Cada uno explica las cosas según le conviene. El expresidente de Cataluña, el prófugo Puigdemont, dijo ayer que el derrumbe socialista en las elecciones andaluzas se ha producido porque el PSOE se ha apuntado con entusiasmo a la cultura del "a por ellos". Cree Puigdemont, al parecer, que los millones de andaluces que han votado a Ciudadanos, al PP o a Vox, lo han hecho para castigar a Sánchez por maltratar a los catalanes. Clarividente el tío. Eso se llama interpretar la realidad. Pero no hay de qué alarmarse. Al final, si algo demuestra a las claras que esto no tiene arreglo, es precisamente el comportamiento de todas las fuerzas políticas, buscando ajustar el atrabiliario resultado de las elecciones regionales de este domingo a su interés y conveniencia. Desde el PSOE federal, decidido a aprovechar la hecatombe para quitarse de encima a Susana Díaz, hasta Pablo Casado (presidente del partido que más votos ha perdido porcentualmente en esta elecciones), presentando lo ocurrido como una victoria del PP y reclamando que ha llegado el momento para que su partido gobierne Andalucía, pasando por los líderes de Ciudadanos, justificando en plan bocachancla un acuerdo con la ultraderecha fascistizante, después de haber deslegitimado que Sánchez apoyara su moción de censura para echar a Rajoy, y su posterior Gobierno, en los independentistas y la ultraizquierda podemita, esa gente que quiere romper el orden constitucional. En fin, un poquito de por favor?

La gente está harta de política, porque la política se ha convertido en una actividad que requiere de una mezcla de cinismo a toda prueba y tragaderas infinitas. No es de recibo que quienes censuran -y con toda la razón- que Sánchez busque los apoyos para sostenerse en el poder en el campamento de los rufianes, estén ellos dispuestos a pactar ahora con la ultraderecha, para desalojar del poder a una señora que -como le ocurrió a Ines Arrimada- ganó las elecciones en su región, aunque no lograra los votos necesarios para poder gobernar.

El drama de este país es que la vieja política contagia a la nueva todas sus pestilencias: si Ciudadanos y el PP están dispuestos a gobernar con la ultraderecha para sacar del poder a Susana Díaz, es que no han entendido nada de lo que ha ocurrido en Andalucía, y lo que puede ocurrir en el futuro en España, si Vox se cuela en las instituciones. No puede ser que lo que es intolerable si lo hace otro sea tolerable si lo hacen los míos.

Lo que este país necesita es precisamente un acuerdo de las fuerzas constitucionales para frenar el desarrollo de los populismos y radicalismos que surgen como setas tras la lluvia por toda Europa. El PSOE quiso desenterrar a Franco (para enterrarlo en otro lado) y lo que ha hecho ha sido desenterrar a centenares de miles de filofascistas, encantados de haberse conocido. No se pueden cometer más errores de este tipo. Andalucía debería suponer un ensayo de lo que es posible o no hacer en la política española. Un ensayo de un Gobierno viable -como el que necesita el país-, construido por quienes están de acuerdo en preservar las leyes, el entendimiento y la concordia. Un Gobierno que se ocupe de los ciudadanos que lo eligen, y no de los afiliados que creen que todo el monte es orégano para repartírselo entre ellos. Un buen Gobierno, hecho de gente buena, que vea la política como un servicio temporal y no como una oportunidad de vivir el resto de la vida del cuento.