Lo que tiene el lenguaje de la cofradía del dinero fácil es que nos resulta tan contundente y brutal como reconocible. Es el mismo lenguaje que se utiliza en la intimidad para felicitarnos por las pequeñas fechorías que cometemos (o quisiéramos cometer) en una noche de farra, un partido de fútbol o una juerga alcohólica. Es el lenguaje de la felicidad sin limitaciones, la felicidad culpable: "Estás ganando pastita, ¿eh?". "Te he colocado cinco kilos por la patilla, maricona?". Complicidad, ordinariez, éxito sin control y sin mesura.

Frente a ese lenguaje desparpajado y victorioso de las grabaciones del caso Eólico, está el silencio devastado de Celso Perdomo, que se niega a hablar porque -tras doce años de investigación y de conversaciones intervenidas, grabadas por la policía y difundidas por los medios- no sabe qué decir. Cuatro de los seis acusados (entre ellos el abogado huidizo, el letrado Briganty) han cantado la Traviata y aceptado un acuerdo que les evita la cárcel.

El exdirector de Industria y su novia en autos, doña Mónica Quintana, cómplice por abrir la cuenta en Luxemburgo en la que se ingresaron los pagos y comisiones, han preferido refugiarse en el silencio. Perdomo alega que se encuentra mal y no está en condiciones de declarar. Podía hacer lo mismo que sus colegas de vista, reconocer los hechos y descansar ya de esta historia. Pero el problema es que él sí entraría en prisión. Por eso se arrastra cual silente alma en pena por la causa, flanqueado por sus abogados, instalado en la languidez, a la espera de un imposible milagro procesal.

Su lenguaje actual, lejos de la alegría que suponía "meterle mano a la mesa de contratación para llevarnos 80 kilos", denota una absoluta, desoladora tristeza: Perdomo nos ofrece la visión de un muñeco roto, que se resiste a rendirse y alarga su agonía, a sabiendas de que ya no tiene nada que hacer. Nada. Porque casi un centenar de escuchas nos lo descubren una década y media atrás, decidido a ganarse el guiso favoreciendo la adjudicación de las licencias a los empresarios Enrique Guzmán y José Ignacio Esquivel, intermediados por Briganty, con la complicidad activa del funcionario Honorato López, que siguió ocupándose de hacer valer el interés de los procesados, incluso después de que Perdomo saltara de la dirección del Gobierno cuando el PSOE y Adán Martín se deshicieron de Luis Soria. Esos son los cuatro que se han rendido, después de asegurar que han sufrido mucho y que están muy arrepentidos. Perdomo no. Aguanta como un galo situado por romanos en su pequeña aldea normanda, bebiendo poción mágica y sin darse cuenta de lo que ha cambiado el mundo a su alrededor. No reconoce nada. No dice ni pío. Pero está completamente pillado. No solo por lo que hizo siendo el director general de Industria de Luis Soria, hermano del expresidente del PP José Manuel Soria. No solo por favorecer a una empresa del hermano del empresario que permitió al presidente del PP -José Manuel Soria- vivir gratis total en un chalé de su propiedad durante año y medio. Está pillado Perdomo sin salvación ni remedio porque los que estaban por debajo -empresarios, abogado, funcionario- han optado por salvarse y le han dejado solo. Y está pillado por arriba, porque los de arriba -su consejero, el hermano exministro de su consejero- ni siquiera están en la causa, y él no tiene pieza mayor que vender. Por una vez, los Soria miraban para otro lado.