Fue en octubre de 1970. Se acababa de anunciar para principios de diciembre el inicio del proceso de Burgos, un juicio sumarísimo a 16 detenidos acusados de pertenecer a ETA -entre ellos tres mujeres y dos sacerdotes-, a los que se pedían seis penas de muerte y 752 años de prisión. Se sucedían las movilizaciones en toda Europa para evitar las condenas, y el movimiento universitario, organizado en la Coordinadora de Estudiantes, controlada por el Partido Comunista, había reunido a unos veinte chicos, dos por facultad, en un piso de la calle Larra de Madrid. Entre los presentes, Agustín Díaz Yanes, futuro cineasta, Nacho Cestau, representante de Derecho, y el canario Paco Tovar, de Económicas, con veintiún años. Los tres, militantes del partido. Allí estaban, discutiendo apasionadamente las acciones a seguir cuando alguien avisó de que la policía había entrado en el inmueble. Tovar, en busca y captura por su militancia comunista, pensó que lo mejor era salir por la puerta corriendo. Pensaban que no habría más que un par de guardias, pero tras un chivatazo la DGS había desplegado a varias unidades de la Brigada Político-Social y también efectivos de la Policía Nacional. Al mando de la tropa, Antonio González Pacheco, "Billy el Niño", un torturador con muy malas pulgas y carita de niñato inocente incapaz de matar una mosca. Tenía la oreja pegada a la puerta del piso cuando Paco Tovar la abrió, y fue el primero en llevarse una bofetada monumental que le hizo saltar un par de metros. Antes de que pillaran a Tovar, mozarrón alto y fuerte, se había llevado por delante a un par de polis más. Los detuvieron a todos, a los veinte, y acabaron en Carabanchel. Por el camino, a Tovar le dijeron que "Billy" le esperaba en la DGS para meterle dos balas en la cabeza, y él iba pensando en una frase de Gandhi o de Mandela para pronunciarla gallardamente antes de palmarla. "Lo peor es que no se me ocurrió ninguna", solía decir muchos años después, muerto -pero de risa- cuando contaba la anécdota de aquel tiempo de miedo. Cinco meses pasó Paco Tovar en prisión, cuatro con Cestau, y fue el último en salir.

Lo conocí a finales del 76. Iba a comprarle libros marxistas en la trastienda de la Librería Jarama, en La Laguna, de la que él era gerente, yo con 19 y él con ocho o diez más. Por aquella época estaba ya en la OPI, la Oposición de Izquierdas al PCE, que acabaría formando el Partido de Unificación Comunista en Canarias. Y le seguí la pista cuanto se metió a trabajar en una imprenta de La Cuesta con Cipriano Marín y Julio Castro. Cipriano publicaba textos anarquistas y ecologistas, ahora está en Unesco. Julio acabó en La Laguna. Y Paco en el Ayuntamiento de Santa Cruz, trabajando en Cultura. En 1991, aceptó una adjuntía como Diputado del Común, como número dos de Arcadio Díaz. Durante once años hizo en la Diputación un magnífico trabajo, serio, discreto, comprometido, muy en su estilo. Entonces el PSOE chicharrero le propuso ser segundo de a bordo del abogado socialista Fernando Santana. Siempre detrás de otro, siempre de segundo, excepto para tumbar puertas, o dar la cara el primero. Santana se presentó a la alcaldía, y acabó por dejarle a Paco la guitarra y los trastos. Y él aguantó como portavoz, hizo un papel más que correcto en un tiempo en el que todo era ATI y ATI y ATI y nada más que ATI, hasta que no pudo más con el enjuague del PSOE en lo de Las Teresitas y lo dejó sin ruido ni alharacas. Volvió a trabajar en Cultura, y allí se fue con su voz de galán de radio, profunda y grave, con la convicción de los que creen lo que dicen y dicen lo que creen. Calcó la trayectoria de otros hombres de aquella izquierda local, la de las contradicciones y torpezas, pero también de la decencia.

El PSOE chicharrero le hace un homenaje hoy. Tocaba. Yo estoy en Las Palmas en un compromiso contraído y no puedo asistir. Lo siento de verdad. Fue aquel librero comprometido, rojazo, inmenso y alegre, aquel Paco Tovar, la primera persona a la que quise parecerme cuando fuera mayor.