Ni Halloween ni ocho cuartos. Nuestra tradición en Finados, Todos los Santos o Difuntos pasa siempre estos primeros días de noviembre por olores y sabores. Los de los buñuelos, por ejemplo, pero, sobre todo, los de las castañas. Pese a la crisis en la producción, su elevado precio o la retirada de puestos emblemáticos, la tradición se mantiene.

La vida del castañero y las castañas sigue porque hay personas como José Negrín, decano en la ciudad de Santa Cruz, con más de medio siglo ya entre calderos y humo cuando llega el otoño. Supone la tercera generación de este oficio que conoció de niño por su padre y practicó durante años a tiempo parcial compaginándolo con su trabajo en una gasolinera. Ya está jubilado y se dedica por completo durante estos meses al puesto ubicado en la avenida de La Asunción, cerca del parque Viera y Clavijo, desde hace más de tres décadas. Negrín presume de sus castañas, "de una variedad del país que las hace ideales porque lo comestible se desprende con facilidad de la cáscara".