Los habitantes prehistóricos de Gran Canaria emplearon una suerte de lenguaje escrito basado en símbolos que solo ellos llegaron a entender y cuyos significados se perdieron al extinguirse sus sociedades, según los últimos estudios hechos en torno a sus llamadas "pintaderas".

Fabricadas en barro cocido con aparente forma de sellos y presentes en yacimientos de toda la isla, con antigüedades que van desde el siglo I hasta el XVII, las pintaderas presentan un número limitado de dibujos que se repiten en varias latitudes, lo cual contradice la idea tradicional de que eran escudos de familia, conforme a recientes investigaciones del Museo Canario.

Estudiosas de esta institución que han trabajado en la publicación digital "Pintaderas del Museo Canario", un catálogo que ya se puede consultar libremente en internet, concluyen que la tesis aceptada durante décadas de que esas piezas estaban destinadas a marcar graneros u otras instalaciones para dejar claro que eran propiedad de quien les ponía su sello ha quedado ahora rebatida.

Y es que, según explica una de las investigadoras, María del Carmen Cruz de Mercadal, en otras épocas, "con cierta frecuencia se decía que cada pintadera era única, pero con los análisis técnicos se ha visto que esto no era así, que se están repitiendo continuamente los mismos dibujos".

Lo cual "tira por tierra los planteamientos iniciados por un berberólogo que sugería, comparándolas con los sellos bereberes del norte de África, que eran marcas de propiedad para aplicar en silos", sostiene su compañera Teresa Delgado, conservadora también del Museo Canario.

Una y otra apuestan en las conclusiones de su catálogo de pintaderas, donde analizan los más de dos centenares que atesora el Museo Canario, por que esas piezas debieron formar parte de "una estrategia de comunicación visible, un lenguaje", basado en "un repertorio de códigos pautados" que se reiteran a lo largo del tiempo y del espacio en la isla.

Prueba de ello es, a su entender, que pintaderas con los mismos símbolos se han hallado en asentamientos prehispánicos ubicados en las cercanías del litoral, como el de Caserones del municipio de La Aldea; en las medianías, como El Tejar de Santa Brígida; y hasta en la cumbre, como Solana del Pinillo, en Tejeda.

Las mismas imágenes se reproducían, además, en otros soportes, desde pequeños bolsos de cuero u otros materiales a paredes en las que se han localizado dibujos rupestres, según han destacado como un argumento más que apuntala su teoría.

Todo ello apunta a que las pintaderas "debieron ser elementos que formaron parte de la cotidianeidad de estas personas generación tras generación a lo largo de muchos siglos", afirma Teresa Delgado.

E insiste en que hay otras circunstancias que respaldan sus tesis, como el hecho de que de los últimos análisis efectuados a las piezas disponibles constatan que éstas eran elaboradas en unas y otras épocas por artesanos especializados en su producción y no por particulares que se fabricaban cada uno las suyas, como se pensaba en tiempos pasados.

A lo que no han podido responder, en todo caso, las autoras de estos estudios, que han contado con la colaboración del investigador de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria Javier Velasco, es a qué significan los distintos dibujos que aparecen en las pintaderas.

"Cualquier signo es una construcción cultural y, como tal, responde a una sociedad. Esa sociedad desapareció y, obviamente, nosotros, al no tener esos códigos, no podemos leer esos signos y descifrar el mensaje que quieren transmitir", explica Teresa Delgado.

Ni ella ni María del Carmen Cruz de Mercadal, que matizan que las suyas son "investigaciones abiertas" y sujetas a interpretaciones nuevas si se consiguen más elementos de juicio, descartan, no obstante, que en el futuro se pueda ahondar en el conocimiento del secreto que encierran las pintaderas, porque, "sin duda, con el tiempo se obtendrán más datos", vaticinan.