Utilizar desodorante en aerosol, arrojar un chicle o una colilla al suelo, encender una vela€ Puede que estas acciones, por cotidianas, pequeñas y repetidas, parezcan inocuas, pero lo cierto es que cada vez que alguien en el mundo realiza una de ellas está contribuyendo a contaminar y destruir un poco más el medioambiente. Descubra 9 hábitos de nuestro día a día que podemos evitar por el bien de nuestro planeta y, en definitiva, de todos los que lo habitamos.

1) Tomarse un café de cápsula

La industria del café es enorme y, más allá, de la contaminación que deriva de su proceso de elaboración (por el uso de pesticidas y fertilizantes, la contaminación de las aguas o la erosión del suelo), uno de los problemas que han surgido en los últimos años tiene que ver con la moda de las cafeteras de cápsulas. ¡Qué lujo tener la cafetería en casa y prepararse en un momento un rico capuchino o un espresso! Pero normalmente estas cápsulas son monodosis, es decir, solo permiten preparar una taza. Si alguien tomase dos o tres cafés al día arrojaría a la basura unos 75 residuos al mes. Y como algunas cápsulas contienen aluminio, además de plástico, y materia orgánica (los posos del café), no pueden tirarse directamente a los contenedores de envases. Actualmente hay empresas que se dedican al reciclaje de las cápsulas de café y, también, artesanos que les den una segunda vida en forma de manualidades.

2) Tirar un chicle al suelo

Mascamos el chicle unos minutos, se va el sabor y lo desechamos. Mucha gente lo tira directamente al suelo sin ningún reparo, lo que no solo ensucia las calles y es horriblemente molesto para quien acaba con el chicle en su suela, sino que también contamina.

Los chicles están compuestos en un 80% por plástico y el resto es una mezcla de gomas de resinas sintéticas, naturales y aromatizantes, azúcares y colorantes artificiales. Tirado en la calle puede tardar hasta 5 años en desintegrarse, tiempo en el que se vuelve un material duro y se resquebraja hasta volverse polvo y contaminar el ambiente. Pero es que, además, son un peligro para las aves pequeñas que al confundirlos con comida puede tratar de ingerirlos y morir por asfixia u obstrucción de su intestino.

3) Encender una vela

Si alguna vez ha apagado la luz y encendido varias velas pensando que le hacía un bien al medioambiente, estaba muy equivocado. Resulta que la cera de las velas convencionales está hecha de parafina, un subproducto de la industria de la refinería de petróleo, que al fundirse, evaporarse y entrar en contacto con el oxígeno genera dióxido de carbono y contamina el aire. Pruebas de la EPA (Environmental Protection Agency) demuestran que el humo de este tipo de velas de parafina contiene compuestos químicos peligrosos como la acetona, el benceno, el plomo y el mercurio. Así que ya saben, si les gusta usar velas decorativas o crear un ambiente cálido y romántico, será mejor que recurran a velas naturales, como las de cera de abeja o de soja. De esta manera, cuidará su salud y la del planeta y no dependerá del petróleo, un combustible fósil no renovable y muy contaminante.

4) Comer con palillos desechables

Asia más comida es igual a palillos. Arroz, noodles, tallarines, sushi€ la popularidad de la comida oriental en el mundo ha hecho que se multiplique el uso de estos palitos de madera de usar y tirar. Su origen orgánico les hace parecer utensilios inocentes pero miren lo que dice Greenpeace: China produce anualmente 57.000 millones de pares de palillos, lo que requiere la tala de 3,8 millones de árboles, o más de 1,18 millones de metros cuadrados de bosque. Pero es que, además, muchos de estos utensilios son realizados en campos de trabajo forzados, tal y como cuenta Amnistía Internacional. Lo mejor, usar palillos reutilizables, recurrir al cuchillo y al tenedor o, si se trata de sushi y no queremos destrozarlo antes de llegar a la boca, utilizar directamente las manos.

5) Jugar con purpurina

Es uno de los materiales favoritos de los niños y niñas, presente en manualidades y proyectos artísticos, pero también en el maquillaje, en la ropa, en los bolsos y los zapatos. La purpurina es bonita y multicolor, pero se ha demostrado que también tiene un lado oscuro. El problema está en su composición: este producto no es otra cosa que pequeños fragmentos de aluminio y tereftalato de polietileno (PET), es decir, microplásticos que perviven en el medioambiente cientos de años, contaminando las aguas y dañando a especies animales y vegetales. Al problema de su lenta degradación se une el minúsculo tamaño de las partículas. Estos microplásticos, con un diámetro inferior a los 5 milímetros, escapan a los sistemas de filtración y se quedan en suspensión en el agua. Los peces y mariscos los ingieren y, luego, pasan a la cadena alimentaria humana.

6) Usar desodorante en aerosol

En 1970 Frank Rowland y Mario Molina de la Universidad de California advirtieron que los aerosoles contenían CFC (clorofluorocarbono) que afectaba a la capa de ozono. Si bien es cierto que con el paso de los años el uso de estos elementos tóxicos se ha regulado, el desodorante en espray sigue siendo la peor opción para la atmósfera pues suele contener altas concentraciones de compuestos orgánicos volátiles (COV). Se trata de moléculas que cuando entran en contacto con la luz del sol producen gas de ozono en la capa más baja de la atmósfera terrestre. Esto crea la boina de polución o smog que cubre algunas urbes. Y lo mismo ocurre con los perfumes, ambientadores, insecticidas, laca para el cabello€ Así que, ya saben, si les preocupa la calidad del aire del planeta, menos productos en aerosol y desodorantes de bola o en barra como opciones más sostenibles.

7) Tirar una colilla al suelo

Si el problema de los chicles ya alarmaba, se queda pequeño al lado del que provoca la incívica costumbre de fumar y arrojar las colillas al suelo. Según la Organización Mundial de la Salud, unos 4,5 billones (con b) de colillas acaban cada año en cunetas, aceras, parques o playas y muchas de ellas llegan a ríos, mares y océanos. Lo que muchas personas no saben es que esas colillas tienen plástico.

La mayoría tienen un filtro fabricado a partir de un tipo de bioplástico, el acetato de celulosa, que al degradarse [un proceso que puede alargarse 10 años] libera cientos de sustancias tóxicas. Diversos estudios revelan que las colillas pueden obstaculizar el crecimiento de las plantas, envenenar moluscos, peces, reptiles, aves e incluso, acabar en nuestros estómagos a través de los alimentos.

8) Tomar el té en bolsitas

En muchos casos, el té que consumimos se presenta en bolsitas de papel que contienen la cantidad exacta para una taza. Estas bolsas, siempre que sean 100% de papel y no estén envueltas en otra de plástico, son biodegradables y una alternativa válida al té a granel. El problema es que cada vez más fabricantes utilizan el plástico para dar más consistencia a las bolsas y que estas no se descompongan en el agua. Algunas empresas han sustituido las clásicas bolsitas de papel por otras de malla con un tacto más sedoso y una forma a menudo piramidal. Este nuevo envoltorio, de apariencia más gurmet, está fabricado con nailon o tereftalato de polietileno (PET), dos plásticos que pueden liberar partículas nocivas al entrar en contacto con el agua caliente. He aquí otro peligro prácticamente invisible para nuestra salud y la del medioambiente.

9) Soltar un globo

Pueden pensar que cuando dejamos que un globo se escape este se va al cielo, pero en verdad, la mayoría de las veces acaba en el mar. Se calcula que un globo con helio puede llegar a ascender hasta 10 km de altura, desplazarse durante 24 horas, y recorrer hasta 3.000 km de distancia impactando en la fauna de lugares insospechados. Peces, aves y demás fauna marina suelen ser las víctimas, aunque un caso bien estudiado es el de las tortugas que confunden los globos desinflados con las medusas, peces y algas que forman parte de su dieta. El plástico alojado en su tracto digestivo obstruye su intestino y las condena a una lenta agonía. Por otra parte, los globos sueltos casi siempre tienen tiras o cintas de sujeción que pueden llevarse la vida de numerosos animales al engancharse en alas, patas o aletas.