o espamos musculares; músculo-esqueleticos, tales como dolor muscular, de las articulaciones o rigidez general; afectivos, como el llanto incontrolado, depresión, falta de motivación o tensión nerviosa; gastrointestinales, como dificultad para digerir alimentos, intolerancia o diarrea; respiratorios, como tos, asma, goteo postnasal o irritación de garganta; cardiovasculares, como palpitaciones o latidos irregulares; y relacionados con la cabeza; como dolor en ella, sensación de aturdimiento o pitidos en los oídos. Todo ello, tan solo con una exposición extremadamente baja a cualquier químico, lo que les provoca a menudo problemas en el trabajo, en las relaciones sociales, a la hora de viajar o elegir actividades de ocio.

No obstante, sin duda, lo peor es intentar hacerse comprender. Los problemas suelen surgir en el propio núcleo familiar, que muchas veces no entiende o "creen que se está exagerando". "También es difícil convivir con alguien cuando tienes SQM, porque tienes que estar a cada rato diciéndole qué se puede poner y qué no", explica Carmen de la Rosa. "No es tan complicado de entender, pero no estamos concienciados", continúa.

De ahí que en Canarias surgiera la Asociación de Sensibilidad Química Múltiple, que un año después de su creación ya cuenta con 30 socios y pretende seguir creciendo. El pasado viernes, desde la asociación, se realizó una primera jornada divulgativa en la que varios especialistas y pacientes trataron de explicar su enfermedad y los problemas diarios que les genera, para así poder acercarse más al resto de los ciudadanos.