"El poder es el mayor afrodisiaco", decía Henry Kissinger, presidente de EEUU, sabedor de la fila de amantes que han conocido las paredes de La Casa Blanca. Lo que atrae es una idea, las expectativas que uno proyecta sobre el otro, un mundo nuevo al que podemos acceder.

De las 10 personas más poderosas del mundo en 2017, solo aparecían entre varones la canciller alemana Angela Merkel y Janet Yellen, presidenta de la Reserva Federal de EEUU. Pertenecemos a una cultura machista, estúpida y casposa donde las haya, donde la fortaleza es cosa de chicos. Normalmente buscamos a una pareja culta, con conversación, de físico agraciado, tranquila, educada y que te pueda acompañar en cualquier entorno social.

Hasta ahí, el mirlo blanco que todos buscamos. Cuando no existe admiración mutua, una unión sentimental tiene muy mal pronóstico: no es nada estable. Si bien para nosotros, los machos alfa, la atracción física es esencial para el deseo sexual, las mujeres son más sensibles a la estimulación mental, vamos, que tienen más criterio. Al final lo que enamora es una idea. Últimamente y vistos los casos de violencia no debe haber muchas ideas. Algún día aprenderemos a quererlas como se merecen, a acurrucarlas por la noche con un brazo por encima y a amanecerlas con un beso. Las caricias, y un jugo de naranja, siempre son bienvenidos.