En un gesto de dignidad personal, poco frecuente en estos lares, Mariano Rajoy asumió ayer personalmente la responsabilidad política por el triunfo de la moción de censura contra él y anunció su intención de retirarse de la presidencia del Partido Popular, tras convocar un congreso extraordinario que recomponga una organización aún atónita por la fulminante pérdida del poder, y arrasada por la primera de las sentencias de la Gürtell. Rajoy, en una breve intervención, reiteró su desconfianza -común a la de millones de españoles- de que un Gobierno sin mayorías parlamentarias como el de Sánchez pueda cumplir sus propósitos, censuró que un partido que no ganó ni de lejos las elecciones pueda asumir la presidencia del Gobierno y se puso "a la orden" de quien en el futuro se haga cargo de la recomposición o regeneración o lo que toque del Partido Popular.

Esa fue la última nota de su declaración, y parecía más dirigida a recordar el escaso apoyo recibido durante su mandado del anterior presidente del PP -José María Aznar- y a garantizar que él no se dedicará a cuestionar las decisiones que los futuros dirigentes de su partido adopten o a boicotear su liderazgo.

Curiosamente, cuando apenas habían pasado unas pocas horas desde que Rajoy anunciara su decisión de dar un paso atrás, su antecesor en la presidencia del PP, el mismo Aznar, daba un paso al frente para ofrecerse a colaborar en la reconstrucción del centro derecha. Aznar se ofreció a asumir ese reto, durante la presentación de un libro del que fuera su secretario general en la Presidencia del Gobierno, Javier Zarzalejos, que hace solo unos días se refirió a Rajoy para definirle como un personaje "más de derechas que Aznar", como si ser más de derechas que Aznar resultara en este país posible.

En el tono aguerrido que ha caracterizado sus últimas intervenciones, ajeno a cualquier asunción de responsabilidad -siquiera moral- en la existencia del tinglado de la Gürtell, esa estructura de rapiña y depredación montada bajo su Presidencia por un alegre grupo de invitados a la boda escurialense de su hija, Aznar aprovechó para responsabilizar a Rajoy -sin citarlo en ningún momento- de la desarticulación del centro derecha español, y se ofreció a colaborar para resolver el desaguisado de Cataluña y la crisis de liderazgo en el patio conservador, recordando solemnemente que su compromiso "es con mi país, con España y con los españoles" y que no tiene "ningún compromiso partidario, ni me considero militante de nada, ni me siento representado por nadie".

La verdad es que tiene algo de morro el personaje: presentarse como opción para articular la reconstrucción de un centro derecha destruido fundamentalmente por sus vínculos y apaños con la corrupción es de una jeta monumental. Alguien debería recordarle a Aznar que doce de sus ministros han tenido graves problemas con la justicia (entre ellos los más sonados los del señor Zaplana o el que fuera su vicepresidente, el señor Rato). O que la lista de invitados de la boda imperial de su hija está llena de cruces?

No sé qué pensarán los futuros dirigentes del PP (si es que el PP sobrevive a su nombre actual) o el propio Albert Rivera de este ofrecimiento? ¡Que vuelve Aznar! Es como decirle a un crío pequeño que viene el coco.