La declaración institucional prometida por Sánchez para anunciar la convocatoria de elecciones, se convirtió ayer en un mitin ofrecido por el presidente del Gobierno sin demasiada consideración para los ciudadanos que le escuchamos más bien impertérritos leer los siete folios de su rendición de cuentas. Los sufridos periodistas que asistieron a la interpretación de Sánchez tampoco salieron demasiado bien parados: el socialista ha logrado mimetizar el manual de las ruedas de prensa sin preguntas de Mariano Rajoy, aportando el toque de Alfonso Guerra: ustedes pregunten lo que quieran, que yo contestaré lo que me de la gana.

Sin embargo, sería injusto no reconocerle a este presidente de la resistencia que ayer -por fin- volvía a encontrarse en su salsa, después de varias semanas de pérdida de la iniciativa. Sánchez es por autodefinición un resistente, y como todo bien resistente, se siente más cómodo y seguro en la ofensiva que a la defensiva. El relato que se esfuerza en construir -seguido con cierto nivel de patetismo por los socialistas de su cuerda-, se desdobla en la curiosa paradoja de querer contentar a tirios y a troyanos: responsabiliza a las derechas de todos los males, y se dirige preferentemente a un público de izquierdas, aun sabiendo que la izquierda -electoralmente- se encuentra en horas bajas. Pero eso le da igual: el PSOE va a crecer sobre el destrozo de Podemos, y será mérito suyo. Con él al frente, el PSOE volverá a convertirse en el partido más votado del país, aunque eso no garantice que pueda volver a gobernar. Para hacerlo desde la marca de izquierdas, Sánchez tendría que volver a contar con los independentistas. Los mismos independentistas a los que hace una semana decidió plantar cara para recuperar la iniciativa. Fue el momento en el que Sánchez y su Gobierno descubrieron de pronto lo que toda España sabía desde hace años: que sus socios indepes quieren la autodeterminación y la libertad de sus presos. Pero Sánchez hace de la necesidad virtud: es solo cuando los indepes anuncian que no apoyaran los presupuestos cuando se enfrenta a ellos. Pero cómo los necesita de nuevo para después de las elecciones, su discurso es bífido: quiere evitar dañar demasiado a los únicos aliados que avizora en el futuro.

Es una lástima que el frentismo izquierdista de Sánchez y sus errores con Cataluña hayan provocado la contracción del centro político en España. El PSOE ya no reivindica la definición de centro izquierda que le llevó a la hegemonía en otros tiempos, y en Ciudadanos parecen estar completamente narcotizados por el acuerdo de Andalucía. Nadie habla de la posibilidad más sólida y sensata, que sería un gobierno del PSOE y los Ciudadanos de Rivera, un gobierno moderado, de fuerzas moderadas que representan al votante moderado, que rescate las enseñanzas y modos de la Transición y serene la política convulsa que hoy lo contamina todo. Un gobierno que sepa acometer los cambios hoy imprescindibles. Capaz de asumir que no puede cerrarse la crisis catalana sin recuperar la autoridad y no puede pacificarse una sociedad sacudida por impulsos guerracivilistas dejando fuera de la ecuación a la mitad de los españoles.

Por desgracia, en su primer mitin de campaña, ayer en La Moncloa, Sánchez demostró no tener el más mínimo interés en avanzar en esa dirección. Ha convocado elecciones con la intención de volver a las andadas.