O sea, que guardas un arsenal en tu casa: cuatro rifles de precisión (probablemente de tiro deportivo), dos armas de guerra y dieciséis armas cortas. Es imposible que un arsenal así lo hayas juntado con compras legales. Por mucha licencia de armas que portes, no puede tenerse un subfusil ametrallador y un rifle de asalto debajo de la cama: son armas prohibidas. Pero tú coleccionas armas que sacas quién sabe de dónde. Tú añoras el franquismo porque tu padre fue un alcalde franquista y catalán y estás muy pero que muy enfadado porque vives en Cataluña. Y encima te enteras de que el presidente del Gobierno se ha puesto a jugar con el traslado de los huesos de un señor que tú respetas mucho, alguien que provocó una guerra entre españoles, se construyó un mausoleo imperial, lo forró de muertos en esa guerra suya, y se puso encima una lápida de nosecuentas toneladas, para que nadie la levantara jamás. Vaya, que estás muy enfadado, y entonces se te ocurre preparar el asesinato de Sánchez, y vas y lo cuentas en tus chats y redes sociales, y pides ayuda para conocer la agenda del presidente, los restaurantes (en un suponer) a los que acude, los conciertos a los que acompaña a su mujer, los sitios por donde pasea... Explicas por escrito (quizá entre emoticonos sonrientes) que quieres sacrificarte por España, que estás decidido y que necesitas que alguien te facilite un piso franco no solo porque te guste todo lo que suene a Franco, sino porque en algún sitio tendrás que esconderte cuando hagas justicia, cometas el magnicidio y vayan a por ti.

Por si no fuera suficiente, se lo cuentas también a una amiga ultraderechista, pero con dos dedos de frente, que llega a la conclusión de que estás básicamente mal de la cabeza, y decide dar el chivatazo. Y entonces ella se lo cuenta a los mossos, y esos tíos de uniforme azul y rojo a los que tanto detestas te trincan en plena calle un seis de noviembre, y te detienen y registran tu casa y encuentran armas y munición suficiente no ya para ultimar al sacrílego desenterrador Sánchez, sino para empezar otra guerra civil por tu cuenta y riesgo.

Y entonces te llevan esposado ante el juez y el juez te mira pasmado a los ojos, escucha lo que le cuenta la policía, lee la transcripción de tus guasap y de la denuncia de tu amiga de Vox, y piensa que sí, que eres capaz de hacer lo que dices en los chats que vas a hacer, aunque muy listo no pareces, muy listo no debes ser si vas por ahí anunciando urbi et orbi que vas a matar a alguien. Y claro, el juez decide que acabes en chirona, y nadie se da por enterado, porque tú eres un trasto de asesino, un pobre hombre sin demasiadas luces, un bufón muy cabreado, a quien sus colegas de tiro olímpico consideran un tirador mediocre.

Cuando Sánchez se entera, el hombre está a punto de indultar a los españoles: ha decidido que no paguen el impuesto de trasmisiones patrimoniales y actos jurídicos documentados, y el gurú Ivan Redondo está dando los últimos retoques a la presentación pública de la buena nueva. Pero van los periódicos y publican que se ha detenido en Francia a cinco hombres y una mujer por planear una acción violenta contra el presidente Macron, y tampoco es cuestión de dejar pasar la oportunidad de subir la apuesta. El mismo día, Sánchez anuncia que el impuesto lo pagarán los bancos, y los medios nos cuentan que el estadista Sánchez ha estado -como un De Gaulle cualquiera- bajo la diana de un "lobo solitario".

En fin? cómo añora uno los buenos viejos días en que estas cosas no pasaban. O quizá sí pasaban. Pero al menos nadie las contaba.