CUANDO EN UN HOMBRE se cruzan una extraordinaria inteligencia y una intensa y bondad la suma se convierte en todo un don para los que le rodean.

Si además se añade una indesmayable capacidad de trabajo y un amor incondicional por su tierra, esa donación se extiende y multiplica cuando se consagra a la política. Un ámbito tan denostado como capaz de acoger a la más noble de las acciones humanas.

Durante más de veinte años he sido testigo cercano de un caso así. He visto a Adán Martín entregarse siempre sin medida a la llamada "cosa pública", con un desprendimiento poco conocido y unos efectos que están sembrados en las siete islas y que seguirán fructificando por largo tiempo. Porque siempre se preocupó mucho más del futuro que del inmediato presente. Las decenas de planes que dejó plantados se han ralentizado ahora por las penurias de las arcas públicas, pero seguirán construyendo Canarias durante muchos, muchos años. Él sabía que en la política apenas se puede maquillar el presente pero se puede determinar mucho el futuro si se mira lejos. Y él lo hizo.

Siento un inmenso orgullo por él. Y una pena arrastrada y larga. Ambos sentimientos luchan y se superponen en unas horas tristes, en las que se combina la rabia por el injusto adelanto de la muerte a su hora natural, con el recuerdo de los mejores momentos, que nunca fueron entre multitudes, sino en la intimidad, entre papeles y cifras, entre bocatas y cafés.

Buscó siempre maximizar, optimizar, aprovechar las oportunidades. Y, sobre todo, aprovecharlas juntos, buscando la cooperación y el entendimiento de todos. Y en esa búsqueda de lo mejor empleó 20 horas al día, 365 días del año, con una energía indesmayable que le sostuvo incluso en sus meses finales, cuando ya sólo se irradiaba en forma de ternura.

Más allá de lo que digan o dejen de decir las crónicas, lo que puedo afirmar sin el menor atisbo de duda es que Adán Martín me hizo mejor persona. Y esa es una deuda impagable. Nos hizo mejores a todos los que tuvimos la fortuna de trabajar con él en algún momento. Porque el conocimiento y la bondad, sumadas a una energía incombustible, son una mezcla poderosa para influir en la vida de las personas y de los pueblos.

Cuando pase el tiempo nos alegraremos más por la intensidad de su vida, por su fecunda capacidad para hacer germinar tantos proyectos sin dañar ni lastimar aposta a nadie. Nunca se sintió acreedor de nada sino el depositario del enorme privilegio de servir, con una autenticidad en ello que pocas veces he visto.

Compartir fue su fórmula mágica: reunir las suficientes voluntades para atacar los más altos logros, aunque eso le privara de quedarse solo en el primer plano. Nunca subordinó un objetivo a su brillo personal. Marcó un estilo que siempre puede ser espejo de las mejores prácticas, incluso en la gestión de los tiempos, tan esenciales en la política, aunque en el ámbito personal fuera un procastinador empedernido, en su afán por estirar las posibilidades de cada segundo.

Los amigos le hacían bromas y le aseguraban que llegaría tarde a su propio entierro. Y en eso procuró también no defraudarles. Mantuvo hasta el final una titánica pelea, durísima en sus tres últimos meses y solo llevadera por ese flujo de amor desbordante de Pilar, Adán júnior, Pablo, Dulce, Fernando, Toño, María Asunción y Ani, entre otros, que dignifica la vida y su término.

Veintitrés años. Más que perder, Adán Martín sólo ha cedido auténticamente en la única batalla que un hombre no puede ganar. Siento que la real pérdida es la nuestra. Porque la de Adán Martín es una vida ganada, intensa, plena, don eternamente germinal... para y por todos nosotros.