Aún no me he anudado los tenis y los primeros síntomas no son nada diferentes a los diagnosticados en ediciones anteriores. Que si otra vez nos van a cortar las calles, que si ya están de nuevo esos domingueros fastidiando mi reposo, que si la ciudad es un caos circulatorio... Salvo una emergencia, que estoy seguro que será convenientemente gestionada, qué otro asunto de vida o muerte lleva a una persona a poner el grito en el cielo porque Santa Cruz de Tenerife quiera ser durante unas horas el epicentro del deporte en este archipiélago.

Los domingos, aquellos que estén en condiciones de hacerlo, se pensaron para dormir hasta un poco más tarde, para leer tranquilamente EL DÍA durante el desayuno, para disfrutar de la compañía de los suyos a unas pulsaciones bajas... ¡No me cojan nervios; no vale la pena!

No intente entrar en la boutique del pan que está debajo de su casa con el motor del coche en marcha, adelante al sábado la revisión de la presión de los neumáticos y, si lo cree a bien, enfúndese un chándal y salga a degustar un día atípico donde las únicas prisas las tienen los que, a su juicio, le hacen la puñeta... Yo, por si acaso, me reservo el derecho de proteger mi dorsal, no vaya a ser que esto acabe como una de esas historietas de Mortadelo y Filemón en la que unos abren válvulas para evitar ser víctima del baile de San Vito. Después de todo, uno solo tiene que llegar más o menos bien a la plaza de España, no al desierto del Gobi.