La Gala de los Goya constituye, año tras año, el escaparate perfecto para que toda la peña del cine español, en una clara imitación de la que se organiza en Hollywood para la entrega de los Oscar, exhiba sus Armanis, sus Versaces, sus Gaultiers, sus Hanníbal Laguna, etc., entre aplausos y poses para las revistas y cadenas de TV. Una pasarela de modelos para directores, artistas, alguna que otra ministra y hasta Leire Pajín, que recorren lo que se ha dado en llamar "la milla verde del glamour", en la fiesta anual del cine.

La organización y puesta en escena de la Gala de los Goya cuesta mucho dinero, ¿quién lo paga? Pues, sencillamente, los impuestos de los españoles porque aquí, en España, no ocurre como en los EE.UU., que los gastos de los premios Oscar son costeados por la recaudación en taquilla de las películas aspirantes. La glamurosa alfombra verde española y lo que conlleva está sostenida por subvención pública.

Llama mucho la atención que habiendo tantas otras modalidades o actividades relacionadas con el arte y la cultura: pintura, dibujo, escultura, música, teatro, etc., las ayudas o subvenciones para su fomento sean prácticamente nulas o escasas, mientras que el cine colma todas las atenciones del Gobierno. ¿Por qué será? No cabe duda de que el sector del cine siempre ha sido tratado con especial connivencia por el Gobierno y su presidente Zapatero, como lo demuestra el hecho de que, por primera vez en la historia de la democracia, un presidente del Gobierno español recibiera en el palacio de la Moncloa a los ganadores de la última edición de los premios Goya al día siguiente de haberse celebrado dicho certamen. Y esto se debe a que el mundillo del cine: artistas, directores, productores, etc., le doran la píldora a Zapatero para obtener de él generosas subvenciones a cambio de la connivencia política a favor de la causa socialista. No olvidemos el show que esta gente montó en la Gala de los Goya del año 2003 exhibiendo en su vestimenta un letrero con el "No a la guerra", cuando España tenía tropas en Irak en misiones no de combate. Por eso, me sorprende mucho que en la entrega de los Goya de este año, los Bardem, Almodóvar, Amenábar y compañía no lucieran en su pecho otro letrero con el mismo texto para protestar por la Guerra de Afganistán, que tantas víctimas españolas se está cobrando. Pero, claro, eso sería tanto como morder la mano de quien les da de comer.

Ciertamente, el cine ha sido clasificado como el "séptimo arte" porque, en efecto, es un arte. Pero, al contrario de otras manifestaciones artísticas, necesita de una gran inversión. Esa es la cuestión que algunos no entienden. El arte cinematográfico es una industria y, como tal, debe alimentarse por sí misma. Para hacer películas arriesgadas es preciso disponer de dinero. Si aceptamos este principio llegaremos a la conclusión de que cualquier industria que quiera prosperar necesita amoldarse al medio en que habita. ¿Cómo es posible que un mercado hábil, como el español, de unos cuarenta y seis millones de habitantes produzca unas 130 películas al año, mientras otro, como el estadounidense, con casi trescientos millones de personas y posibilidad de llegar al mundo entero produzca unas 400 películas? Lo que en España se requiere es una reestructuración del sector, o dicho de otro modo, hay que bajar la producción, mejorar la calidad del producto y profesionalizar el medio No es un problema de subvención (si acaso de mejoras fiscales), sino de mejorar la calidad del producto y promocionarlo como es debido.

Si el dinero tuviera que salir del bolsillo de los productores, veríamos cómo serían más meticulosos a la hora de gastarlo. Por eso, me resulta inadmisible que papá Estado se gaste nuestro dinero en productos mediocres y mantenga estómagos agradecidos entre el mundo del celuloide. Una industria que no es rentable, que no vende sus productos, no puede mantenerse a costa del erario público. En España se producen muchas películas, demasiadas películas, con el fin de lograr las ansiadas subvenciones. El producto final, da igual y en estas condiciones no es de extrañar la escasa afluencia de público a las salas cinematográficas para ver esos bodrios. No es lógico pagar la misma cantidad de dinero en taquilla por la entrada para ver una buena película extranjera que por otra española de inferior calidad y encima, subvencionada.